Jue 01.04.2010
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MUSICA › MARTíN ELIZALDE, DE LOS FALSOS PROFETAS A LOS AMORES DE TRINCHERA

Doce historias pendulares

Las canciones del primer CD solista del pianista y autor ponen el foco en el costado más obsesivo y enfermizo del amor, escapándose del cliché romántico. Hay rock, sí, pero matizado con colores balcánicos, valses, cumbias, tangos y extraños boleros.

› Por Cristian Vitale

El nombre Martín Elizalde suele aparecer solapado en lo colectivo. Como parte de un conjunto que supo hacer del under un territorio seguro: Falsos Profetas. Así diez años y tres discos hasta que, Acho Estol mediante, este pianista y compulsivo autor de letras saltó el cerco. Fue de lo colectivo, básicamente rockero, a lo individual, básicamente ecléctico, con el disco Amores de trinchera. “Está bueno ampliar siempre la paleta”, resume él, atrincherado tras la mesa de un bar de esquina. El tópico de la charla gira en torno de las obsesiones y fantasmas que llevaron a este joven cantautor a tallar sobre papel virgen doce historias pendulares (amor-desamor) que se salvan del cliché, de la cancioncita fácil para descansar en aguas más profundas. “Cuando nos preguntamos de qué hablamos cuando hablamos de amor, no estamos diciendo ‘cómo me gusta la mina’. Hay 50 mil maneras de elaborar las relaciones interpersonales”, desliza.

–¿Y cuál es la suya? El título del disco parece una apuesta guerrera.

–Una onda amores guerreros ¿no? (risas). Tiene que ver con el momento en que te encerrás en tu casa y tenés una relación que, con el paso del tiempo, termina siendo importante. Duradera. Son amores domésticos, de no salir, de estar atrincherado. Al menos en la canción homónima. Después hay un abordaje de la soledad y la ausencia del ser que me marca mucho y, como efecto, a mis canciones.

–Si bien el disco no es de rock, usted viene del género con Falsos Profetas. En ese ámbito, el amor no es bien visto si se lo aborda como lo haría un autor melódico. ¿Sintió la presión?

–No. Igual, yo parto de otro lado. Pasé mi adolescencia en los ’90, una época que te quiso vender una realidad irreal, superficial, y hay muchas bandas de mi generación que reflejan eso. Para mí, aún dentro del contexto del amor, llevarle a una mina una carta y ponerla en el buzón es ir contra la corriente, contra lo que te quieren vender. Nada pasa de moda: el cara a cara sigue siendo más vital que lo virtual.

Elizalde ensambla esos laberintos neotangueros en los que el alma humana cae cuando un amor se va (“Ya no añoro tu regreso/sólo espero que estos versos/te hagan sentir un poco mal”, “¿Quién mató a las golondrinas?”) con un tacto musical que eyecta del rock para estrechar lazos con diversos géneros: desde cocoliches balcánicos “a lo Kusturica”, hasta valses, cumbias, tangos, aromas de folk inglés o raros boleros. Todo, bajo la producción y el mosaico instrumental que aporta Estol, cráneo de La Chicana, mechando y probando instrumentos: acordeones, hammonds, contrabajos, mandolinas y bandurrias, con los tradicionales. “El minimalismo me gusta, pero recién cuando estás de vuelta de otras cosas... No da para hacer una carrera con dos acordes y tres palabras. No me gusta. Mi búsqueda tiene que ver con abrir el lenguaje”, señala.

–¿Y quiénes están en esa búsqueda?

–Creo que estamos en una etapa en la que hay cierto temor de probar y arriesgar. Se repiten las fórmulas y lo que se ve en las vidrieras por lo general es chato. En algún punto es entendible por cómo están las discográficas, ¿no? Nadie se anima a apostar por algo diferente. Las cosas más interesantes siempre van por los márgenes.

–Bien, ¿quiénes van por los márgenes entonces?

–Hay pocas cosas que me emocionan... tal vez esté medio insensible (risas). Una de ellas fue “Raquel”, el tema que Alejandro Balbis le hizo a la madre. Alguna canción de Cruz Maldonado. Me gustan los Paquidermos, que son como los Manal de hoy; Pablo Dacal y la lírica de Estelares.

–¿Cómo fue la experiencia de grabar con Acho?

–Trabajar con él es un verdadero lujo, por todo lo que aporta a nivel conocimiento y compromiso musical. Si se habla de Amores de trinchera como una cosa medio bélica, él es como un referente en cuanto a la lucha por el lugar que uno cree que debe ocupar dentro de la música.

–¿Y cuánto tuvo que ver con lo “cargado” del disco?

–Mucho, pero bajo un concepto que liga con lo que cuentan las historias. Lo que más me interesa es cuando el amor se vuelve, más que amor, una cosa patológica, enfermiza, que ronda la obsesión. Y la instrumentación del disco acompaña esa mirada.

–Un giro de estilo respecto de lo que hace Falsos Profetas.

–Primero que no es rock. Hay algo, pero la onda es muy ecléctica y está nutrida de una mirada personal. Me permití explorar ciertas cosas que habíamos insinuado con la banda. Pero pasa que con una banda de rock te centrás en un género, cuando yo me siento más cómodo explorando. Hoy los géneros sí están muy saturados y una manera interesante de hacer algo que trascienda lo cotidiano es investigando lo distinto... no hay muchas más.

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