Sábado, 8 de mayo de 2010 | Hoy
MUSICA › ANDREA PRODAN, HERMANO DE LUCA, ESTá AL FRENTE DE ROMAPAGANA
Con pasado de actor en su Italia natal y presente de músico y cantante en la tierra que antes que él eligió el fallecido líder de Sumo, el hombre con apellido rockero ilustre habla de sus creaciones, del punk, de cine y de Berlusconi.
Por Luis Paz
“Me doy cuenta de que mi apellido ayuda a conseguir la curiosidad de algunos periodistas”, reconoce Andrea Prodan. Es que, si bien ser hermano de Luca ya no es curioso cuando se lo presenta, hay muchas razones por las que Andrea atrae. Es de esos pocos artistas que aparecen tanto en Allmusic como en IMDB, las más precisas bases de datos sobre música y cine, porque transita esos dos campos. Desencantado de Berlusconi, vive en Córdoba y sigue apareciendo en películas, aunque haya dejado de lado su florida carrera para oxigenarse en su banda. Tiene el acento raro, las canas parejas, unas frases preciosas y un disco que presentar, el epónimo debut de Romapagana, que estrenará esta noche en Temperley (a las 22 en Finisterre, Meeks 1183) y el lunes 17 en Lo de Luca, para celebrar el 57º cumpleaños del cantante de Sumo y, antes de todo, su hermano.
“Amo a Romapagana, hija mía y de Segovia Fernández de Limardo. Al tener padre italiano con nombre de mujer argentina, podría ser una acomplejada y, sin embargo, dice lo que siente y piensa sin complejos”, celebra. “Habla dos idiomas, pero putea en castellano. Es intensa, oscura y urgente, como la época en que nació. Y le cuento: dicen que durante su bautismo, el cura resbaló y se quebró la muñeca, lo que quedó como mal presagio para la Iglesia y las instituciones.” Andrea cuenta en castellano de modo hipnótico. Y con esa misma característica canta en inglés y actuó en italiano, aunque como idioma no exista: Italia es país de dialectos y, si su cine recobró el vigor, fue porque volvió a ser contado mediante ellos, relaciona Andrea. De todos modos, años antes de rondar los 50, decidió abrirse del cine. “Es un criadero de casos para el psicoanalista, quince años de trabajo en él me enfermaron. La música, la que tiene una razón, me salvó. Ya soy grande para vivir de eso y para ponerme frágil, porque el actor es un títere y sólo en pocos casos tuve la sensación de estar creando algo.”
Tal vez por eso haya reaparecido desde otro lugar en Luca, el documental de Rodrigo Espina para el que fue entrevistado, y en Together, una historia dirigida por el danés Jannick Splidsboel y recientemente estrenada en el Bafici, sobre dos hermanos (Andrea y Luca), un país (la Argentina) y cómo el pasado modifica el presente y fuerza el futuro.
“Más allá de abrazos compartidos con Ismael Sokol (que también toca el 17 en Lo de Luca, Alsina 451, a las 18), va a ser muy profundo para ambos. Cuando vine a grabar Viva Voce (su disco vocal de 1995), vivía con Alejandro Sokol y su familia en una casa en Nono (Córdoba) donde lo grabamos, e Ismael era un niño especial. Fueron días muy simples: asadito, vino, guitarras y cielos oscuros con estrellas brillantes.”
Casi sin preguntarle, cuenta: “Luca sigue regalándome revelaciones y encuentros cercanos. Sigue sorprendiéndome. Vive”. Tal vez también hable de Claudia, la hermana que, si las escrituras realmente son sagradas y están en lo correcto, estará cantando “Warm Mist” con Luca. “Quien sobrevive a la muerte, propia o ajena, es más afortunado”, reflexiona Andrea. “Puede contemplar con más profundidad, sólo hay que ser humilde y escuchar, mirar y sentir lo que nos rodea. El viaje en tren entre Liniers y el centro no es al pedo. Algo puede pasar. Y no un robo, sino un regalo. Puede hacer ‘click’ tu cabeza. Alguien puede acercarte una verdad. Es más fácil que seas permeable a eso ahí que en Puerto Madero.”
Andrea pasa de la reflexión al comentario y luego al humor, pero con un espíritu crítico siempre, como lo tiene su música, como lo tiene el cine del que fue partícipe como actor (decenas de films y de episodios de series en Italia), compositor o intérprete de música (seis proyectos audiovisuales) o entrevistado (Luca, Together y el corto En todo este tiempo). Es crítico de la Iglesia, las instituciones y sus países, el de origen y el adoptado. De Italia, cree que “tras años de líderes maquiavélicos, la llegada de Berlusconi fue malinterpretada como el arribo de algo fresco, como un Papá Noel al estilo estadounidense que fue a regalar muchos juguetes a las masas que lo votaron y se adueñó de los medios, de los shoppings y del voto de las mujeres”. Y luego reflexiona que “acá hubo un turco que hizo algo parecido”.
–La Argentina es un país de inmigrantes. ¿Cuál es el sesgo italiano que ve en el país de esta época?
–Los italianos hablan mucho, hacen polémica, pero a fin de cuentas son unos conservadores provincianos. Los argentinos son parecidos, aunque más extremo es su pendular entre anarquía y represión. Al ser parte de América del Sur, son rehenes de los antojos de las naciones “que mandan” y los sueños de estabilidad se esfuman. Gracias a Dios, digo, porque lo que “garantiza” la receta económica del “primer mundo” es una calle sin salida monitoreada las 24 horas por cámaras de CCTV.
El panorama que ve, se lee entre líneas, no es muy distinto del de la Inglaterra de Thatcher que también habitó, en épocas de cresta y lápiz labial, heroína y mártires, Buzzcocks y Malvinas. “El punk devolvió a la gente, al pueblo, la libertad de expresarse de modo rabioso, pero también creativo, original y fresco. No sólo The Clash o Sex Pistols, sino bandas juguetonas como The Damned, analíticas como Wire y hasta poéticas como John Cooper Clarke. Era el último himno a la libertad y tomó a las discográficas por sorpresa. Era guerrilla y por esto duró poco: las multinacionales se organizaron y, con ayuda de la Thatcher y Reagan, pusieron la palabra fin a este momento tan estimulante.”
–Entonces, ¿fue una decisión política disgregar al movimiento punk?
–Toda decisión tomada es una decisión política. Si lees Clarín, es una decisión; si manejas una Toyota Hilux, tomaste una decisión. Hay que bancarse los efectos de tus decisiones. Y hoy vienen con “efecto boomerang”, así que ¡cuidadito! Hay una maravillosa película italiana del director Sorrentino que se llama L’uomo in piú. Allí, al final, su antihéroe –que se mantiene libre en una sociedad hecha de chupamedias y vencidos– termina preso, pero se da cuenta de que, paradoja del mundo actual, está más libre en la cárcel que afuera.
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