Jueves, 23 de septiembre de 2010 | Hoy
MUSICA › KáTIA KABANOVá, DESPUéS DE CUARENTA AñOS
La versión original de la ópera de Leos Janácek tuvo régie del director del Colón, en un caso irregular de autoprogramación. Pedro García Caffi demostró ideas, pero también inexperiencia.
Por Diego Fischerman
Obra sobre la culpa, o sobre la opresión femenina en la vida semirrural de la Rusia decimonónica, o sobre el amor como una de las formas de la libertad, Kátia Kabanová, estrenada en 1921 y escrita por Leos Janácek a los 66 años, es mucho más que un drama psicológico. Concentrada al extremo, con un texto denso y una música en la que coexisten la oscuridad y el lirismo más intenso, esta composición tiene, como la mayoría de las obras tardías de un compositor que fue esencialmente tardío, un estilo propio y absolutamente inconfundible. Tal vez por eso, para que se estrenara en Viena, uno de sus defensores, Max Brod, curiosamente el mismo que descubrió para el mundo a Franz Kafka (y que, como escribe Milan Kundera, en ambos casos traicionó los testamentos), hizo reorquestar la obra para limarle las rispideces. En Buenos Aires se había representado por última vez hace más de cuarenta años y traducida al alemán. Ahora, con un elenco correcto y la buena dirección musical de György Rath, llega al Teatro Colón en su versión original.
La puesta de Pedro Pablo García Caffi, más allá de la irregularidad de su autoprogramación sin los antecedentes artísticos que el Colón demanda, fue meritoria. Apuesta por una contención extrema, reduciendo la escena a un círculo iluminado, en el que se colocarán y sacarán unos pocos objetos –unas sillas, un baúl–, con la proyección de una imagen de agua en movimiento y un cielo cargado de nubes cambiantes como único fondo. Acierta, por otra parte, al suprimir los intervalos en aras de la unidad dramática. Como para acentuar aún más el despojamiento, las indicaciones escenográficas de la obra, en lugar de ser traducidas a elementos escénicos, son colocadas como textos en el lugar del sobretitulado. Con un poco del contraste entre la escena y el fondo acuático y algo de los colores –el amarillo restallante– que Thomas Lehnhoff tomó de los cuadros de Munch para su producción en Glyndebourne, y con bastante de la síntesis que Christoff Marthaler utilizó en su puesta para el Festival de Salzburgo, aunque sin su minucioso trabajo sobre los personajes, en esta concepción el ascetismo aparece como un fin en sí mismo. No potencia el trabajo teatral ni aparece como contrafigura del drama íntimo de Kátia, que no crece ni se desarrolla. El agua –la protagonista se suicidará en el río y la presencia del Volga es una constante a lo largo del texto–, por su parte, no pasa de ser un elemento meramente decorativo, lejano de la magia de Robert Carsen, por ejemplo, cuando cubrió el escenario de agua y delgados puentes, en la versión estrenada en la Opera de Flandes.
Tampoco aportó demasiado el film inicial, con su abuso de la cámara lenta para mostrar a Kátia entrando a la iglesia, y sus primeros planos de imágenes religiosas –hubiera sido más pertinente que los iconos pertenecieran a la tradición ortodoxa–. Una muy bella imagen final, con el cielo en gris y dos hombres llevando en hombros el cadáver de Kátia fue, en todo caso, el logro mayor de una puesta demasiado plana y elemental, con un texto de potencia desaprovechada, con movimientos obvios en las entradas y salidas de personajes y que mostró tanto las ideas como la inexperiencia del régisseur quien, por otra parte, fue bien asistido por los técnicos del Colón. En circunstancias normales, sin autoprogramación de por medio, podría augurarse un buen futuro para García Caffi en el campo de la puesta en escena, en la medida en que acrecentara su práctica en la materia (y en otras salas, desde ya).
Andrea Dankova fue una Kabanová de bello timbre y buen fraseo, aunque con emisión algo despareja, Elena Zhidkova tuvo una muy buena actuación como su hija adoptiva y tanto Mark Duffin en el papel de su amante como Philipp Sheffield, en el de su marido, lograron buenas caracterizaciones de sus personajes. Agnes Zwierko, como su suegra, además de resultar inaudible en su registro más grave, creó una suegra sin contradicciones ni interés dramático y los demás cantantes desempeñaron sus papeles con corrección. Rath dirigió con sentido teatral y un preciso señalamiento de planos que, lamentablemente, no tuvo en la Orquesta Estable al mejor partenaire posible. Bien en cuerdas y maderas, pero en los bronces muy lejos del nivel necesario para interpretar una partitura como ésta, hubo pasajes para cornos que directamente no sonaron y cada intervención de partes expuestas de trompetas y trombones fue un suplicio.
6-KATIA KABANOVA
De L. Janácek sobre libreto propio, basado en La tormenta de A. Ostrovsky.
Dirección musical: György Rath.
Dirección escénica, diseño, multimedia e iluminación: P. P. García Caffi.
Iluminador asistente: Rubén Conde
Diseño de vestuario: Mini Zuccheri
Elenco: Andrea Dankova, Mark Duffin, Agnes Zwierko, Reinhard Dorm, David Curry, Elena Zhidkova, Philip Sheffield, Leonardo Estévez, Laura Domínguez, Vanesa Tomas, Marcos Padilla y Guadalupe Barrientos.
Orquesta Estable y Coro Estable del Teatro Colón (preparado por Peter Burian).
Teatro Colón. Martes 21, viernes 24, domingo 26 y martes 28.
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