MUSICA › ALFREDO PIRO Y MILONGAS DE LA A A LA Z, SU HOMENAJE A ALFREDO ZITARROSA
Su genealogía indica una pulsión por el tango –es hijo de Susana Rinaldi y Osvaldo Piro–, pero en el cantante conviven infinidad de estilos. Tantos como para animarse a la figura del flaco uruguayo, decisión arriesgada, pero con resultados óptimos.
› Por Cristian Vitale
Alfredo es hijo de Susana Rinaldi y Osvaldo Piro. Acaba de cumplir 37 y lleva puesta una remera de Lennon y el mono Yoko. Tiene los ojos un poco delineados, muñequera a la Judas Priest, morral de cuero y anillos con cruces cuadradas. “Los habré comprado en alguna feria”, trata de recordar. Toma café con soda, es tanguero por genes y convicción, también actor. Y rocker. Su versión de “Close to me” de The Cure le suma puntos en esta senda y ha sabido, además, amoldar su voz austera, rigurosa, a distintos géneros. Cantó en cuatro de las más prestigiosas Orquestas de Tango del país –la Filiberto, la de Leopoldo Federico, la de la Ciudad de Buenos Aires y la Ciudadana de Córdoba– y lleva en el morral cuatro discos de cosecha propia: Bien debute (1998), Segundas intenciones (2004), Oír de noche (2008) y el flamante Milongas de la A a la Z, grabado junto al también novel grupo Guitarra Negra y dedicado, claro, a don Alfredo Zitarrosa. “Grabar este disco fue una necesidad más fisiológica que artística... lo padecí y lo parí”, se ríe él, tratando de darle un cauce lingüístico a la obra.
–Lo padeció y lo parió. Lo sufrió demasiado, entonces...
–Totalmente. Si bien hay una elaboración puntillosa en los arreglos, traté de no correrme demasiado de las versiones originales. Grababa, me escuchaba y volvía a repetir las tomas, porque no me convencía... Claro, porque lo que estaba esperando era lo que faltaba: la voz del quía, justamente.
Zitarrosa, su voz, es más o menos como La Doce: podrán imitarlo, pero jamás igualarlo. Consciente de la limitación, Piro se las arregló para no pasar un papelón ante los guardianes del acervo zitarroseano. Tomó varias de sus canciones más populares (“El violín de Becho”, “Gato del perro”, “Stephanie”, “Crece desde el pie”, “Doña Soledad”), las arregló con tacto y respeto, y las conjugó en estilos: chamarrita, polca, taquirari, gato, habanera, zamba y candombe. “El repertorio fue el resultado del armado de temas para tocar en vivo. En base a eso se hizo una selección bastante peliaguda. Primaron ciertos factores, como el de diversificar géneros como para contraponer el título, porque al primer contacto con el disco uno ve que no es sólo de milongas, ¿no? Por otro lado, nos dejamos llevar por las canciones que más nos gustaban, o que más apuraban para estar listas, aunque en ningún momento primó elegir algún tema porque era más conocido que otro”, explica.
Guitarra Negra (Moscato Luna, Aníbal Corniglio, Carlos Filipo, Peña Aceituno y Juan Iruzurieta) presentará el disco el martes 6 de abril a las 21 en el Teatro Alvear, y el mentor del grupo resume su giro zitarroseano como una asignatura pendiente. “Me refiero al hecho de abordarlo integralmente, como está concebido este disco. Incluso, cuando arrancamos con el proyecto, éste no era pensado con destino de disco sino de vivo. Pasé como un año reticente a grabar. ¿Por qué? Simple: sus discos ya están. Si se pretende verlo desde un lado más benévolo, el hecho de justicia era propagar las canciones en vivo. Traerlas de la memoria al escenario y cantarlas todas las veces que hagan falta. Pero después la cocción del grupo llevó a que se concretara este berretín, que son las milongas de Zitarrosa en un disco. Otra de las limitaciones era que hay ciertos preceptos en él que no se pueden disgregar”, dice.
–¿Cuáles?
–Bueno, la canción y el estilo de Zitarrosa con su mensaje y la persona. No sé... yo cantaba “Doña Soledad” y sentía que me quedaba pedaleando.
–¿Y en qué momento venció el prurito que le impedía grabarla?
–Bueno, al principio, cuando empezamos con este proyecto y teníamos que hacer alguna nota en radio, yo honestamente ofrecía ir con los pibes y tocar, pero pedían disco, grabación... Yo llevaba sus discos, pero pedían algo mío. Y bueh... fui aflojando, manejándome en esa tensión que implica no copiar, pero tampoco atentar contra esos preceptos de los que hablaba. Quizás, en mi caso de intérprete, la plusvalía fue no correrme de mi estilo personal y, desde ese mismo lugar, cantar a Zitarrosa.
El descubrimiento de Piro fue algo tardío. Mucho más acá de su niñez. Exactamente el 17 de enero de 1990, un año después de la muerte de Zitarrosa, durante un homenaje al hombre del que participaron Susana Rinaldi, Serrat y Baglietto. “A partir de entonces supe quién era él, qué era esa iconografía oscura, estéticamente enjuta, ¿no? Con el tiempo, cuando expuse mi primer disco, me hicieron una nota en Radio El Espectador –donde Zitarrosa trabajó como locutor–, pasé el disco y el conductor del programa me mandó un guiño zitarroseano por la coloratura de mi voz. Me dijo: ‘Se ve que lo has escuchado’. En ese momento yo no lo tenía tan presente, pero para ese entonces se editó en Uruguay su colección de inéditos, me hice de una pequeña artillería zitarroseana y así empecé a procesarlo”, dice.
–¿Y el tango? ¿Guardado?
–Imposible. Ahora le estoy produciendo un disco a mi vieja con Leopoldo Federico, que es de voz y bandoneón solamente. Nunca podré escapar del tango porque, además de haberme criado con dos bastiones en casa, es inevitable mencionar como mis mayores referentes los discos de Sosa, Rivero, Goyeneche, el Tano Marino...
–Y Acho Estol. Usted fue uno de los invitados a cantar en Buenosaurios, su disco solista.
–Sí. En verdad, Acho me significa un respeto enorme. Un faro conducente, que no recurre a la postal trillada dentro del tango, y pone sus canciones al servicio de nuevos intérpretes sin discriminar por géneros. En Acho pueden convivir Moretti y Palo Pandolfo con el Chino Laborde y Brian Chambouleyrón. El hace realidad una frase de los Massacre con la que yo comulgo: “No más patologías tangueras”.
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