MUSICA › EL FESTIVAL REUNIO A 100 MIL PERSONAS
El cierre en Comuna San Roque fue una ceremonia rockera de ley, con varios músicos versionando canciones del prócer.
› Por Cristian Vitale
Desde Comuna San Roque
Cuando la figura rústica e imperturbable de Pappo apareció tocando Rock and roll y fiebre en la pantalla gigante, un escozor recorrió las espaldas de 15 mil personas. Todos estaban ahí, inmutables, intentando recuperar retazos del padre del rock and roll argentino. Y el tributo a él, largamente anunciado por los organizadores del Festival Cosquín Rock, sirvió al menos para menguar el desconsuelo. Fue perfecto, profesional y, sobre todo, emotivo. Inolvidable recordarlo allí, clavado en el mismo lugar pero un año antes, tocando una versión increíble de Sucio y desprolijo junto a Charly García; o desplantando a Molotov ¡sugiriendo al Bolsa González hacer un solo de batería!, cuando le correspondía tocar a los mexicanos, o difundir con dureza rockera que Catupecu Machu hacía ruido y él no. En suma, no pudo haber mejor epílogo para la VI edición de este festival que ya se instaló como el más importante de Argentina, con números que hablan por sí solos: casi 100 mil personas en cinco días, 130 bandas de todos los palos. Y un nivel de organización interno que, pese a ciertas fallas recurrentes, mejoró respecto del año pasado.
Al video de Rock and roll y fiebre le sucedió el de Katmandú, otra de las gemas que Pappo dejó antes de irse. Después, un torrente de luces se desgranó sobre la guitarra que tocaba en Riff para que todos la contemplaran, como a una diosa pagana de la música. Y luego aparecieron los motoqueros y ellos, sus amigos. El mismo Bolsa en batería, Miguel Botafogo –¡por fin la primera guitarra del Carpo!–, Yulie Ruth en bajo, Luis Robinson en armónica, el heredero Luciano Napolitano en guitarra y el tecladista Nico Raffetta. Sus versiones más entrañables se sucedieron con un sonido indiscutible. Primero fue Fiesta cervezal –que ya la había hecho Lovorne el día anterior–, después Hombre suburbano, cantada por un Pity Alvarez calmo y distendido. Y un popurrí blusero, cuyo epicentro sonoro devino del órgano de Deacon Jones. El estadounidense, que en el pasado les puso teclas a los embrujos bluseros de Freddy King, John Lee Hooker y BB King, le dio un toque de distinción y densidad a Siempre es lo mismo –cantado por Botafogo– y Blues de Santa Fe, otro clásico del viejo Pappo’s Blues.
Tampoco podía faltar Juanse. Antes de cerrar, entrada la madrugada del lunes con Ratones Paranoicos, se despachó con una versión de Ruta 66 –“el” cover del festival–, que no alcanzó a conmocionar: sonó mejor la que Jóvenes Pordioseros hizo con Bolsa González, en otro de los shows de cierre. Tampoco impresionaron las que interpretó Celeste Carballo: Desconfío y Adonde está la libertad, aquel tema que Pappo compuso en la cárcel –principiando los setenta– después de ser detenido mientras comía panchos con Black Amaya en un bar de Chacarita. Alejandro Medina y Vitico, viejos compañeros del Carpo en distintas etapas de su vida, retomaron lo que faltaba: Aeroblus, con el tema Solísimo en 1977; y Riff, con las dos canciones que Vitico prometió recrear por su querido amigo, aquel con el que pateaba tachos de basura en las calles de Córdoba: Susy Cadillac y Sube a mi voituré, contundentes ambas.
Ricardo Iorio y Claudio Marciello también rindieron su tributo “al más grande que del pueblo nos llevó al rock and roll y al blues”, según Iorio. Ambos tocaron Llegará la paz, pero lo mejor lo mostraron con Almafuerte. Tras un show lamentable de Brujería, la mejor banda pesada del país brindó un set sin desperdicios. Tal vez a esta altura, la mayor riqueza del cuarteto metalero consista en el talento sin límite de Marciello. Guitarrista sorprendente e imprevisible –poco usual en el género por estos tiempos–, al que le sobra paño para meter bellas melodías en medio de una canción fuerte como Convite rutero, mantener cautivos los oídos exigentes del metalero medio argentino con Triunfo o tornar Del más allá –también dedicada a Pappo– en uno de los mejores temas que generó el heavy en los últimos tiempos. El Tano es un creador compulsivo y espontáneo. Lo muestra y lo refrenda, siempre. Es penoso que a veces, como en este caso, Iorio perturbe un estado musical perfecto con arengas agresivas sin ningún sentido. ¿Para qué caerle duro a Turf o a Leo García con palabras si se puede demostrar con música?
Cuando terminó Almafuerte, la gran cantidad de gente que llenó el escenario temático –única vez en los cinco días– optó por dos caminos: trashumar 400 metros por última vez para escuchar a Attaque tocando Setentistas o Espadas y serpientes, y a los Ratones. O encarar el largo regreso a casa, después de cinco días en el que apenas algún incidente perdido –como la agresión de los patovicas a Cristian Aldana, de El Otro Yo– fue excepción y no regla.
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