Sáb 05.12.2009
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MUSICA › EL CUARTETO DE NOS PRESENTA BIPOLAR, EN EL TEATRO COLEGIALES

Rock, humor y surrealismo charrúas

La banda liderada por Roberto Musso tiene veinticinco años de trayectoria y el disco más vendido de la historia de Uruguay, pero le costó demasiado cruzar el charco en serio. Sin embargo, su disco anterior cambió esa suerte y ahora va por más.

› Por Roque Casciero

“Acá nos sucede algo muy interesante: hay gente que nos conoce hace bocha y otra que nos está conociendo con Bipolar.” El que habla es Roberto Musso, voz y guitarra charrúa del Cuarteto de Nos, una banda con veinticinco años de trayectoria que recién pudo cruzar el charco de manera consistente a partir de Raro, su disco anterior. Lo cual no sería tan extraño si no fuera porque el Cuarteto –que completan el bajista Santiago Tavella, el baterista Alvaro Pintos y el guitarrista Riki Musso, actualmente “de licencia”– tiene en su haber, por ejemplo, el álbum más vendido de la historia en Uruguay, Navidad en las trincheras. Y porque, más allá de su país, la ironía y los juegos de palabras con los que Musso construye sus ocurrentes letras (es el principal compositor de la banda) se captan mejor acá que en otros lugares de habla hispana. Ahora la taba se dio vuelta: hoy, por segunda noche consecutiva, el Cuarteto presenta el reciente y notable Bipolar en El Teatro Colegiales, Lacroze y Alvarez Thomas. Y las entradas ya están agotadas. “Tenemos nuestras teorías sobre por qué no pudimos tocar seguido antes, ninguna comprobada –dice el cantante–. Durante los ’80 y principios de los ’90, el rock uruguayo no tenía infraestructura, era un páramo, por más que a los conciertos del under montevideano iba mucha gente. Incluso después de tener éxito, a veces ni siquiera teníamos sonidista. Y de la Argentina salían cosas muy grossas. Hasta ese momento, evidentemente, éramos algo inexportable. Con Navidad... hicimos el esfuerzo de venir para acá, pero nos encontramos con la barrera de lo técnicamente aceptable. El disco tenía muy buenas canciones, pero al lado de otras cosas que se grababan acá...”

–... sonaba medio amateur.

–Es que fue grabado en cuatro canales, en la casa de mi hermano... ¿Cómo no íbamos a sonar así? Igual, ya tenía la potencia de las canciones.

–Por otra parte, hasta no hace mucho tenían un sonido de rock de los ’80.

–Bueno, cuando pensamos eso no cuesta tanto darse cuenta por qué no llegábamos a la Argentina. El quiebre fue cuando empezamos a trabajar con Juan Campodónico (productor de Jorge Drexler y miembro de Bajofondo). Habíamos laburado hasta el hartazgo la autoproducción, ya llevábamos veintipico de años juntos, nos conocíamos todas las mañas, y fue bueno decidir tener la figura de un productor, de una cabeza que nos viera de afuera.

–Que además tiene un sonido moderno.

–Totalmente. Y tenía el plus de que era fan del Cuarteto, así que ya sabía todo, nos entendía, conocía la historia. Se armó una equipo fabuloso, una mezcla que produjo el éxito de Raro. Juan nos decía que el Cuarteto era como un diamante en bruto en términos de producción, porque las canciones eran muy explotables. Y en Raro confluyó todo eso, porque si uno hace un disco con buen sonido y las canciones no están buenas, tampoco funciona. Pero el secreto de por qué el Cuarteto no pegó antes está en la producción.

Los cambios a partir de Raro no pasaron sólo por el sonido, sino también por la forma de componer de Musso, quien encontró un formato ideal para sus agudas letras kilométricas: rapea con gracia y acento rioplatense en las estrofas y reserva para los estribillos frases y melodías certeras, a menudo explosivas. Esa tendencia se profundiza en Bipolar. “Quería ver las cosas de otro ángulo y empezar a escribir desde ese lugar, sin perder la esencia de surrealismo y de humor que tiene el Cuarteto –confiesa Musso–-. Y en este disco me propuse ir a fondo, a ver qué pasaba con ese experimento que había empezado en Raro. Pensé: ‘Bueno, ta, ¿por qué en un momento en que ya está todo escuchado no hacer algo que también pueda ser leído como un cuento, con mucha información?’ Y me metí en ese barco...”

–¿Será muy prejuicioso pensar que sus letras eran demasiado inteligentes para ser exitosas?

–En algún momento pude haber pensado así, pero la realidad me abofeteó. Aprendí a no subestimar a la gente. Pensaba que “Yo no sé qué hacer conmigo” la entendíamos los que tenemos 30 y pico, 40. ¡Mentira! El primer día que la canté, los guachos de 14 años me la espetaban en la cara y me decían: “Sí, yo viví todo eso”. No hay que subestimar, pensar que la gente no lo va a entender. Igual me quedó algo que usted mencionó del rapeo: soy un gran fan de la payada y me veo más emparentado con eso que con Roberto que se quiere hacer el hiphopero del Bronx (NdR: Increíblemente, Musso no conoce al Latino Solanas de Diego Capusotto). Para mí, alguien cantando en esa onda te transporta para el Río de la Plata.

–En el disco aparece mucho la palabra “yo” y la primera persona del singular, pero es probable que en todos esos “yo” haya muy poco de usted.

–Hay muy poco de mí, es cierto. Bah, hay algo salpicado en cada canción.

–En “Breve descripción de mi persona” aparecen algunas características...

–Sí, la gente cree que estoy describiéndome, pero sólo hay algunas cosas. Cuando compuse esa canción me acordé de las entrevistas de trabajo o exámenes psicológicos en los que dicen: “Bueno, contame, ¿cómo sos?”. Y uno se va al carajo... ¿Qué quiere que le cuente? Y ahí empecé. El tipo se mete en cosas más comprometidas y termina diciendo “nunca cuentes todo”. Por un momento pensé en escribirla desde mí, Roberto yendo a buscar trabajo, pero iba a ser súper aburrida. Quedó con partes mías y otras que no, como juega todo el disco. (El corte de difusión) “El hijo de Hernández” define las identidad por lo que uno no es. Eso me pareció súper interesante.

–Y ahora todos deben preguntarle quién es Hernández, como en Raro le preguntarían de quién es el nombre propio en el hit “Yendo a la casa de Damián”.

–Sí, sí. Con la de Damián me atomizan, directamente. Me llamó la atención lo que me preguntó sobre el “yo” porque todo el mundo dice que el disco trae mucho “yo”, pero me hablan de la canción de Hernández y de la de Miguel (“Miguel gritar”), que son terceras personas. En la de Miguel me gustó la idea de un personaje contado por otro, pero que no quede claro si ese tal Miguel existe o si el que canta se mimetiza con el otro.

–Como el que va al sexólogo y le dice: “Tengo un amigo con un problema”.

–¡Tal cual!

–¿Construyó el disco con ese “yo” tan presente?

–No, no salió de modo conceptual, pero cuando le mostré las canciones a Juan me dijo: “Bueno, pero todas se llaman ‘Yo tal cosa’”. Se dio así.

–Incluso recuperaron “Me amo”, que es de otro período compositivo y se nota (figuraba en Cortamambo, de 2000, el primer disco del Cuarteto en ser publicado en la Argentina).

–Sí, claro. Hubo varias razones para eso: Juan nos decía, y estábamos de acuerdo, en que el disco necesitaba momentos de descanso de toda esta vomitada verbal. “Primavera” también cumple esa función. “Me amo” cerraba por el tema del “yo” y porque era una balada.

–¿Le cuesta escribir baladas?

–Sí, totalmente, no sé por qué. No es un problema melódico, sino que se me hace difícil meter una letra que me convenza en tan poco espacio.

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