Martes, 21 de febrero de 2006 | Hoy
MUSICA › FESTIVAL SERENATA A CAFAYATE
El Chaqueño, el Dúo Salteño y Los Nocheros animaron una fiesta única.
Por Karina Micheletto
Desde Cafayate
La tradicional Serenata a Cafayate, que culminó ayer con una última noche “de yapa”, mostró en esta 32ª edición una programación en la que predominaron las expresiones locales –desde las más conocidas hasta músicos, copleras y bagualeros de pequeñas localidades salteñas–, aunque atravesada por las imposiciones de todo festival masivo: como siempre, hay que llenar las butacas, y los que garantizan que cierren los números no pueden faltar. El viernes pasado, Los Nocheros actuaron ante unas doce mil personas, aunque, para sorpresa de muchos, el número que entusiasmó más al público no fue el suyo sino el de Sergio Galleguillo y Los Amigos, que recrearon la chaya riojana en suelo salteño. Fue el Chaqueño Palavecino el que transformó esta localidad de los Valles Calchaquíes en un lugar donde se hacía difícil caminar por las calles. Jugando de local, mostró una de sus maratónicas actuaciones hasta las siete y media de la mañana de ayer, con su clásica “amanecida” en Cafayate, mientras el sol salía veloz tras los cerros y las campanas de la iglesia anunciaban el nuevo día.
En uno de los paisajes más bellos del país, ese que el folklore festeja en tantas de sus letras y del que los salteños no dejan de enorgullecerse, la Serenata a Cafayate tiene por estos días un condimento extra: el del festejo del Carnaval que por las tardes copa la plaza principal del pueblo y deja muchas caras pintadas de harina y témpera. Una celebración que se extiende por todos los Valles Calchaquíes hasta el próximo “entierro de Carnaval”.
Se dice que la bodega donde se realiza la Serenata está encantada y no es sólo por los encuentros y desencuentros que suelen producir los embrujos de todo festival folklórico. Los cafayateños aseguran que por aquí andan esos duendes que forman parte de la mitología local, haciendo travesuras como la de esconder los libretos de este festival. A ese duende que teje mil historias, el poeta salteño Juan Carlos Dávalos lo definió como “un hombre petisito, sombrerudo y lampiño / forzudo como un toro, travieso como un niño”, y contó las formas más comunes en que mete la cola: “El sábado a la noche ronda la pulpería / y aporrea a los ebrios con pesada porfía. Se enanca en el caballo / les hurta los pellones / y el pan de las alforjas los trueca por carbones”.
La Serenata a Cafayate nació hace 32 años como un encuentro de amigos, “entre vinos y guitarras”, según define el intendente, Juan Esteban Ocampo. “Se juntaron y dijeron: ‘Si tomamos un vino y tenemos una guitarra, por qué no nos juntamos entre muchos?’”, explica el funcionario, quien también animó el festival durante siete años. Por eso en la semana de la Serenata se realiza una tertulia de poetas y escritores, retomando aquellas primeras Serenatas que se hacían simplemente cortando la calle, donde, tras cada canción y cada brindis, se acudía a un poema.
Como suele suceder, con el tiempo la Serenata fue adquiriendo el perfil de todo gran festival: programaciones en las que se juegan múltiples intereses, además de los artísticos, y un número fuerte por noche que asegura la venta de entradas. Esta edición comenzó con una velada en la que el tiempo no acompañó, y las lluvias imposibilitaron que muchos se animaran a largarse hasta Cafayate por estos caminos sinuosos, que suelen cortarse con las crecidas de los ríos. A pesar de eso, el Dúo Salteño recreó la magia de sus contrapuntos vocales en este regreso artístico. Además de La pomeña (que, contaron, cantaron cuando actuaron aquí por primera vez, cuando recién empezaban a salir), mostraron clásicos y bellos temas como Zamba de Juan Panadero, Elogio del viento, Zamba del silbador, Corazonando, y un homenaje a Atahualpa Yupanqui: El arriero, con arreglos de Leguizamón hasta ahora inéditos. El espíritu del Cuchi, que actuó varias veces en este festival y fue amigo de fundadores del encuentro como el bodeguero Arnaldo Etchart, sobrevoló la noche. En la segunda noche del festival, Los Nocheros mostraron su show romántico. Queda claro que en esta nueva formación, tras la partida del ahora solista Jorge Rojas, todo el peso vocal del grupo recae en Rubén Ehizaguirre. El folklore volvió con los riojanos Sergio Galleguillo y Los Amigos, y entonces sí se largó la fiesta a la que sólo le faltaba la harina y la albahaca, y que cerró, claro, con “Carnaval en La Rioja”.
Pero el verdadero fervor, casi religioso (si hasta hay estampitas que llevan su cara), apareció con el Chaqueño. El hombre del Chaco Salteño llegó con un repertorio preparado para la ocasión, con una seguidilla de temas que homenajean a Cafayate y a Salta: La serenateña, Luna vallista, Mi taleñita o Cafayate, de La Moro y Mario Teruel. Pasaron dos horas hasta que, finalmente, el sol apareció y mostró los diferentes verdes y celestes que es capaz de dibujar en los cerros. Entonces sí quedó cumplido el ritual de “la amanecida”, la llegada del nuevo día en plena actuación del hombre que en este momento, según conceden sus propios colaboradores, “aquí puede hacer lo que quiera”.
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