No fue un “presagio” muy positivo: Manuel Orellana y Rodolfo Lucca –más Ernesto Guevara, en su momento– le había puesto ese nombre a su grupo hasta que una banda de rock porteña decidió volver al ruedo con la marca registrada. “Tuvimos que devolverlo cuando ya teníamos dos discos publicados con ese nombre”, se resigna Orellana, 28 años, guitarrista y cantante santiagueño. Obligados, pasaron a ser Terral. Como tal grabaron el tercer disco (al que titularon Presagio), pero apareció otro grupo con fonética similar, y no hubo otra: “Ahora pusimos los apellidos. Nos cansamos, che”, resume Lucca, 34 años, guitarrista y cantante santiagueño, con gestos de haber sufrido tanto cambio. Pero lo que significa, más allá del vaivén etimológico, es la sustancia. Como Presagio, habían salido revelación de peñas del Cosquín 2000 y el disco debut, Alma maternal, contó con Raly Barrionuevo, el Dúo Coplanacu y Horacio Banegas entre los invitados. En el segundo, Tierra que espera, se mandaron con 12 canciones propias entre las 14 que lo poblaban. Y el tercero, ya como Terral, fue de total concepción propia. “Tocaron León Gieco, que una vez nos invitó al Opera, el Raly otra vez y Peteco Carabajal. Creo que lo que más atrae es que siempre tratamos de componer más que hacer versiones”, se regodean ambos.

Presagio, luego Terral, luego Orellana-Lucca, se originó en Córdoba en los tiempos en que el comedor universitario paría hijos del folklore todos los días. Orellana nació y se crió en Frías, hasta que con 12 años se mudó a Buenos Aires. Vivió en San Fernando y Florencio Varela. Armó un dúo con Coco Banegas y, de vuelta al pago, fue convocado por su coterráneo Raly Barrionuevo para ser parte de la banda que grabó Circo Criollo. Lucca, santiagueño de la capital, pasó su adolescencia en El Cholar, un pueblo del norte de Neuquén pegado a la Cordillera, y luego se instaló en Córdoba para seguir una carrera universitaria. “Abandoné enseguida. No era lo mío”, se ríe. Ahora, el dúo se mueve como pez en el agua en el circuito caliente que forman Santiago del Estero, Córdoba y La Rioja como epicentro de nuevas miradas folklóricas que vienen fortaleciendo al género desde que los legendarios MPA pusieron la semilla.

–Más allá de los vaivenes con el nombre, lo que nunca cambió es la relación de dependencia Santiago del Estero-chacarera. ¿Es inevitable?

Manuel Orellana: –Tenemos la chacarera incorporada, aunque podemos grabar temas con influencias de otras músicas... No sé, candombe, algo de rock onda Charly García o Gieco. A veces fusionamos y miramos mucho a Peteco u Horacio Banegas, que han sido los primeros en incorporar esa visión. Jugamos un poco con eso, pero siempre volvemos a la chacarera. Nunca vamos a hacer un disco sin chacarera, es imposible.

Rodolfo Lucca: –Divididos acaba de sacar Amapola del 66 y tiene una chacarera. ¿Cómo haríamos nosotros para evitarla? Es como pedirle a un riojano que no toque chaya.

Los testimonios son un fresco preciso de lo que expone Habitantes de mi tierra, el cuarto disco del dúo, ya instalado como Orellana-Lucca, que mostrarán esta noche en La Trastienda (Balcarce 460). Doce piezas –la mitad propias– con un marcado acento en la música de su tierra, más ciertos giros hacia el rock –más por instrumentación que por estilo– y un guiño huaynorteño a otro referente que se animó a abrirse, sin abusar (“Juan Alonso, el Hornero”, de Jacinto Piedra). “No tenemos drama en mandarnos con una formación de bajo, bombo y batería y, al otro tema, tocar a guitarra de nylon y bombo pelado. Pero nuestra intención principal es componer. O, a lo sumo, rescatar versiones del olvido. Es lo que hicimos con ‘Noticias del monte’, un tema de Sixto Palavecino y su hijo Rubén, que los pibes que vienen a vernos piensan que es nuestro. Está bueno informarlos”, remarca Orellana.