La decisión fue fundamental y marcó un camino, aunque en ese entonces no lo supiera: cuando hubo que optar entre una fiesta de 15 u otra cosa, esa “cosa” se llamó Stratocaster, e ir por el sueño propio se convirtió en conducta, en la única dirección posible. Ignacia Etcheverry, de ella se trata, sabe que el camino no es fácil –y menos todavía en la Argentina, en donde las oportunidades y los buenos lugares para tocar se cuentan con los dedos de una mano–, pero sí divertido y lleno de satisfacciones. Sola con su guitarra y su computadora, de la misma manera que grabó su primer EP Mis manos, se subió a un avión con rumbo a Barcelona, a probar suerte. “Intento vivir de la música, y para dedicarse a esto uno tiene que plantarse de una determinada manera ante la vida, hacerle frente”, afirma.

Como pasa en casi todos los estilos que son una mezcla de otros, la música de Ignacia es difícil de situar en una escena en particular. “Es electrónica, con elementos del pop y del rock”, contesta rápido, como quien tiene la respuesta lista a una pregunta que se repite una y otra vez. Ese mix se traduce en una base electrónica, armada con sintetizadores y cajas de ritmos, un costado rockero, culpa de las guitarras cargadas de efectos y procesos –“como Radiohead”, le gusta decir– y un perfil netamente pop, de melodías dulces y pegadizas y estructuras simples estrofa-estribillo. También hay guitarras acústicas y otros instrumentos antiguos, como para poner un toque vintage. “Tuve una formación muy diversa, toqué un montón de estilos, hago lo que me divierte, y el resultado siempre termina siendo ése: medio electrónico, medio rockero, medio pop... Me adapto a cualquiera de esos lugares”, explica.

La Strato la llevó hasta el conservatorio, donde no obtuvo ningún título, pero sí la apertura musical que expone en Mis manos, disco que grabó casi en solitario, con la ayuda de algunos amigos, como la banda Espectra y Ezequiel Araujo (actual Imperfectos, ex Avant Press y El Otro Yo). La cuestión de grabar y editar un disco en pleno auge de las descargas y del stream online surge como una necesidad de tener algo real, “que se pueda tocar y sentir como un momento de la vida”. En 2009, con la ayuda de Internet y un préstamo del Fondo Nacional de las Artes, Ignacia se animó a pisar suelo español. “Hola, este es mi disco, yo hago esto”, fue la frase obligada en cada presentación. Mal no le fue, ya que está en los planes repetir el viaje para este año y sumar a Chile en su recorrido.

En la actualidad trabaja en lo que será su segundo disco, que contará con la coproducción de Fico, guitarrista de Massacre, y que estará en la calle en marzo o abril. “A pesar de venir del rock, cuando hablamos con Fico y me dijo todo lo que estaba escuchando y haciendo, no lo dudé”, cuenta. “Comparto su criterio y además estaba buscando alguien que no me encasille, ya que soy un poco difícil de clasificar, porque lo que hago es bastante deforme y poco convencional para el rock, por la ausencia de bajo y batería”, agrega. Las letras tampoco aceptan demasiados parámetros: “A pesar de no haber protesta social de manera directa, sí se manifiesta cuando uno habla de la propia vida y de lo que a uno le pasa, y cuando las letras refieren a cuestiones como pelearla, o a ir contra la corriente, esa protesta queda implícita”.

Si bien en el vivo también acostumbra plantarse sola frente al público, Mr. Miguelius suele acompañarla con máquinas o, como es habitual en él, con su garganta. Para el show que dará esta noche en el Roxy Live Bar (Niceto Vega 5542, a las 22, gratis), Ignacia ensayó por primera vez con una banda, por lo que se prevé algo más rockero, o menos electrónico, o no tan pop. Nunca se sabe cuando de mezclas se trata: hasta que no se prueba, es difícil conocer el resultado.