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Jueves, 29 de octubre de 2009

MUSICA › DIEMECKE DIRIGE A LA FILARMóNICA

Técnica y expresión

 Por Diego Fischerman

Arturo Diemecke explica las circunstancias que rodean a determinada obra en particular. Y explica a la música, también. Se apasiona. Habla de la manera en que la Sinfonía Nº 4 de Bruckner avanza, en cómo contiene el clímax y cómo explota, o de la relación que existe entre el último movimiento, casi imposible de tocar, y los dos anteriores, de una sencillez y una belleza apabullantes, en el Concierto para violín de Barber, y resulta fácil entender el porqué de la empatía que ha logrado con la Filarmónica de Buenos Aires.

Mexicano, director durante años de la Opera y de la Sinfónica de ese país, junto a la que fue candidato al Grammy por un notable disco dedicado a conciertos de Carlos Chávez, y conductor de la flamante versión de Le jongleur de Nôtre-Dame de Massenet, que Deutsche Grammophon publicó con la voz del tenor Roberto Alagna, Dieme-cke ya había sido designado director de la Filarmónica de Buenos Aires durante la gestión de Gustavo López como secretario de Cultura, cuando se nombró a Tito Capobianco como director del Colón. Había sido la propia orquesta la que lo había pedido como conductor y lo mismo sucedió cuando asumió Horacio Sanguinetti. Al final de su fallida gestión lo único que había quedado incólume era la Filarmónica y el nuevo director, Pedro Pablo García Caffi, lo confirmó en el puesto. “Nos une el respeto mutuo y la convicción de que ésta es una tarea colectiva”, reflexiona Diemecke, que hoy estará en el podio para dirigir a su orquesta.

El concierto será a las 20.30 en el Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125) y la orquesta interpretará, precisamente, el Concierto para violín de Samuel Barber, con Sami Merdinian, un argentino perfeccionado en la Julliard y en Yale, como solista, y la Sinfonía Nº 4 de Anton Bruckner. “Barber había escrito su concierto para un joven virtuoso”, cuenta el director. “Y el violinista se quejó de que los dos primeros movimientos eran muy fáciles. Barber se ofendió y escribió como movimiento final un moto perpetuo terriblemente exigente. La obra puede entenderse como un mensaje acerca de la petulancia y la sencillez. El último movimiento, que aparentemente nada tiene que ver con los anteriores, es el que los pone verdaderamente en foco. Y la sinfonía de Bruckner es ni más ni menos que una obra sobre el amor, sobre la profundidad del estar enamorado”.

Diemecke otorga una gran importancia a la comunicatividad de la música y al papel que el director de una orquesta juega en ella. En cuanto a la Filarmónica de Buenos Aires, define la relación que ha establecido con ella como “un milagro” y dice: “No me canso de insistir, y cuando noto que podrían olvidarse vuelvo a hacerlo, en el hecho de que la retribución de un músico no es económica, porque por más bien pago que estuviera, ningún dinero podría comprar lo que significa poder emocionarse y emocionar a otros con la música. Lo que un músico obtiene es, sobre todo, la satisfacción de hacer bien las cosas. Yo trato de equilibrar el trabajo técnico, que a veces es agotador, con lo expresivo. Una orquesta ajustada y sin problemas de afinación puede ser una orquesta fría. A mí me interesa que la orquesta comprenda la disciplina y la técnica pero, también, que conozca y pueda aprovechar sus posibilidades expresivas”.

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Arturo Diemecke y la Filarmónica de Buenos Aires.
 
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