MUSICA › DREAD MAR I PRESENTARá SU DISCO VIVí EN DO, EN EL GRAN REX
El cantante Mariano Castro es un caso insólito dentro del reggae local: como solista y desde la independencia, llega a hacer tres funciones en el teatro céntrico. Y pensar que su disco anterior tuvo que esperar dos años en un cajón...
› Por Juan Ignacio Provéndola
Que el título del último disco de Dread Mar I se pueda leer Viví en Do o, sencillamente, Viviendo, no es apenas una zonza combinación de palabras con fines efectistas. A diferencia de otras intentonas similares del cantante (como Jah Guía/Ya Guía o Amores/Amor Es), tal vez en este flamante título se descubran más fielmente sus objetivos en las trincheras de la música: vive de ella, y también por ella. “Hace cuatro años que me dedico exclusivamente, desde que me quedé sin laburo y no busqué más. Comí arroz durante unos cuantos meses y me las rebusqué como pude hasta que empezaron a aparecer shows y entró algo de plata. Y ahí descubrí que es para lo que me hicieron en esta vida y para lo que sirvo. Para mí, la música es una misión y no vengo a competir con nadie”, asegura Mariano Castro, ese muchacho de dreadlocks interminables que se lanzó por el camino de los solistas de reggae que, en la Argentina, sólo había sido transitado por personalidades de frondoso currículum como Fidel Nadal, Pablo Molina y el Bahiano. Pero ya pasó el tiempo de comer sólo arroz: esta noche, Dread Mar I llegará por primera vez al Gran Rex y, como para tomarle bien el gusto, repetirá el sábado y el miércoles próximos.
Las modestas pretensiones iniciales de Castro/ Dread Mar I se sublimaron en Jah Guía, un disco grabado con máquinas que tuvo dos años en un cajón hasta que, finalmente, pudo editarlo en 2005 a instancias del programa de deportes extremos de ESPN, Gravedad Zero. “Ellos usaron ‘Inspiración’, una canción mía, como cortina del programa. Cuando me preguntaron cuánto quería por ella, les pedí que me sacaran el disco”, cuenta el cantante. El arreglo también incluyó la edición de Luz, el último material que grabó con el grupo Mensajeros.
Desde entonces, Dread Mar I vivió en Do: armó una banda de músicos con la que grabó sus tres discos posteriores, tocó todo lo que pudo hasta convertirse en uno de los artistas con más shows por año, y hasta fue parte de Los Cafres como corista e, incluso, sustituyendo alguna que otra vez a Guillermo Bonetto. En 2008 se dio cuenta de que se había convertido en un producto atractivo para la industria discográfica cuando ejecutivos de Sony y Warner se arrimaron con sus maletines para ofrecerle un contrato. Castro dijo que no, y la apuesta no le salió nada mal: Amor Es fue publicado por el propio cantante, se convirtió en un suceso nunca visto para el género y él alcanzó cotas de popularidad impensadas para un solista de reggae sin más antecedentes que un puñado de esfuerzos independientes.
–¿Sacar un disco por su cuenta es un negocio o simplemente una excusa para salir a tocar?
–Es un negocio para el que vende cuatro millones de copias. La autogestión requiere de un trabajo extramusical muy intenso. Voy a buscar los discos a la fábrica personalmente y los pago, mientras que de la distribución se encarga una sola persona. Igual me va bien y estoy muy contento con mis resultados. Hay una cuestión de competencia que siempre mete la gente diciendo “esta banda es mejor que aquélla”. Hago lo que me sale del corazón. Si gusta, buenísimo, y si no, veré qué hacer. Tal vez siga igual, porque lo siento así.
–¿Cuánto hay de convicción ideológica y cuánto de conveniencia monetaria a la hora de rechazar un contrato discográfico?
–No levanto ninguna bandera acerca de la independencia. Por eso no tengo problemas, por ejemplo, en arreglar con La Serenísima para que utilicen una canción mía para una publicidad, tal como lo hicieron, porque además mi música sonaba junto a niños saltando y bailando y me pareció muy bueno. La música está por un lado, y el negocio por otro. En mi caso, las negociaciones con las compañías no me sirvieron. Tuve unas charlas, muy buena onda, pero no me podían dar lo que les pedía y preferí hacerlo por mi cuenta. No es que estoy en contra de las discográficas. A algunos puede servirles, porque podés ir a tocar la guitarra a un subte, pero mantenerte en la música es difícil. Simplemente no estoy de acuerdo en un montón de cosas de cómo piensan, entonces prefiero hacerlo solo. El día que tenga ganas de delegar todo ese trabajo extramusical que hago y ellos me ofrezcan algo interesante, tal vez acepte. Por el momento, sigo pagando por mi libertad.
Esa libertad de la cual habla se trasluce en las veinte canciones de Viví en Do, donde Dread Mar I sigue exhibiéndose como un cantautor simple pero certero que se balancea sin tapujos entre el reggae roots y el lover. En sus letras abundan críticas sociales, planteos existencialistas, referencias bíblicas, liturgia rasta, amor y desamor, sostenidas por una de las voces más personales y amables de toda la música criolla. Pero no solo de reggae vive el hombre: “Mi hermano menor, que trabaja conmigo en la parte de merchandising, me pasa mucha data, porque quiero estar vigente sabiendo lo que otra generación piensa de la música”, confiesa Castro, y entre sus preferencias enumera a Vampire Weekend, Boy Kill Boy, Futureheads, The Shins y hasta Lisandro Aristimuño (“me gusta su música experimental y cómo plantea las canciones; además me hace sentir cosas buenas”). Y, bajo semejantes influjos, descoloca con un pronóstico impensado: “Siento que el indie rock va a predominar en un momento no muy lejano, tal vez en cinco años. La gente va a empezar a prestarle atención y llenarán lugares grandes. Son artistas que tocan rock pero tienen melodía, saben cantar e, instrumentalmente, les meten oído a las canciones. No es rock thrash, que suena y listo. Hay idea y está bueno”.
–¿Haría un disco fuera del reggae?
–Es el género de música que me gusta hacer y que aprendí bien, pero no descarto hacer otra cosa en algún momento. Me gusta el reggae electrónico, con máquinas, y me encantaría hacer algo así, no sé cuándo. Algo más moderno, aunque acá todavía no está muy bien visto. Tendría que ver si estoy apto para hacer algo así, aunque la verdad es que siempre que tuve ganas de hacer algo, lo hice.
–¿Cuesta renovarse dentro del género?
–Cuesta acá, pero afuera hay muchísimos innovadores, que fusionan el reggae tradicional con otras cosas. Acá se conoce mucho el reggae local, pero no tanto el de afuera, seguramente porque siempre se prefiere escuchar la música cantada en el idioma de uno para saber y entender lo que se está diciendo. Me parece que va por ahí la movida.
–¿El reggae lo condujo casi obligatoriamente a predicar el rastafarismo?
–Lo mío tuvo que ver con algo más espiritual. A uno le pasan cosas y, si está perceptivo, seguramente las capta. En una época de mi vida me pasaron algunas y tuve ciertas revelaciones en mi corazón y en mi ser que me hicieron tener fe en el algo. Fue muy natural, no hubo presión ni nada por el estilo. Pasó lo que pasó, me sentí así y decidí no cortarme más el pelo, ser más fiel en mis creencias y darle más atención a mi corazón que a mi cabeza. Son formas de vida. Esto me sirvió para separar las aguas. Porque antes, si hacía algo malo, sabía que estaba perdonado. Ahora directamente lo evito. La lucha que tenemos todos los humanos es entre la cabeza y el corazón. El mío sabe lo que siente y lo que quiere. Por más que me obnubile con cualquier cosa, lucho para que ese pensamiento no me domine.
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