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Sábado, 18 de febrero de 2006

MUSICA › JAIME TORRES, ENTRE EL CHARANGO, LA POLITICA Y EVO MORALES

“En nombre de la cultura, a veces se idiotiza a la gente”

“Me hace feliz la asunción de Evo”, dice el músico tucumano, que en su infancia vivió en Bolivia, y agradece el “respeto a la tierra” del flamante mandatario. Mientras se prepara para un par de shows en el C. C. Torquato Tasso, el charanguista explica por qué volvió a tocar en EE.UU. después de 34 años.

 Por Cristian Vitale

El altillo de Jaime Torres está repleto de objetos diversos y coloridos. Cada uno de ellos parece apropiado para disparar una reflexión, una añoranza o una sensación. Es como si miles de palabras e incógnitas sobrevolaran ese espacio –ubicado en el tercer piso de su casa de San Telmo– y se unieran, cada vez que aparecen visitas, para darle un significado contextual. Por caso, la decena de charangos –de todo color y material– que tiene colgados en el extremo del fondo detonan una estadística al paso. “Los que ve ahí son algunos, en realidad tengo como cuarenta, o más”, detalla el mejor de los charanguistas que hay en la tierra. También puede mirar el erke ubicado detrás de su silla preferida y hablar, por extensión, de las bondades de la música puneña y el famoso tantanakuy, vigente desde 1975. O echar mano a los cassettes de Sixto Palavecino, Dino Saluzzi y Antonio Agri para despacharse sobre la gente que admira. O tomar con su mano izquierda la foto de su hija Manuela, mirarla bastante y contar cómo y cuándo empezó a bailar. “Tenía 5 años, era un soretito así y vos vieras cómo bailaba. Increíble la nena. Hoy tiene 16, le gusta sacar fotos y baila con nosotros”, dice y difunde, de paso, una parte del elenco que lo va a acompañar los jueves 9 y 16 de marzo en el Tasso.

Los temas, correlato visual incluido, pueden ser infinitos: su incursión como director musical de La deuda interna (1988), algún premio Konex (1995), el respeto por la literatura del siglo de oro español –sustentada en una estatuita de Don Quijote de la Mancha–, las grabaciones de La misa criolla (1964) o Folklore nueva dimensión (1963) con Ariel Ramírez (tiene la tapa de los discos colgadas en la pared), su primer registro sonoro (¡de 1947!). En fin, muchísimos temas. Pero hay dos en los que se detendrá sin nombrarlos: dos retratos del Che Guevara y un poncho multicolor, ubicado en un lugar central del altillo, que delata su compromiso con la cultura aborigen. La temática a destrabar, intencionada, deviene natural: revolución social + cultura aborigen = Evo Morales. Está claro que esta vez el charanguista no hará hincapié explícito en carnavalitos, huaynos y vidalas. Definitivamente no. “Me hace feliz la asunción de Evo”, admite, con una sonrisa que le va de boquera a boquera. “Si hay algo que destaco es que se hizo como correspondía, con el respeto a la tierra y a su gente, por sobre el protocolo. Es cierto que hemos tenido que aceptar ciertas sonrisas y huevadas del mundo occidental, pero hay algo clave que no se toca: el respeto a la tierra de la que uno viene.”

La cuestión central, por supuesto, no deriva sólo de contemplar objetos ni iconos disparadores. Jaime demuestra sumo interés por abordarla, porque de veras le provocó una especie de shock luminoso. Ve a Evo como un deseo ancestral cumplido, como la esperanza concreta de sectores marginados de las luces y la cultura durante centenas de años. En rigor, no es habitual escucharlo hablar de política. Cuando lo hace, en general, es para los íntimos. O en una sobremesa de asado, un poco entradito en copas. Pero ahora siente que su percepción tiene que funcionar como un universal. “Acá, en la Argentina, la gente se floreaba diciendo ‘esto es como Europa’. Los edificios, el estilo... ¿qué estilo?, ¡estilo las pelotas! En 1982 nos dijeron ‘ustedes pertenecen al mundo de los negritos’. Entonces, cómo no voy a ver con íntima alegría a un hombre que con su atuendo, su gente y aferrado a sus tradiciones le rinde culto a la tierra, como diciendo que no viene a vivir de ella ni a explotarla, sino a agradecerle lo que la tierra le va a dar.”

Su apego a Bolivia no es un dato menor. Si bien nació en Tucumán, su padre –el ebanista Eduardo Torres– no sólo le transmitió genes altoperuanos, sino que lo llevó a vivir allí cuando Jaimito tenía 10 años. Se instaló en Chumba Chica, un pueblo rural en las afueras de Cochabamba abrazado por el Río Rocha, y permaneció allí hasta los 15. “Conocer Bolivia me marcó profundamente. Si bien yo, a esa edad, ya había percibido sus aromas, sus olores y sus lenguas a través de mis padres, era un niño de Buenos Aires que ni siquiera sabía que había nacido en Tucumán, porque me trajeron a los tres meses. Entonces, llegar a Bolivia y sobre todo al campo fue encontrarme en un país distinto y distante. Sorpresivo y nuevo. Me sirvió mucho, porque en la adolescencia uno descubre cosas bellísimas. Yo tuve que hacer un curso acelerado de quechua y aprender a nadar en las acequias. Y todas esas experiencias me sirvieron para la música. ¿Cómo olvidar las serenatas, las chicherías, las fiestas y el contacto con la gente del lugar?”, se entusiasma y se olvida, por un rato, de que en unos días tiene que someterse a una angioplastia, de la que saldrá airoso. Este manantial de recuerdos opera como elipsis para abordar una y otra vez la figura del presidente de los bolivianos: “Lo importante es que una población siempre engañada salió a la luz”.

–¿Qué significa Evo, en concreto?

–Una brisa nueva para la historia política de nuestros países, que es tan compleja. Digo lo siguiente: algún día mis nietos van a decir “pero esta señora fue presidenta de Argentina” . Y no voy a saber dónde esconderme para contestarles. Imagine lo que es Bolivia, un país que le hace sentir a su gente vergüenza por su origen. Evo marca un considerando: la gente votó y quiso estar representada por uno de sus pares, que no mistificó nada ni se puso un smoking absurdo para tomar el mando.

–¿Usted nunca usó smoking para actuar?

–Sí (risas). A mediados de los ‘60. Hasta que un día me miré y dije “qué hacés, ridículo” (más risas). Y no me lo puse nunca más. Toda la vida me gustó caracterizarme con lo propio, me siento feliz de poder ser yo. Cuando toco el instrumento lo toco desde mí. Y el mayor regalo es cuando la gente te dice “me gusta porque le pone pasión”.

–¿Es factible una unidad latinoamericana como la que soñaron Bolívar, Manuel Ugarte, Perón o tantos otros dado el cuadro político actual? ¿Le parece que Evo puede entrar en la misma sintonía que Kirchner, Lula o Chávez?

–Lo digo como queja: a los políticos siempre les falta considerar qué es el arte. Porque el arte une. A través de él pasaron los momentos más dolorosos y tristes de la historia de nuestros países. Fueron casi siempre los artistas los que estuvieron cerca de los militantes, acompañándolos y jugándose. Entonces, tendríamos que pensar primero en Sudamérica para pensar en ese sueño de integración. Si vos no sos primero argentino es imposible que sueñes con la patria grande. Los músicos hemos trabajado siempre con este concepto de unión entre los pueblos: Chabuca, Vinicius, en fin...

–¿Nota otro tipo acercamiento entre políticos y artistas?

–Sí. Pero guarda, porque hoy se utilizan con fuerza las palabras identidad y cultura, pero en nombre de la cultura parece que cualquier mamarracho es lo mejor. Esto es buscar idiotizar y tratar a la gente de tonta. Lo que sí, siempre somos consultados antes de una campaña política o de las elecciones. Pienso que los políticos llegan siempre tarde. ¿Por qué? Porque no defienden los intereses del pueblo, sino los económicos. ¿Cómo va a creer la gente en ellos?

–¿A los músicos se los utiliza políticamente?

–No sé. Yo nunca me he sentido utilizado. He estado donde he querido estar. Si tengo que acompañar una marcha, la acompaño. Cualquier laburante sabe quién es quién en esto.

–Es natural que usted, en carácter de músico, priorice el valor del arte por sobre el de la política. ¿Esto tiene que ver específicamente con su condición o con que es un tanto escéptico en términos políticos, a excepción del caso Evo?

–Yo no nací para hacer otra cosa que música. Y me alegra mucho, porque si no hubiese sido por la música hubiese terminado solo en medio de BuenosAires. Tengo presentes millones de discursos de políticos diciendo “en la cultura hemos hecho 300 mil fundaciones, bla, bla, bla”, pero eso no quiere decir nada. De todas maneras, a lo largo de mi vida he participado de manifestaciones y hasta estuve preso por expresarme. Desde 1955 que no me trago nada. Y nadie desconoce mi posición. Durante las dictaduras, he compartido escena con Pugliese y nunca traicionamos nuestros pensamientos. El hombre de la calle lo sabe. En cambio, muchos civiles que participaron con los militares caminan por la calle e incluso están cerca del poder.

–En 1995, para la reelección de Menem, lo llamaron para participar...

–Y me presenté espontáneamente, porque creí que en ese momento era necesario. Veía que el país se nos iba al carajo.

–¿Y hoy?

–Percibo mejor a la gente. Es cierto que los chicos siguen pidiendo en las calles, pero no hay cambios que sucedan rápido. Cuando vas al banco y escuchás al vecino preguntar por los préstamos, cuando hace cuatro años querían quemar todo, significa que hay cambios. Se necesita acompañar lo que se elige. Y ojo que no estoy adulando esta gestión.

El giro inesperado en la entrevista con Página/12 –que sacó a Jaime del monotema del charango para incorporarlo en otro– enraíza también en su última actividad. Hacia fin de año, realizó una gira por Estados Unidos (Miami, Washington, New York y Los Angeles) que duró un mes y diez presentaciones. Tocó en universidades, casas de latinos y, vaya sinceramiento, hizo que dejara a un lado ciertos prejuicios. “A veces uno está prejuicioso con algunas cosas. Con lugares o países a los que no tiene ganas de ir”, reconoce en obvia referencia al país del norte. “Pero la música y el arte están por encima de estas cosas, porque apuntan directamente al alma, la emoción y la sensibilidad. Hacía 34 años que no pisaba Nueva York ni Los Angeles para tocar. Sólo fui porque me gané un viaje o para grabar algunas cosas con Gustavo Santaolalla.”

–Demasiado tiempo, dada su reputación mundial.

–Y desaprovechado, porque ahora fui y me di cuenta de que la música marcha por otra vía. En la Universidad de Maryland, al terminar el recital, un profesor que tenía que viajar para Argentina con 20 jóvenes decidió incluir a la puna jujeña en su itinerario. Y esos 20 jóvenes estadounidenses estuvieron en la Quebrada de Humahuaca. No pudieron hacer el recorrido que el lugar merece, pero al menos estuvieron un par de días y se llevaron una muestra, un paisaje, el afecto y la sensibilidad de la gente. En otra oportunidad, estando allá, se acercó un coleccionista y me pidió que le firmara un programa. ¡Era el que habíamos hecho para presentar allí la Misa Criolla con Los Fronterizos, el 13 de noviembre de 1971! La música sirve para estas vivencias y por eso hay que abandonar ciertos prejuicios. No sirven.

–Pero a veces los acercamientos se complican por las “cuestiones de Estado”. En este caso, la agresividad imperialista de George Bush, que transforma a ciertos ciudadanos en cómplices silenciosos. Incluso, muchos estadounidenses lo apoyan...

–Yo no soy pro de ninguna política de Estados Unidos. Al contrario, estoy en contra. Pero no puedo dejar de sentirme ciudadano de la humanidad. Uno tiene que saber convivir con todos en este mundo.

–¿Con qué se encontró de nuevo respecto de su última actuación?

–Estados Unidos es otro país. Su gente percibe que no hay más invulnerabilidad. El mundo no es el mismo después de los atentados. Tal vez la carrera armamentista y este declamar permanente por la paz para hacer lo contrario lleve a eso. En el memorial de Washington leí algo así como “la libertad no es gratis”, y ése es el concepto del pueblo estadounidense. Quiero decir, respiré otro clima.

–¿Qué percepción tiene el ciudadano estadounidense de la realidad política latinoamericana?

–Lo trasladaría a nosotros. ¿Qué sabe usted sobre lo que pasa en la intendencia de Tilcara o de Monteros? Se me ocurre que ellos tienen otra concepción del mundo, con distintos frentes a enfrentar, y no tienen tiempo de ponerse a pensar en nuestras realidades. Para ellos, Argentina es un país con cierta importancia, pero no de primer plano. El ciudadano común tiene una apreciación global sobre lo latinoamericano. Recién ahora, a través de los medios de comunicación y el arte, distinguen más especificidades. Ya no es como hace algunos años, cuando venían a Buenos Aires pensando que se iban a encontrar con gauchos en las pampas.

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“Cuando toco el instrumento lo toco desde mí. Y el mayor regalo es cuando la gente dice ‘me gusta porque le pone pasión’.”
Imagen: Bernardino Avila
 
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