MUSICA › INTI ILLIMANI, ANTES DE SU CONCIERTO DE ESTA NOCHE EN EL COLISEO
Horacio Salinas, director musical del legendario grupo chileno, repasa el rico pasado y echa una mirada al presente del disco Travesuras: “Yo creo que es una muestra más de que nuestra idea artística cambió para siempre”.
› Por Cristian Vitale
Fútbol, música y política. Horacio Salinas, director musical y cuasi fundador de Inti Illimani, se embarca cómodo en esta tríada de pasiones. Mira a Chile, su país, a través del Loco Bielsa, tanto como de Piñera o del sonido actual de una de las agrupaciones más emblemáticas –tal vez la más, junto a Quilapayún y Los Jaivas– que ha dado el país del cobre a la música popular del mundo. “Esperamos meterle altos goles a Suiza, esperamos hacerle más daño que el que le hicimos a Honduras”, dice, activando su deseo de corto plazo. Y saca cuentas. Acodado en la barra del bar del Hotel Bauen, el compositor de varios de los clásicos trascendentales del grupo conversa por lo bajo con el resto de los Inti “históricos” –Horacio Durán y José Seves, entre ellos– sobre lo ideal de una potencial goleada que mañana pondría a su selección en octavos y fuera del alcance de Brasil si, como se prevé, los cariocas ganan el grupo. “Es lo que todo Chile está soñando, salir primeros en el grupo para no tener que vernos con los brasileños de golpe y porrazo, y llegar a cuartos. Así, estamos cumplidos”, se conforma.
–Lo adoran a Bielsa, ¿no?
–Totalmente. Le ha cambiado el rostro al fútbol de Chile. Ha hecho un gran trabajo ante la fragilidad nuestra, la baja autoestima y todas esas cosas que reivindicamos del fútbol argentino. A los chilenos nos cuesta decirlo, pero somos unos enormes admiradores de la forma en que los argentinos se divierten jugando. Esto es lo que ha impuesto Bielsa, más allá del rigor y la profesionalidad... Digo, la maestría de sentir al fútbol como una diversión.
El Mundial, tema caliente y candente, encuentra a Inti Illimani de gira por el país. Los sorprende a punto de presentar varias canciones de Travesuras esta noche en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125), y en una etapa de pico creativo que retrotrae a la agrupación a los mejores momentos en sus 43 años de vida. “Yo creo que Travesuras implica eso, una diversión... Algo como jugar al fútbol, ¿no? Lo que decíamos. La verdad es que nos hemos divertido muchísimo grabando”, explica, sobre el disco a punto de salir. El primero luego de Esencial, trabajo en vivo editado en 2007, y con su sustancia enclavada en el mundo de la infancia, del asombro y del compartir. “No es un disco de música infantil, sino la recreación de la mirada-niño y su forma de relación con el mundo. Es viajar, regresar por un ratito a esa cosmovisión.” Entre las perlitas de Travesuras figura “La Tarara”, un homenaje a Federico García Lorca grabado con Diego el Cigala; otro a Nicomedes Santa Cruz, en la poderosa y seductora voz de Eva Ayllón (“No me cumbe”) y un inevitable retorno a Luis Advis, personaje clave para el grupo en el período 1969-1972 –el de Canto para una semilla–, mediante “Quinteto del tren”. “Yo creo que este disco es una muestra más de que nuestra idea artística cambió para siempre, desde que tuvimos que exiliarnos en Italia. Cambió nuestra percepción e incluso la valoración que siempre hemos tenido sobre la música latinoamericana, básicamente porque apareció un afecto mayor a nuestro sentido de la pertenencia.”
–Un cambio notorio, una latinoamericanización más amplia en las composiciones que se da desde principios de los ’80. Pero más allá de este aspecto, en Esencial aparecen canciones como “Danza mediterránea” o “Canzone del pescatore”, de Roberto de Simone, que le suman un sonido europeo al grupo.
–Sí, pero eso corresponde a otra cosa. Lo que digo acerca de nuestro sentido de pertenencia a América latina nos lleva a hurgar en el origen de nuestra propia cultura que en parte, cómo negarlo, está en Europa ¿no? En España, en Italia, por sus ritmos y sus instrumentos que llegan a América latina y se transforman. El exilio nos dio una comprensión del mundo de la raíz folklórica, y las músicas populares de todo el mundo.
–Encontraron una confluencia en la diversidad.
–En algún sentido, hay una estética que une esta decantación que se transforma en el folklore, y que tiene que ver con algo que los pueblos escogen más allá de las peripecias del business, de una producción cultural cruzada por el sentido del mercado. Las músicas populares del mundo palpitan con una intensidad muy fuerte, tanto para mostrar el Carnaval como las carencias y las dolencias. Hay una belleza que las aúna y que a nosotros nos parece importante entender para poder hacer nuestra música, que a veces escapa del contorno de nuestro continente.
–¿En qué sentido suscitó polémicas la “renovación” en el seno del grupo que ya no expresa, al menos en parte, lo que significaron discos clave de los ’70 como Canto de los pueblos andinos o Hacia la libertad, muy focalizados en los sonidos andinos?
–Más allá de las discusiones, que siempre hay, uno va sintiendo el cambio en la práctica, en la ejecución o en el modo en que los integrantes se van seduciendo con las nuevas propuestas... Hablo del modo en que se llega a acuerdos tácitos que nunca se dicen con palabras, más bien se ejecutan y después se ve si uno consiente o no. Diría que hay un lenguaje muy enigmático que va haciendo que uno opte, sin quererlo, por determinados caminos. Así pasó con el Mercado de Testaccio, o el disco Palimpsesto, que contienen novedades como una canción cantada en italiano o el impacto que nos provocó la música folklórica sueca cuando estuvimos allí. A la hora de crear, esos motivos empezaron a entrar en nuestras almas y se fue fraguando una música que a veces corresponde a un país imaginario. Esto se da por nuestra condición gitana de esos años.
El largo devenir de Inti Illimani –bautizado así por el guitarrista boliviano Eulogio Dávalos en 1967– se resume en una primera etapa signada por una fuerte pasión por los sonidos del altiplano andino y la herencia de Violeta Parra, que se tradujo en ocho discos entre 1969 y 1972. A esa primera etapa, integrada por Horacio Durán, Max Berrú, Jorge Coulon, Pedro Yáñez y Horacio Salinas, le sucede la incorporación de Seves y un exilio obligado que los depositó en Roma durante quince años. Es el período de la diversificación estética, de discos clave (Canción para matar una culebra y Palimpsesto, entre ellos) que ubican al grupo en otra dimensión sonora, de la llegada de otro músico fundamental (Patricio Manns), y de clásicos como “Sambá Landó” o “Fragmentos de un sueño”. La tercera etapa, la del regreso a Chile en 1988, la de los discos Leyenda y Amar de nuevo, es la que precede a la irremontable partición del grupo en dos: los históricos y los nuevos Inti Illimani, liderados por los hermanos Coulón. “Estamos en litigio desde 2001 y la verdad es que ellos están en franca rebeldía. No sé qué destino tendrá esto. No hubo manera de ponernos de acuerdo y lo tuvo que resolver la Justicia”, recuerda Salinas.
–¿Podría retomar esa idea de “país imaginario” que representa a la música de Inti Illimani hoy?
–Es una forma de decir que el exilio nos desgajó. Por una parte nos erradicó, nos puso en un espacio difícil de definir, ese país imaginario, que tiene que ver con el impacto de la música griega, irlandesa, mexicana, jujeña o china... Ya rompimos esa barrera y es difícil volver a nuestra tierra, aunque ahí estemos, con las anteojeras. El mundo pasó a ser una curiosidad para nosotros, sin por ello perder nuestro querer ser músicos chilenos.
–¿Cómo analiza el grupo, que siempre ha estado comprometido con las cuestiones políticas, el viraje al centroderecha que se suscitó en Chile tras el triunfo de Pineda?
–Se están cometiendo errores infantiles, torpes, por parte del gobierno. Entre ellos, el caso de Otero –ex embajador de Chile en Argentina– que anduvo por acá reivindicando a Pinochet. Eso muestra que ellos tenían la garganta apretada de no poder decir cosas. Por otra parte, es interesante que el caso se haya resuelto como se resolvió, puesto que es doblarles la mano a estas expresiones que la derecha entiende como lógicas y que no son aceptables, y menos entre países hermanos, que han tenido pasados similares respecto de represiones y torturas.
–¿Por qué ganó Piñera?
–Yo creo que la gente, más que votar por la derecha, votó pensando, tal vez ingenuamente, en ir a más sobre lo que Bachelet hizo tan exitosamente. Y eso será muy difícil, a menos que este gobierno se transforme en uno de centro, apoyado por el centroizquierda. Estamos viviendo un compás de espera, porque estamos ante un gobierno prisionero de su alianza con una derecha que ya nadie quiere en Chile, una derecha muy clerical, muy fuera de los tiempos.
–¿En qué medida este estado de cosas les abre un campo para generar una nueva resistencia, por supuesto resignificada, a través de sus canciones?
–En realidad, veo difícil que la historia nos retrotraiga a situaciones como las que vivimos en el pasado, y que dieron origen a este cancionero tan vehemente, tan preclaro, que nosotros cultivamos junto a Víctor Jara o los amigos de Quilapayún, cuando las barbas y las sandalias (risas). Más allá del deseo de todos porque la canción vuelva a tener esta parte pedagógica para las masas, de por medio siempre está el problema de lo artístico. A nosotros nos parece formidable revisar el cancionero a través de Violeta Parra o Jara como algo que, más allá de la protesta, constituyó un trabajo artístico notable. Si las circunstancias nos motivan a tomar de esta realidad dura elementos que puedan transformarse en una nueva manera de componer, bienvenido, pero es un asunto que vemos como muy lejano.
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