MUSICA › CUCUZA Y MOSCATO, 2X4 FUERA DEL CIRCUITO FOR EXPORT
Cantor y guitarrista llevan juntos cuatro años ofreciendo sus reinterpretaciones de gemas desconocidas de los ’40 y ya tienen listo su primer CD, pero no pueden editarlo hasta que no se sepa qué suerte correrá el Bar El Faro, su reducto natural.
› Por Cristian Vitale
Cierta vez, en la extinta Puerta de Teodoro –ex refugio de y para tangueros jóvenes–, Cucuza notó un detalle bizarro. Su acompañamiento, Moscato, dejó entrever en un desliz de movimiento un calzoncillo largo, de esos a la vieja usanza. “Hacía un frío de cagarse y habíamos ido de moñito y lengue, medio en joda, porque el boliche era algo atorrantón... ¡y al tipo se le vieron esos calzones! Inolvidable. Ahí confirmé que sería mi guitarrista”, evoca Cucuza, cantor de tango, eternizado en el DNI como Hernán Castiello. “Había sido un cumpleaños. Me acuerdo porque todavía tengo el papelito”, se ríe Moscato, nacido en Villa Corina, barrio bajo de Lanús, bajo el nombre de Maximiliano Luna. Fue el debut del dúo, hace casi cuatro años, la prueba piloto de algo que los ubicaría como figuras relevantes del tango de hoy, el que corre por el costadito del mundo, tan equidistante del recreo edulcorado del género para facturar con turistas como de los caprichos estéticos de quienes tocan y se van. Cucuza y Moscato, 41 y 27 años, no son touch and go. Son genuinos. Hacen versiones simples pero efectivas de gemas desconocidas de la década del ’40, tocan por los barrios y no tienen más elementos –léase artificios– que una guitarra y una voz funcionando aceitados en ensamble.
–Cucuza y Moscato, ¿para qué ponerse otro nombre, no?
Cucuza: (Risas) Con sólo nombrarnos nos conocen en todos lados.
Lo insólito es que Moscato no sabe quiénes ni por qué le pusieron así. La sospecha es que el apodo nació de un nombre de emergencia que él y un puñado de amigos músicos le iban a poner a un grupo que terminó naufragando: Moscato, Pizza y Fainá. “Pero la verdad es que no lo sé... Lo único real es que no es por hábitos etílicos. No soy muy amigo del escabio, últimamente”, despeja. Lo de Cucuza es más claro. Cuenta su historia personal que a los 5 años lo subían a la mesa después de cenar y él siempre cantaba lo mismo: “Cucusita”, viejo tango de Alberto Castillo y Carlos Lucero, cuya letra cuenta la triste secuencia de un nene que le va a pedir al doctor por el hada que curó a Pinocho, para que haga lo mismo con su hermana. “¿Usted no me conoce?/ Me llamo Cucusita/ y tengo una hermanita que no puede jugar/ es de trencitas rubia/ ¡si viera qué bonita!/ Y hace seis meses largos no puede caminar.” “Qué historia terrible, ¿no?”, remarca el cantor. “Eso cantaba de chico. Así empecé.” Lo de Moscato fue distinto. La ligazón con el tango llegó por elipsis folklórica. “De pibe me despertaba todos los domingos con cassettes de chacarera que escuchaba mi viejo en el patio. Era como un ritual y me empezó a llamar la atención el tema de las violas. Arranqué tocando el ‘Feliz cumpleaños’, como cualquier pelotudo, hasta que me aprendí todas las introducciones de las chacareras.”
–Y de la chacarera al tango, ¿cómo llegó?
Moscato: Por Zitarrosa. Escuché toda su obra y dije “qué bueno sería meter en el tango los acordes que se meten en el folklore”. Qué ignorante, ¿no? Porque la música es toda la misma, pero en ese momento no lo sabía.
Moscato consiguió el primer trabajo mintiendo. “Como casi todos”, se ríe. Tenía 17 años y un cantor le pidió si podía acompañarlo con canciones de Gardel. “Me preguntó si conocía su obra y le dije que sí, pero nada que ver: no conocía nada, hasta pensaba que ‘Mano a mano’ era una cueca que escuchaba mi viejo. Entonces compré todos sus discos, saqué los temas en todas las tonalidades, y el tipo se volvió loco. ‘Las sabés todas, hasta las desconocidas’, me dijo. Así arranqué.” El principio motor de Cucuza fue recorriendo peñas de tango en el barrio, donde llegó a cantar cerca de Floreal Ruiz y, tras un largo paréntesis futbolero que lo llevó a jugar en la primera de Tigre y Aldosivi –previo paso por las inferiores de Argentinos Juniors–, se transformó en uno de los máximos referentes del tango barrial. Compuso algunos –“Tibieza” fue el más saliente– e interpretó muchos más con una voz dúctil, decidora y emotiva. “Tuve mi época de rock y pop, sí, pero para mí lo central siempre fue el tango, cuando para la mayoría de los pibes de mi generación se dio al revés.”
Consolidados como dúo tras tres años de toques casi ininterrumpidos en el Bar El Faro, Cucuza y Moscato tienen grabado el disco debut, integrado por piezas tradicionales que recrean viernes por medio en el boliche de Villa Urquiza, y piensan sacar una “tirada piloto” de cien unidades para “bancar la edición oficial”, según el cantor. El único detalle es que están esperando que el gobierno porteño levante la clausura que recayó sobre el bar. “No puede ser. Hace un año lo nombraron Bar Notable y ahora lo clausuran”, se queja Cucuza. “Fue por impacto ambiental, como está pasando en casi todos lados, lamentablemente.” El dúo recrea el espíritu aquel que Luis Cardei le imprimió a la zona bajo el mismo nombre (El tango vuelve al barrio). Según Cucuza, el del cantor con su guitarrista y un repertorio no tan remanido. “Totalmente”, acuerda Moscato. “Antes de mandar 300 acordes, yo prefiero meter 3, que son los que van.”
–Se ha convertido en un verdadero drama el de las habilitaciones. Pareciera que, en el caso del tango, le están dejando la mesa servida a los lugares que funcionan para el turismo, y eso obstruye la posibilidad de que los nuevos valores tengan su espacio. ¿Para ustedes hay una intencionalidad política en esto?
Cucuza: –Me parece que no se interiorizan en la movida y, sí, en el fondo hay un tema político, pero no sé si dirigido a alguien en particular: igualan para mal, porque lo que hacemos nosotros es algo totalmente popular. Cuando vino el Negro Juárez, no cobramos 60 pesos porque venía él; cobramos 20 y la gente lo pudo ver desde al lado. Son trabas molestas, que perjudican el desarrollo de un género que queremos mantener vigente.
Moscato: –Si clausuran Sanata, El Faro o la Peña del Colorado, ¿dónde vamos a ir a laburar nosotros? No podemos llevar nuestra gente a lugares a los que no puede acceder. Además, claro, en los lugares que no joden no está el tango que yo voy a escuchar.
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