MUSICA › MARTIN BUSCAGLIA PRESENTA TEMPORADA DE CONEJOS EN BUENOS AIRES Y ROSARIO
El músico uruguayo llega acompañado de su banda, Los Bochamakers, para mostrar su quinto álbum, que acaba de editarse en la Argentina. “Me encanta que el uruguayismo esté de moda”, dice sobre la avanzada oriental de este lado del Plata.
› Por Karina Micheletto
Si de un tiempo a esta parte la Argentina ha posado sus ojos –y sus oídos– en una nueva generación de cantautores que llegan desde la otra orilla del Río de la Plata, Martín Buscaglia es uno de los nombres que más suenan en esta avanzada oriental contemporánea. La que suena es, en rigor, su música, hecha de elementos tan originales como difíciles de encasillar: elementos de pop, funk, rock, toques electrónicos, instrumentos inventados y diferentes ritmos del folklore como recursos dispuestos en función de una canción propia. A modo de ejemplo, vaya una descripción al azar: en su nuevo material, Buscaglia puede tocar un blues con bombo legüero, agregarle el toque flamenco de Kiko Veneno como invitado, de fondo vinilos de Michael Jackson y cantos mongoles, y que todo eso no suene a experimentación, sino, simplemente, a una bonita canción.
Martín Buscaglia tiene un nuevo disco –Temporada de conejos, el quinto de su carrera y el segundo editado en la Argentina, por el sello Los Años Luz– y, como corresponde a estos tiempos de pasión musical oriental en los que parece que todos somos uruguayos, viene a presentarlo por estas tierras. En Buenos Aires el show será hoy a las 21 en el teatro ND Ateneo (Paraguay 918), y junto a Buscaglia estará su grupo, Los Bochamakers (en el que forman Martín Ibarburu en batería, Mateo Moreno en bajo y Matías Rada en guitarra, y que esta vez sonará ampliado) y un coro de tres cantantes y bailarinas especialmente pensado para la ocasión, que según define el uruguayo “oscilan entre los Beach Boys y Carmina Burana”. Mañana, Buscaglia y compañía actuarán en el teatro Lavardén de Rosario y después harán la presentación oficial del nuevo material en Uruguay.
Quienes han visto shows del cantautor uruguayo saben que sus canciones en vivo no siempre se parecen a lo que suena en el disco: cargadas de nuevos instrumentos, o más desnudas, la escena es oportunidad para Buscaglia, más que de mostrar lo ya hecho, de seguir buscando. “Pretendo aprovechar los conciertos para que las canciones sigan desarrollándose, o mostrando otras facetas”, explica él. “Por ahí en el disco le pongo mil ruiditos, detalles, cositas, y después en vivo muestro el tema sólo con una guitarra, y esa transformación me interesa. Si la canción está buena, soporta cualquier cosa”, asegura.
Otro momento de los shows de Buscaglia es la aparición del hombre orquesta. Es cuando se encarga de ejecutar instrumentos inventados por él mismo, búsquedas sonoras “de aquello que no se puede estudiar”. Buscaglia habla de “sensibilizar algo que no había sido pensado para hacer música”. Y así como el Tuppertronic, hecho con circuitos electrónicos encerrados en un Tupper, fue la estrella de presentaciones anteriores, y el “batapocket” o el “cuchillo de torta cantor” también figuran entre los instrumentos que se tocan en el disco, esta vez habrá –¡cuidado!– ejecución de cables pelados, que, según descubrió Buscaglia, están en Sol. “Estos instrumentos suelen dar una apariencia simpática o naïf, pero también suelen ser muy violentos. Me gusta esto también, aplicado a la música o a las palabras: que la canción que parece amable esconda un lado oscuro, y la que a priori suena más ácida se descubra delicada”, dice el músico, y agrega sobre su “hombre orquesta”: “Lo que me interesa en especial de este segmento es que las secuencias grabadas las armo en el momento, con la voz voy armando y grabando en el mismo vivo. A este momento se lo puede ver como el más experimental, pero a mí me parece que es el más verídico, aquel donde aparece más clara la canción pura”.
–¿A qué se refiere con verídico?
–A que no hay ningún truco, no llevo nada pregrabado; es el opuesto total al estudio, la cruda verdad. El estudio es una caja de trucos, ahí puedo camuflar, maquillar todo y además tomarme mi tiempo para buscar la forma justa, lo que tenía en mente. En escena, en cambio, no hay ficción: lo que suena es lo que se ve, en el mismo momento en que lo estoy haciendo. Eso me gusta; me gusta no sólo mostrarlo sino también vivir esa experiencia.
–¿Cuál es el lugar que le da la electrónica en su música?
–Me interesa explorarla para lo que la necesite, pero a la vez tengo muy en claro que hago canciones y que la tecnología es un recurso. Quiero decir, la utilizo de una manera medio neandertal, medio cavernícola. La controlo lo suficiente para grabar mis discos y no mucho más. La estudio hasta aprender lo que necesito, pero nada más, porque no me interesa sonar como otro.
En la biografía de Martín Buscaglia hay un padre –Horacio– músico y director de teatro, al que escuchaba en su casa compartiendo su música con Eduardo Mateo, Rubén Rada o Hugo Fattoruso; una madre –Nancy Guguich– también música, compositora y bailarina; un hermano menor –Paolo– baterista y luthier de tambores de candombe. “Desde chiquito viví la experiencia artística mezclada con la vida cotidiana, de una forma muy natural. Para mí era lo más normal que alguien estuviera preparando un guiso en la cocina, mientras tanto otro en el living hacía un tema, mientras tanto otra gente caía a ensayar... Y también era lo más normal que en la mesa se hablara con la misma pasión de Rubén Rada, Led Zeppelin o Pablo Milanés”, dice Buscaglia.
“Creo que esa manera de vivir la música, como parte de tu vida cotidiana, es la misma manera en que la vivo hoy. Además, mis viejos eran generadores constantes de proyectos, que abarcaban la música, la poesía, el teatro. Eso también lo siento como herencia. No lo vivo como un peso, al contrario: me inspira, me mueve a hacer, me gusta mucho sentir que continúo una obra familiar”, asegura Buscaglia. Cantacuentos, un grupo de música infantil del que forma parte, es otra de las herencias de las que se enorgullece: sus padres crearon Canciones para no Dormir la Siesta, un grupo infantil emblemático durante la dictadura, y este proyecto –del que también participa su madre– es, de alguna forma, su continuación.
–¿Qué explicación encuentra para esta “ola uruguaya” que parece vivir la Argentina en materia musical?
–En Uruguay no lo vivimos como un fenómeno, pero a lo mejor es cierto que muchos aquí se están enterando de algo que allá sucede hace mucho tiempo. Vivir en un país chico tiene todo un lado malo, pero también lo bueno de que te impulsa a generar cosas que no se parecen en nada a las de al lado. A mí me sorprende que aquí todo el mundo de repente me hable de Fernando Cabrera, del Príncipe, que todos sepan más que yo de murga... Me sorprende y me encanta. Supongo que también tendrá algo de azaroso, y también algo de fetichista. ¡Porque el uruguayismo está de moda! Sí, hoy somos un país de culto en muchos aspectos.
–¿Lo dice contento o apenado?
–No es ni bueno ni malo, digo lo que veo que está pasando. De repente, Uruguay es un país misterioso, convoca el interés de los otros. ¿La verdad? A mí me encanta.
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