Lunes, 12 de abril de 2010 | Hoy
MUSICA › MUCHAS LUCES Y ALGUNAS SOMBRAS EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE USHUAIA
El Coro de la ciudad tuvo una actuación destacada, pero la orquesta no logró ensamblarse y dio un concierto poco lucido. Brillaron dos intérpretes argentinos: el violinista Xavier Inchausti, de 19 años, y el pianista Valentín Surif.
Por Diego Fischerman
Desde Ushuaia
Con algunos puntos altos y, como desde hace seis años, con un notable efecto en la comunidad de Ushuaia, a cuyo deslumbrante paisaje se ha incorporado definitivamente, el Festival Internacional continúa su trayectoria. Su comienzo estuvo signado por la fecha, en una vigilia de ex combatientes de Malvinas del 1 al 2 de abril, y con David Lebon cantando, con arreglos de Guillo Espel, para una multitud; en esta edición, el emprendimiento creado por la asociación Festspiele rompió las fronteras, tanto geográficas como estilísticas (algo que ya se había anunciado en años anteriores, con la presencia de Silvia Iriondo). Al aire libre, fuera de su emplazamiento habitual en el Hotel Las Hayas, la música empezó cargada de significación política. Y es que aquí la cuestión de las Malvinas está demasiado cerca. Aquel sentimiento que Charly García resumía cantando “no bombardeen Buenos Aires” nada tiene que ver con el de quienes todavía hoy cuentan cómo veían pasar aviones en dirección a las islas esperando su regreso en vano.
Uno de los aspectos más positivos del festival es la creación del Coro de Ushuaia, integrado por habitantes de la ciudad y preparado durante el año por Pablo Dzodan. El coro participó de varias de las funciones, en obras como el Requiem de Mozart o la Sinfonía Nº 9 de Beethoven, y mostró una entrega y un compromiso sorprendentes. También resulta relevante la existencia de una orquesta de la ciudad, aunque más no sea como un molde a llenarse en cada ocasión con diferentes músicos. El solo hecho de que el público de Ushuaia tenga la posibilidad de escuchar una orquesta sinfónica en vivo es bueno en sí, más allá de las imprecisiones que puedan surgir en las funciones, del poco entendimiento entre el director Jorge Uliarte, fundador y uno de los factótum del festival, y la orquesta con su conformación presente –integrada por músicos en su mayoría provenientes de la Filarmónica de Buenos Aires y la Estable del Teatro Colón–, y de interpretaciones poco lucidas.
Tampoco aparece claro el rumbo en el caso de algunas de las contrataciones internacionales, como en el caso de los solistas italianos Tania Di Giorgio, Elisabetta Pallucchi, Paolo Macedonio y Giulio Boschetti, sólo explicable en virtud de algún canje de favores. Estuvo muy lejos del nivel que el propio festival ha fijado como estándar su versión de una suite de la comedia madrigalesca de tema religioso Teatro armonico spirituale, de Giovanni Francesco Anerio y antecedente del oratorio barroco, con dirección de Luca Garbini y la participación del Coro de Ushuaia y un grupo de cámara formado por integrantes de la sinfónica. En ese sentido, también resultó extemporánea la mediocre paráfrasis sinfónica de “El cóndor pasa” hecha por un amigo del director, el joven austríaco Helmut Kirisits. Escrita como una suerte de pequeño poema sinfónico con un ingenuo programa que el director se ocupó de relatar –en el que se referiría el despertar sexual de un niño ushuaiense de 13 años, el enamoramiento por su maestro y, en el fondo, la aparición de la figura mítica del cóndor–, en los aspectos más técnicos mostró un deficiente manejo de los planos orquestales, un pastiche de estéticas y graves problemas de escritura orquestal.
En el mismo concierto en que vio la luz tan desafortunado intento, el violinista argentino Xavier Inchausti, de 19 años, brilló en una deslumbrante interpretación del Concierto Nº 1 de Paganini, por sobre algunas desinteligencias entre el director y la orquesta que provocaron desajustes rítmicos y una cierta planicie expresiva. Eso también fue evidente en la Sinfonía Nº 2 de Brahms. Inchausti, luego de la ovación unánime del público, que lo aplaudió de pie durante largos minutos, tocó de manera magistral la Balada de la Sonata Nº 3 de Eugène Ysae, dedicada a Georges Enescu. Una actuación destacada del pianista croata Goran Filipec, en un programa dedicado íntegramente a Chopin en el que logró altura interpretativa en la Marcha de la Sonata Nº 2 y en las secciones lentas de los Scherzi, enmarcó otra presencia argentina significativa, la del pianista Valentín Surif. Con un perfil francamente bajo, él defiende desde hace años un repertorio que a fuerza de ninguneo se ha vuelto casi secreto. Un repertorio que, más allá de cierto tono menor, no merece el olvido. Responsable de la grabación de la obra pianística de Alberto Williams para el sello Naxos, en su excelente concierto en Ushuaia, Surif interpretó, con amorosa meticulosidad, tres composiciones breves de este autor, la Sonatina de Carlos Guastavino, un “Malambo” de Alberto Ginastera, la Cuarta Sonata de Roberto García Morillo y una versión de “Adiós Nonino” de Astor Piazzolla.
En la última semana, el festival promete las presencias del cuarteto de cuerdas mexicano Cuyos, del pianista noruego Einar Steen-Nokleberg (haciendo música de Grieg, claro), del grupo de cámara brasileño Solistas de Paulinia, de la Camerata de San Juan y, obviamente, de la Filarmónica de Ushuaia. Esta formación cerrará el encuentro el próximo sábado, con el Concierto para piano y orquesta de Grieg (con Steen-Nokleberg como solista), la Obertura de Tannhäuser de Wagner y la Sinfonía Nº 4 de Tchaikovsky.
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