MUSICA › MATEO MORENO Y SU PRESENTACIóN EN BUENOS AIRES
El cantautor uruguayo se fue de la banda No Te Va Gustar para encarar una carrera solista que ya esboza múltiples caminos. Hoy presentará en El Cubo su flamante CD, Auto, que define como “muy aleatorio”. “El rock uruguayo es la murga del candombe”, desafía.
› Por Luis Paz
En 1995, la intendencia municipal de Montevideo organizó un concurso de nuevos músicos que entregaba cuatro mil dólares al ganador. Por entonces, Mateo Moreno tenía 19 años y unas pocas canciones compuestas en guitarra que puso a concursar. Ocupó el segundo lugar de la competencia, pero fue el gran ganador: la banda que había creado en 1993, a los dieciséis, se alzó con el primer premio. El grupo creció de aquel y este lado del Río de la Plata: No Te Va Gustar. Pero en el pico de popularidad del grupo, luego de trece años de carrera y cuatro álbumes editados, Moreno se corrió de su lugar de bajista y retomó aquella senda del cantautor en Auto, su flamante disco, que presentará esta noche a las 21 en El Cubo, Zelaya 3053.
A diferencia de lo que comúnmente ofrecen los músicos que luego de tocar mucho tiempo en bandas se hacen solistas (discos austeros e intimistas), Mateo Moreno presenta en Auto una producción con veinte invitados que recorre todos los géneros en los que incursionó con No Te Va Gustar y sus otros proyectos (Yeca Tatú, Luanda). “Fue un desahogo”, es lo primero que dice. “Hay cosas que en una banda no podés hacer, porque todo es más democrático y a veces no podés plasmar todas tus inquietudes”, continúa. “Además, con No Te Va Gustar llegamos a un punto en el que había que responder a una consolidación y sentí que me estaba convirtiendo en esclavo de mí mismo.”
Según Moreno, no se trata de un disco que es un fin en sí mismo, sino de una foto de su evolución musical que prepara el terreno para que “tal vez en cuatro discos más” pueda definir en qué parada de ese “camino largo pero auténtico y divertido” prefiere quedarse. Es difícil creerle. Es que es un tipo inquieto: hoy reparte su tiempo entre su disco, la banda de Edu “Pitufo” Lombardo, la de Martín Buscaglia y la producción, pero tocó con Carlos Darakjián y Rossana Tadei; grabó acá, en Uruguay y en España, giró por Europa, estudió física del sonido, fonoaudiología, tres instrumentos. Es docente. Y entrevistado.
–En las diversas instancias de realización de Auto lo guió un concepto que contraría bastante lo que es norma en las canciones: “Más es más”.
–Así es. Grabamos lo que pensábamos que íbamos a grabar, pero siempre busqué instar a los que participaron a que hicieran lo que quisieran, por eso es tan barroco. Es un disco anticomercial en el sentido de que cuando un tema tiene que parar, sigue; cuando hay que repetir el estribillo, no lo hace. A su modo, creo que es un disco de protesta de estos tiempos.
–Sin embargo, tiene un aura relajado, aunque no liviano...
–Es un disco que dio muchas más vueltas en mí de las que pensé. Es como una prueba: “A ver qué pasa si me divierto y soy honesto”. No porque no lo haya sido antes, pero sí porque me reprimí mucho menos, y eso lo relajó. Es como que estaba con cuatro alter egos jugando ocho horas con un mic o analizando ocho horas las letras para ver si cambiaba una palabra.
–Todas cosas que no le correspondía hacer en No Te Va Gustar.
–NTVG fue el sueño del pibe, un proyecto con mis mejores amigos que me permitió viajar, aprender. Separarme de ellos fue un destete, como romper con una pareja. Pero me hizo bien, me hizo madurar y me dio esta posibilidad de mostrar mis cosas más propias, más personales. No me fui por una pelea. Simplemente sentía que no me podía seguir desarrollando y que era más un velocista que un músico, corriendo con los tiempos de la discográfica, de sacar un disco cada dos años, de estar otros dos girando. Leo Maslíah lo hace, pero no es algo natural.
–En estos tres años, ¿no se arrepintió de haberse ido? Entendiendo la música también como un trabajo, le habría sido más fácil.
–Entendí de otro modo al “éxito”, de uno distinto a lo que uno ve cuando es más pendejo. Algunos amigos me hicieron los típicos comentarios: “Che, ¿cómo te vas a ir y dejar la guita y las minas?”. Eso es una parte mínima del rock. Lamentablemente, porque creo que ni siquiera debería ser parte. Y también tuve comentarios de los otros. Mi viejo me mandó un telegrama con una frase de Rogelio Duprat, un filósofo brasileño: “La cresta es nada más que la parte más superficial de la ola”. Y es tal cual dice Duprat.
–¿Y usted sabe qué hay debajo?
–No. Y lo mismo me pasó cuando hice el Camino del Inca. Estuve caminando una semana y cuando llegué al Machu Picchu estuve hora y media y me fui. Lo que había estado bueno era el camino.
–Y en el fondo de todo, ¿habrá algo?
–La vida me cagó a palos. O me cagué a palos yo. Pero me hizo muy bien. Uno tiende a salir del pozo, pero está bueno a veces quedarse un poco y rasquetear el fango. Ahí te conocés y salís renovado. Y es lo que me pasó. No sólo dejé la banda, también a la mujer que tenía en ese momento, me convertí en ermitaño tres meses para entender qué me estaba pasando.
–¿De ese fango surgió el disco?
–El disco es la noche, por momentos, y en otros corta con esa oscuridad. A pesar de que entiendo la noche y la viví y fui mala persona, entiendo lo que pasa después, la luz, la salida del sol. La noche te lleva a un pozo y la banda me llevaba a la noche. En tantos años no conocí otro laburo.
–¿Y qué otras cosas cambiaron?
–Antes hacía cuatro shows al mes y ahora hago diez chicos y gano lo mismo (se ríe fuerte y claro). A veces es más jodido tocar para cincuenta que para cien mil.
–Volviendo al disco, “Desierto digital” es un título muy Cerati, “Simple” tiene la estética sonora de Don Cornelio pero con más luz. En otros se ven resabios de Fito Páez. ¿Qué influencia tuvo el rock argentino para usted?
–Siempre me llegó muchísimo. Fagocité toda la carrera de Charly y también la de Fito, hasta que me dejó de entusiasmar, aunque me sigue gustando como compositor y siempre me gustó Vadalá y lo seguía por él. Spinetta también. Divididos y Las Pelotas, Tito Fargo. Y también la porquería del Club del Clan. Pero de Argentina también me llegó mucho la canción típica, el folklore de Mercedes Sosa.
–Pantallazos de todos. Y ése es también el espíritu del disco: hay funk, “La abuela del fin” es su lectura de la música disco. Hay muchos Mateos...
–Es de lo que hablábamos al principio. “Más es más” significa que el caos es parte de la creación y lo que intenté es que el hilo conductor fuera caótico y después veía cómo lo acomodaba. Según el orden en el que escucho los temas me parece un disco mejor o peor. Es un disco muy aleatorio. Pensé en cómo hacer que siempre funcione en shuffle y quería que en el arte de tapa los nombres se movieran con dos plásticos.
–¿Y?
–Me quedé con las ganas, porque eso no existe. Pero estoy muy contento con el resultado. Creo que un disco puede representar lo que es una semana. Todos los días no son iguales. El día tiene mil momentos: subís al subte, bajás, te llama tu vieja con un problema, te cruzás con una ex, hacés una nota. Para el ritmo de vida que tenemos hoy, el disco es normal. Pero en otro momento, con todos los cambios que tiene, habría sido más transgresor.
–¿No temió que ese ímpetu terminara en temas que fueran tres pistas de guitarra tocadas al revés con una voz con fuzz y mayores deformidades?
–Honestamente, no. La parte lúdica es algo que el rock no desarrolló por su política machista, cabezadura y primitiva. ¿Qué sos, un churrasco todo el día? ¡Pará, comete un tomate! Lo lúdico se ve como algo malo y no estoy de acuerdo. Lo estoy investigando, porque es algo nuevo luego de quince años en una banda con la que uno cayó en hacer las poses típicas rockeras y todo el juego. A veces te perdés y muchos gurises se comen esa comidita.
–¿Y qué es el rock en verdad?
–Prefiero verlo como una actitud, siempre. El rock de Uruguay es la murga del candombe. Es lo más grasa y callejero que hay. La mitad de la música que en Uruguay se hace llamar rock no tiene ni la mitad del rock de la murga. Más cuando el rock fue contaminado por el show bizz. Cuando en Uruguay se da el boom del rock masivo, se acercaron Pilsen, Brahma, Pepsi. Y las madres les compraron guitarras a sus hijos para ver si las salvaban. Las bandas que me llaman para que las produzca no me dicen “queremos sonar bien”; dicen “queremos llegar”. Diez años atrás, los pibes de esa edad estaban componiendo. Incluso músicos más grandes están como dormidos, improvisando siempre con las mismas escalas. Me aburre.
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