Jueves, 11 de marzo de 2010 | Hoy
MUSICA › ESTEBAN MORGADO PRESENTA VAMOS QUE VENIMOS JUNTO A SU CUARTETO
El grupo que el guitarrista conforma con el bandoneonista Walter Castro, el violinista Enrique Condomí y el contrabajista Horacio “Mono” Hurtado lleva una década transitando todos los estilos del tango, sin adscribir a banderías ya perimidas.
Por Diego Fischerman
El habla de algunas rarezas, por ejemplo hacer temas de Stevie Wonder o Queen con estilo tanguero. Pero, tal vez, la verdadera rareza sea otra. En un contexto en que los proyectos rara vez duran mucho tiempo, el guitarrista y compositor Esteban Morgado festeja los diez años de su cuarteto. El, el bandoneonista Walter Castro, el violinista Enrique Condomí y Horacio “Mono” Hurtado en contrabajo están trabajando desde que se juntaron para acompañar a Lidia Borda en Patio de tango y ahora vienen de tocar en Madrid, Roma, Perugia, Ancona, Luxemburgo, Atenas, Londres, Munich, Milan, Trieste, Bari y Nápoles.
El reciente Vamos que venimos, que hoy presentará en La Trastienda (Balcarce 460), es su sexto disco en esta década, pero Morgado no se había dado cuenta del aniversario. “Es que, salvo en 39 Billares, que fue un proyecto de otra naturaleza, donde tocaba con diferentes músicos, este grupo estuvo en el centro de todos los proyectos. El nuevo disco nos pone, por supuesto, muy contentos y es, como los anteriores, una producción independiente hecha con todo el esfuerzo y el compromiso: económico, desde ya, porque no es fácil hacer un disco, pero sobre todo artístico. Pusimos mucho, en todo sentido, para que este disco fuera posible”. El guitarrista incluye aquí, además de temas propios, grandes clásicos del género, como Troilo o Piazzolla. “El estilo está en los arreglos –reflexiona–. Un grupo busca su sonido y uno se juega desde la veneración y el respeto por las obras de otros para después poner el sello. En las músicas populares, el arreglo, la versión, es mucho más que una mera interpretación de algo que ya estaba completo. No se trata de leer las notas de una partitura sino de una creación. Y allí uno pone todo lo que está al alcance de la mano: el contrapunto, los recursos formales, las maneras de hacer que el protagonismo circule entre todos los integrantes. Este es un cuarteto y no un trío acompañando a un guitarrista solista. Las melodías pasan por los cuatro instrumentos y la melodía, para mí, es la vedette.”
Para un músico de tango, en la actualidad, existe un amplio universo de referencia que incluye músicas que, en su momento, eran tomadas como bandera por grupos antagónicos: los estilos de D’Arienzo, Salgán, Maderna o Piazzolla despertaban fuertes controversias. “No se trata tanto de que las discusiones hayan desaparecido –dice Morgado–. De hecho, cuando se le quiso poner Astor Piazzolla al conservatorio de la ciudad, varios profesores se opusieron. Pero creo que uno no tiene por qué hacerse cargo de esas polémicas. Lo más importante es no ser víctima de los encasillamientos y, más bien, estar siempre dispuesto a descubrir las maravillas que están en otra parte que la que solemos frecuentar. Finalmente, lo que vale es la música. Si llega al alma, si es una música que sentimos que nos mejorará cuando la toquemos, que nos hace sentir ganas de apropiárnosla –y eso un músico lo hace tocando, no hay otra manera–, poco importa que un bando u otro quieran tomarla de bandera. Para mí, Troilo, Piazzolla, D’Arienzo, son fuentes en las que puedo abrevar. El gusto por uno no me obliga a defenestrar al otro. Me interesa la música muy contrapuntística, los juegos entre las distintas voces, los contrastes y la simultaneidad de melodías que tengan entre sí un alto grado de independencia. Pero también me gusta el baile y el último disco es sumamente bailable.”
Morgado siente una especial preferencia, también, por las características tímbricas del grupo. En el jazz, los “cuartetos sin piano”, de los que los de Gerry Mulligan y los de Ornette Coleman fueron los más notorios, tienen una tradición propia. Y es una tradición ligada con claridad a las estéticas más contrapuntísticas y menos atadas a la idea de una melodía acompañada (sobre todo, de un acompañamiento acórdico subordinado a esa melodía). “Trabajar sin piano abre muchísimo las posibilidades –comenta Morgado–. Es como si todo tuviera un rumbo un poco menos prefijado. El piano es demasiado pesante –y demasiado presente– mientras que la guitarra puede jugar más en igualdad de posibilidades con el violín, el bandoneón y el contrabajo.”
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