MUSICA › LA ORIGINAL PROPUESTA DEL JULIO COVIELLO CUARTETO
Catorce, el contundente disco debut de la banda del bandoneonista, arreglador y compositor de la Orquesta Típica Fernández Fierro, se corre un poco de la estética tanguera más previsible, asume vínculos con el folklore y hasta se permite coquetear con Jobim y Buarque.
› Por Cristian Vitale
Lo primero que hace Julio Coviello para presentar su flamante disco es pluralizar el verbo. No es el suyo, sino el de un “nosotros” que guiará el resto de la charla con Página/12. “El nombre del Cuarteto es para que me lleguen los juicios a mí”, es el chiste, “pero la manera de laburar tiene que ver con lo grupal. Está bueno trabajar con gente diferente. Que cada uno aporte su visión y nutra el proyecto. No creo en eso de ‘lo’ solista.” A su izquierda permanecen un actor de teatro que por primera vez concreta el viejo sueño de cantar (Mariano Mazzey) legitimando con un leve movimiento de cabeza su visión horizontal y la ausencia de los demás. Al menos aquí y en su forma física. Sí están –y mucho– en Catorce, el disco debut del bandoneonista, arreglador y compositor de la Orquesta Típica Fernández Fierro que será mostrado esta noche en el CAFF (Sánchez de Bustamante 764), cuando el reloj marque las diez y media. Nicolás Di Lorenzo, piano; Mariano Bustos, contrabajo, y Eduardo Lucente, guitarra eléctrica, son quienes completan el Julio Coviello Cuarteto. El “nosotros” defendido por su mentor que le da al trabajo una solidez instrumental sin fisuras. Una contundencia rabiosa, terminal, que bien podría tomarse como un apéndice necesario de la herencia fierrera.
–¿Qué elementos arrastra el Cuarteto de su experiencia con la Fernández Fierro?
–Quien conozca a la Fierro escuchará algunos tintes de la Orquesta en este Cuarteto. Pero de lo que me agarraron ganas el año pasado fue de escribir y experimentar algunas cosas dirigiendo y tomándome más licencias que las que tengo en la Orquesta, que está muy firme con una personalidad que se funde con el rock. A los 26 años, me pintó coquetear con otras músicas que no están tan emparentadas con el rock. Se dice que la Fierro es lo más rockero en la escena del tango y lo más tanguero en la escena del rock, y yo intenté correrme un poco de eso.
Así lo expone Catorce. A un muestreo por clásicos del tango (“Milonga triste”, “Pa’ que bailen los muchachos” y “Lo que vendrá”) le sucede un lazo con el folklore tanto en la propia “Chacarera de Boedo” como en la anónima “Huinca Onal”, una pieza instrumental mapuche que solía ejecutar Atahualpa Yupanqui en sus días mejores, y hasta una visita a la bossa de Jobim y Buarque (“Retrato en branco e preto”), que Mazzey canta en su idioma original. “¿Acaso no podemos coquetear con Jobim y Buarque? –desafía el músico–. Pese al lenguaje tanguero respetamos su idioma original y le pusimos arreglos disonantes. Después de años de escuela fierrera me estoy dando otros gustos”.
–“Chacarera de Boedo” es otro caso.
–Otra cosa extraña que nos animamos a tocar. O “Huinca Onan” ¿no?, que forma parte de nuestro segmento folklórico. Eso marca que el músico de tango no sólo escucha cosas del género, sino que se nutre de todo. En este caso, es un tema anónimo mapuche que versionamos con los dientes apretados.
–Rabioso, como casi todo el disco. Acá sí que no puede correrse de la Fierro.
–Sí, pero hay diferencias. Hoy por hoy, con la Fierro estamos buscando un repertorio cantado, muy relacionado con la cultura rockera. Ahí, insisto, la rockeo con todo, mientras aquí la búsqueda es más interna.
–¿Abrir el disco con un arreglo de “Lo que vendrá” implica que el aura principal del disco es Piazzolla o se trata apenas de un detalle que se funde en otro todo?
–Yo diría que el músico que sobrevuele el disco se va a encontrar con algo de Troilo, de Piazzolla, de Pugliese... En fin, no es fácil de clasificar, porque todos los sonidos que encuentra el Cuarteto son en masa. No es cuatro solistas y un cantante, es un grupo-masa que avanza con temas cortos, algo que, ya que lo mencionamos, tiene poco que ver con el desarrollo a la Piazzolla.
Otro rasgo central del trabajo debut de Coviello es la duración de sus temas. Apenas uno sobrepasa cinco segundos los dos minutos y medio (“Seis puntos”) y el resto llega raspando a los dos. Catorce temas resueltos en media hora. “Es como la búsqueda de una síntesis, como una trompada bien pensada”, señala él. “Digamos que después de hacer todo un proceso mental, vos podés decir una frase que sintetice todo de una manera clara. Son tangos cortos y sin vueltas, porque los temas muy largos me distraen. Los entiendo con el oído del músico, sí, pero la idea de poder escuchar música sin tener un background de erudición musical también está buena. Apunto a que la primera impresión impacte.
–Conceptualmente el disco parece estar pensado como cierto tipo de mosaico que, empero, no llega a la ruptura.
–Entendido como un todo sí, porque cada clima es un tema. Como las frases literarias. Me gustan las frases claras o cortas. Cuando una frase es todo un párrafo me pesa, prefiero los que están divididos por puntos y no por comas. Lo mismo pienso y hago con la música.
–“Milonga triste” quedó como despojada de la melancolía que arrastran la mayoría de sus versiones anteriores.
–En este caso dirigí el arreglo de Eduardo Lucente, el guitarrista, y le quemé la cabeza (risas). El bandoneón cuenta la melodía sin modificarla demasiado, pero quise meterle un ritmo constante para cortarle un poco la tristeza. No tiene por qué ser un flancito sin ritmo y todo para abajo. Es parte de mi personalidad: soy vueltero y pienso que los arreglos tienen que pasar por el cuerpo.
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