Martes, 24 de enero de 2006 | Hoy
MUSICA › RAUL CASTRO, DIRECTOR DE LA MURGA URUGUAYA FALTA Y RESTO
El histórico letrista y cantor cuenta qué sentimientos se vinculan con el espíritu murguero, que para esta época del año se materializa en espectáculos plenos de “alegría crítica”.
¿Cree usted en los fantasmas? La pregunta hubiera estado fuera de lugar si el entrevistado no hubiera sido uno de los representantes más destacados de una tradición centenaria. En efecto, el hombre que desde 1981 es cantor, letrista, director general y productor de la murga uruguaya Falta y Resto es un hombre que se permite pensar cosas que suenan raras. Pensar que en el aire flotan poemas, por ejemplo. Porque Raúl “Tintabrava” Castro tiene la fortuna de creer en muchas cosas. O quizá sea mejor decir, sencillamente, que es un hombre que no ha perdido la fe.
Mientras la famosa agrupación ensayaba para el primero de los dos shows de enero en La Trastienda (el otro se realizará el próximo viernes a las 23 en la sala de Balcarce 460), el montevideano de 56 años se animó a responder mientras los tambores ya repiqueteaban. “Por supuesto que creo en fantasmas. Creo que aparecen en la murga como género, y también en la vida cotidiana. Pero el fantasma más lindo que conozco es el del dios Momo, que en ciertas noches se incorpora a toda una murga, y entonces casi se puede ver cómo todos los integrantes pasan a otra dimensión. En ese momento indescriptible, las personas suspenden todo lo que creen obvio y se preparan para que se venga lo inesperado”, describe.
–¿En qué otras cosas tiene fe?
–Tengo fe en Dios. En que algún día el hombre va a encontrar el equilibrio entre la solidaridad y la ambición. Creo en el optimismo, y en la gente que he elegido y que me eligió para trabajar. Creo en los carnavales del siglo XXI, porque cuando todos los pueblos del mundo suban al tablado a cantar va a cambiar el mundo. En esas cosas se juega mi utopía.
–¿Usted menciona siempre la importancia que ha tenido el apoyo de ciertos amigos en momentos en que la Falta era presionada o censurada. ¿Cuál es, a su criterio, el valor político de la amistad?
–La amistad tiene importancia política porque lleva una fuerte impronta de sinceridad, y eso es oro. Ahora: si –como hacen tantos– se entiende por política conducción, entonces la amistad te va a parecer una estupidez. Una murga se hace, básicamente, con amigos. Por lo tanto no da cabida a la mentira ni a la traición. Ese es su principal aporte.
–¿La cultura popular¿es intrínsecamente liberadora, o tiene algunos espacios que pueden ser un lastre para el propio pueblo?
–En los últimos tiempos ha aparecido una supuesta necesidad de consumir géneros, independientemente de la calidad. Dentro de la policromía del arte popular hay cosas buenas y malas. Lo mismo pasa en el arte culto. Hay cosas que definen lo que viene del pueblo, pero lo que sale de ahí no es necesariamente bueno en todos los casos, como tampoco es necesariamente superficial. Lo popular es austero, pero puede ser rico en ideas, trabajo y tantas cosas profundas que tiene el humilde. Hablo de la profundidad de las manos de Alberto Olmedo, de la poesía de Héctor Gagliardi y también de algunas cosas de Borges, de Tete Guri Vicentico y de tantos otros.
–Usted estudió artes aplicadas y periodismo, entre otras disciplinas. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian esos saberes de los saberes de la calle?
–Yo no hago mucha diferencia desde el punto de vista valorativo. Enseñan las disciplinas teóricas pero también las prácticas. Y la calle da el saber casi indispensable de la experiencia. Yo, que jugué al básquet con pasión, sé que lo que sentía por mi equipo me llevaba a veces a la gloria de ganar jugando bien, y otras veces a aflojar las derrotas con whisky y llantos. En las dos oportunidades aprendí. En esa cantina de club barrial me di cuenta de que se puede conocer a personas sabias en muchas partes y en ocasiones inesperadas.
–¿Pero se puede “aprender” lo popular?
–Se puede aprender lo popular para analizarlo, no hace falta que hayas nacido en un barrio de los suburbios. Pero ojo: hay un momento en la vida en que uno elige de qué lado está. Entonces uno se pone a ver para qué barrio arranca, qué forma de vivir y de pensar quiere compartir con los que lo rodean. Yo prefiero los barrios más modestos, porque ahí encuentro la belleza a flor de piel.
–¿Piensa la poesía, el ritmo y la melodía como esferas separadas o las crea de manera simultánea?
–Depende. Yo soy de apuntar en papelitos, como si armara almácigos de ideas. Después agarro un pedazo y me meto en una especie de laberinto. A veces salgo de ahí y me encuentro con un valle hermoso. Otras veces la musa viene, pero despeinada. Entonces hay que arreglarla un poco, buscarle adornos para embellecerla. Si lo hacés más o menos bien, el valle hermoso al final del laberinto puede aparecer.
En la página web de Falta y Resto (www.faltayresto.tk) Castro escribe que “los pueblos que cantan juntos están construyendo paz”, una frase que armoniza con algunas señales que se están dando en el continente. “Creo que estamos queriendo cantar juntos, pero también estamos cayendo en algunas trampas que nos ponen los de arriba”, analiza Tintabrava. De a poco la conversación vira hacia el tema ineludible en toda charla entre argentinos y uruguayos. “Mi vieja nació en Fray Bentos, y yo conozco los efectos que tuvo ahí la desindustrialización. Es un pueblo fantasma. Por eso si viene alguien y dice que va a crear trabajo poniendo papeleras todos lo escuchan atentos. Porque hay hambre, loco. Mientras tanto, Brasil y Argentina pagan la deuda externa y no hay una política latinoamericana de contención de los más pobres”, relata.
Raúl Castro hace un breve silencio. “A veces –confiesa, después de unos segundos– pienso lo bueno que sería que no se hicieran las papeleras. Otras veces pienso en la esperanza que tienen los que confían en conseguir un laburo allá. Y otras veces me pregunto: ¿y en mi casa, cuánto papel estoy consumiendo? ¿De dónde viene? ¿Dónde estarán todas las papeleras que no conozco?”.
Informe: Facundo García.
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