MUSICA › ADRIAN BELEW EN EL SAMSUNG STUDIO, UNA MAQUINARIA DE ALTA PRECISIóN
El guitarrista, la bajista Julie Slick y el baterista Marco Minnemann entregaron una performance demoledora, que combinó el material solista con clásicos de King Crimson..., y hasta una jugosa anécdota sobre la vida familiar de Frank Zappa.
› Por Eduardo Fabregat
Todavía resonaban los últimos armónicos de esa crimsoniana andanada final de “Three of a Perfect Pair” y “Thela Hun Ginjeet”, y la gente se desparramaba por las callecitas de San Telmo unificada por el mismo sentimiento de incredulidad. No puede ser, se repetían unos a otros. Son extraterrestres, comentaba uno. Quien esto escribe, con la piel aún erizada, le comentaba a un perfecto desconocido: “No puedo escuchar música hasta mañana, cualquier cosa que ponga me va a parecer una bosta”. Ojos de par en par, mandíbulas desencajadas, las costillas doloridas de tanto codazo del vecino: ¿Fue para tanto? ¿Fue tan así?
Fue para tanto. Fue más. Aun los avezados, los que vieron a Adrian Belew con Bowie, y con Crimson, y en su show acústico, no lograban salir de su asombro. ¿Cómo hacen los tipos como Belew, que han superado toda barrera, para seguir superándose? Bueno, así: se juntan con una bajista de sonido monolítico y dedos mágicos y un baterista capaz de reinventar su instrumento, lustran una guitarra que les permite ampliar aún más su paleta sonora y salen a volar cabezas. En un lugar ideal para el consumo de música como el bolichito del pasaje 5 de Julio, la combinación es impecable. Porque además el guitarrista se pone a repasar perlas añejas como “Young Lions” y rarezas como “Of Bow and Drum” (de Op Zop Too Wah), y –obviamente– revisita el universo King Crimson. Y se luce solo, y les da rienda suelta a esos dos salvajes que lo rodean: Julie es una sola entidad con su instrumento, para acariciarlo, para masajearlo y (si es preciso) para reventarlo a trompadas. El gigantón de la batería da una clase magistral de precisión y musicalidad, y cuelga en la pared un cuadro en forma de solo que incluye un uso sorprendente de los platos, algo de malabarismo en el buen sentido y hasta “La cucaracha” en suite para parches. La gente estalla y Belew sonríe sin canchereada. El también disfruta de una legítima sorpresa por el perfecto funcionamiento de la maquinaria.
El término “maquinaria” es ineludible. Este trío de Belew es un artefacto musical de alta precisión, en el que cada instrumento apoya e ilustra el otro, encajando piezas hasta conformar un bloque macizo en el que el virtuosismo y la deformidad rítmica no anulan la melodía. Puede volver con total soltura a “Neurotica”, uno de los grandes pasajes del Discipline de KC, y embarcarse en ese viaje al más allá que significa “Guitar Box”, donde un simple leit motiv de guitarra va disparando segmentos cada vez más deformes. Puede apoyarse en las canciones de Side One y Side Two, salir a todo gas con “Writing in The Wall” y “Ampersand”, pasar por el Crimson modelo ’94 con “Dinosaur”, rescatar la perla de Here “Futurevision” (las dos últimas, en la función del sábado) y hacerse puro presente con “E”, de su disco más reciente. Y cada final despierta una nueva explosión en un público cada vez más asombrado, cada vez más entregado.
Belew, además, no se deja seducir por el basquetbolismo que empalaga en otros guitar heroes. Es un virtuoso, sí, pero en sus construcciones no hay onanismo, sino una apasionada búsqueda de la musicalidad y el riesgo. “Nunca toqué tanto como con esta banda”, le confesó a Leonardo Ferri en el reportaje publicado la semana pasada en Página/12, y es rigurosamente cierto. Su guitarra a medida concentra toda clase de sonidos, y el recurso de autosamplearse en tiempo real le permite ir dibujando capas y capas melódicas que van formando un paisaje progresivamente detallado, siempre impredecible, a veces inquietante. O de enorme belleza, como cuando se queda solo en escena y entrega una hipnótica versión del “Within You Without You” de The Beatles. A veces dulce, a veces chirriante, a veces embarcado en una tormenta de distorsión, el señor de las cuerdas le da otra dimensión al instrumento pero no pierde de vista la canción, aunque venga en un envase pocas veces visto.
Por las calles de San Telmo, la gente salió pellizcándose, sin ponerse de acuerdo consigo misma en quién la descosió más. A esta altura, apenas pasadas unas horas, empieza a primar la sensación de si no habrá sido un sueño. Belew, Slick y Minnemann, dos noches de excepción: tres de un par perfecto.
En un momento del show del domingo, Belew se quedó sin sonido en su monitor. Mientras arreglaban el desperfecto, el guitarrista accedió a un pedido del público: “¿Que cuente algo?... Bueno, les voy a contar algo. Una tarde estábamos hablando con Frank Zappa en su casa y entró su hijo Dweezil, que tenía 4 años, andando en triciclo. Dweezil tenía un cabello abundante, con unos bucles hermosos, el tipo de pelo con el que yo solo puedo soñar. Al verlo, dije ‘Frank, qué lindo pelo tiene tu hija’. Y Dweezil dio otra vuelta con el triciclo, paró delante mío, me miró, elevó el dedo medio y me dijo: ‘Fuck you!’. Ya era un pequeño Zappa”. Las carcajadas del público retumbaron en el salón, los monitores se arreglaron y el show pudo seguir.
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