Jueves, 22 de julio de 2010 | Hoy
MUSICA › ROOTS: MY LIFE MY SONG, EL DISCO “POPULAR” DE JESSYE NORMAN
La mezzosoprano, reconocida como una de las mejores cantantes líricas de la historia de la música grabada, se dio el gusto de abordar canciones de blues, jazz y gospel, pero sin la necesidad de adscribir a las reglas de los géneros.
Por Diego Fischerman
De un lado se dice que poco importan las definiciones, que lo que importa es la música. Del otro, sin embargo, aquellos que conocen las reglas íntimas de los distintos géneros y sus pequeñas familias, cada tanto montan en cólera porque alguien o algo, un músico o un disco, “traiciona” alguna esencia en particular. Porque algo “no es verdadero rock” o blues o tango o música clásica. La industria apuesta –qué duda cabe– a los crossover –y un montón de oyentes los festeja– mientras los defensores de la pureza de los géneros se indignan.
Los géneros, a pesar de la declamada irrelevancia de las clasificaciones, funcionan como pacto de escucha. Cada género conlleva su propio manual de instrucciones. Un buen cantante lírico no canta igual que un buen cantante de rock, de blues o de tango y lo que informa cuál será la unidad de medida para juzgarlo es precisamente el género. Y es por eso que un disco como el que acaba de grabar la notable mezzosoprano Jessye Norman, con canciones que forman parte de su universo personal y que van desde lo tradicional africano a la comedia musical y el jazz, según cómo se lo mire –o se lo escuche– está cantado pésimamente o de manera maravillosa. Ni sus blues lo son del todo, ni sus gospels suenan totalmente a gospel, ni el jazz, cuando se aproxima, se parece demasiado al jazz. Y, sin embargo, Norman, con una de las voces más extraordinarias de la historia de la discografía –una voz que todavía asombra con su color y su potencia– canta todo impecablemente. No exactamente como una cantante lírica pero, claramente, desde una mirada –desde una voz– extranjera.
Si la aventura de Barenboim con el tango, más allá del atractivo de su propia excepcionalidad, fracasaba al restarle naturalidad y estilo sin agregarle nada a cambio, el caso de Norman es absolutamente distinto, sobre todo porque no trata de parecer una cantante popular. Es decir, no intenta convertirse en una imperfecta Ella Fitzgerald –de la manera en que Barenboim era un imperfecto Salgán–, sino que aborda estas canciones que pertenecen a ciertas tradiciones populares sin abandonar su capital, que proviene de una herencia cultural bien distinta. En Roots: My Life My Song, Norman no busca ni mimetizarse con las leyes de géneros que no son los suyos ni tampoco adscribir a la dudosa idea, tan en boga hasta hace unos años, de la supuesta jerarquización que el mundo clásico –es decir, entre otras cosas, el de ciertos protocolos interpretativos– le otorgaría a cualquier música que se le pusiera en el camino.
En ese álbum doble, grabado en vivo en la sala Philharmonie de Berlín, que Sony Music acaba de editar en la Argentina, Jessye Norman simplemente canta, como sabe, algunas piezas que ama. Podría ser Berlioz o las canciones de cabaret de Schönberg pero, en este caso, se trata de Ellington o Monk. A la mezzosoprano la acompaña un grupo “popular”, conformado por piano, trompeta, saxo, contrabajo y batería, y se destaca, entre otras, su versión de “April in Paris”. Las excepciones, eventualmente, son tan importantes como la norma. En el primer disco, dedicado al repertorio africano y afroamericano tradicional, Norman incluye “Heaven”, escrita por Duke Ellington como parte de su Segundo Concierto Sagrado para una cantante lírica, Alice Babs, y “Somewhere”, de West Side Story, compuesta por Steven Sondheim y Leonard Bernstein, otro especialista en cruzar fronteras. La otra rareza, desde el punto de vista de lo que altera una norma ya de por sí rara, es su versión de “Blue Monk”: un dúo con el contrabajista Ira Coleman donde, sin letra, canturrea casi para sí.
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