Lunes, 12 de abril de 2010 | Hoy
MUSICA › PLACEBO OFRECIó UN SHOW INTENSO Y ACCIDENTADO EN EL MALVINAS ARGENTINAS
El trío inglés tocó por tercera vez en Buenos Aires, esta vez para presentar el reciente Battle for the Sun. Y en el microestadio de Argentinos Juniors volvió a salir victorioso, aunque debió batallar con problemas técnicos.
Por Luis Paz
El recital que la banda londinense Placebo dio el sábado por la noche en el microestadio Malvinas Argentinas comenzó a las 21.16. Y a las 21.23. Luego de sus visitas al Luna Park en 2005 y al Club Ciudad de Buenos Aires, el núcleo duro de Placebo (el cantante y guitarrista belga Brian Molko y el bajista y guitarrista sueco Stefan Olsdal) regresó a Buenos Aires para presentar su álbum más reciente, Battle for the Sun, pero se enfrentó con una noche accidentada. Primero fue un pico de tensión el que, a dos minutos de haber comenzado, dejó a los músicos haciendo karaoke para las tres mil personas que se acercaron al microestadio de La Paternal. Molko, Olsdal, el nuevo baterista Steve Forrest y los tres músicos que los acompañaron hicieron mutis, como si alguien estuviese rebobinando el momento, y reaparecieron tras cinco minutos, con el drama eléctrico ya solucionado, para comenzar con el estreno “For What it’s Worth”.
Fue un show compacto, de una hora y media de duración, en el que la banda de rock alternativo volvió a revisar sus canciones fundamentales basándose en su nuevo disco. “Hola, hermanos y hermanas, pendejos y pendejas, mi nombre es Brian y el de mi grupo de rock es Placebo”, presentó Molko antes de comenzar “Ashtray Heart”, otro tema del nuevo disco. El título de esa canción (que tiene estribillo en español) no es, como dijeron algunos, el nombre inicial de la banda: el propio Molko tuvo que salir a desmentirlo en varias notas. De todos modos, dieciséis años después de que el cantante y el bajista se cruzaran en un subte de Londres y decidieran armar un grupo, éste sonó todo lo preciso que el tinglado del Malvinas Argentinas y los problemas técnicos le permitieron. Y tal vez por el agregado resonante del techo de chapa, brutalmente demoledor, al punto de causar varios desmayos y una deshidratación en masa.
El tema que da nombre a su nuevo disco continuó la performance, seguido del lado B “Soulmates”, que tienen incorporado a su lista de temas desde el lanzamiento del compilatorio B Sides (1996-2006). A esa altura, el público (mucho cuero, botas, borceguí y tintura) ya estaba a tono con el volumen y las penetrantes luces del escenario, listo para que el también nuevo “Speak in Tongues” le volara el bonete. En “Follow the Cops Back Home”, la tecnología le jugó otra mala pasada al trío: la gran pantalla trasera dejó de funcionar y saltó directamente desde el video con imágenes de guerra a un negro infinito. En la mesa de sonido, nuevamente los asistentes se alborotaron y comenzaron a cruzar gritos en un inglés indecodificable, más altos cuando empezó “Every You, Every Me”, el tema de 1998 que presentó a Placebo ante el público mundial.
“Special Needs”, del experimental Sleeping With Gosts (2003), también sonó con arreglos de percusión, teclas y cuerdas nuevos, más cercanos al sonido del muse actual, con bases pospunk más ligadas al baile y guitarras bien filosas, deudoras del punk dance. Para “Breath Underwater” regresaron las proyecciones, que una parejita del fondo no tardó en festejar más que a cualquier tema. “Si alguno anda de drogas –propuso Molko mientras un centenar de manos se erguían para devolver el guiño–, este tema es para ustedes: es nuevo y se llama ‘Julien’”. La parejita vibró y arremetió con una sacudida idéntica a la que, metros más adelante, dos mil quinientos “pendejos y pendejas” también reproducían en serie. Ni “Neverending Way” ni “Come Undone” ni “Devil In The Details” refrescaron el ambiente. Recién con “Meds”, interpretado a tres guitarras, dieron respiro al público.
Por suerte, porque el bloque “Song To Say Goodbye”, “Special K” y “Bitter End”, que cerró la presentación, fue totalmente arrollador, una demostración de cuando la presencia de elaboradas baterías puede aportar a las melodías y también de cuando las guitarras simples del punk se convirtieron en new wave. Ya con diecisiete temas en el bolsillo (y cambios de guitarras para Molko y Olsdal en cada uno de ellos, en un desfile de las mejores violas del rock), la banda dejó descansar un poco a los asistentes, aunque el par de chicas desmayadas y el muchacho al que agarraron cortando bolsos no volverían para los bises.
Si algo le faltaba al concierto era un ida y vuelta más claro entre banda y público, y hacia allí fue Olsdal en “Bright Lights”. El sueco se paró en medio del escenario, con las manos elevadas y, aun cuando en esa posición parecía poder volcarla en un aro de básquet sin tener que saltar, su intención era otra que poner en evidencia su altura: hacer que tres mil personas sacudieran sus manos de izquierda a derecha. Como coordinador de viaje de egresados, el guitarrista amenizó la última curva del concierto. En “Trigger Happy” volvió a ser evidente su kilométrica altura, con el petiso Molko agachado y Olsdal sacándole un cuerpo. El show del guitarrista acabó durante “Infra-red”, en el que se mantuvo parado, amenazante, junto al amplificador de su bajo, inmutable hasta que se hizo cargo de los coros.
Para el cierre, sólo “Taste In Men” quedaba. El tinglado, los seis músicos (a Molko, Olsdal y Forrest los acompañaron un tecladista, un tercer guitarrista y una violinista y tecladista), el público y los asistentes de sonido anglófonos, bañados en sudor, terminaron de dar forma a un recital contundente, efusivo y cinético, una fiesta potenciada por ciertas sustancias y una tremenda muestra de rock moderno. A la salida, el chiste provino de uno de los coros de sus canciones, tan cargadas de términos médicos: ¡Que alguien llame una ambulancia!
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