Lunes, 18 de octubre de 2010 | Hoy
MUSICA › HORACIO SALGAN Y LEOPOLDO FEDERICO VOLVIERON A TOCAR JUNTOS
La celebración de los cincuenta años del Quinteto Real fue la excusa para que el pianista y el bandoneonista compartieran por un rato el escenario. “Shusheta”, “La llamó silbando” y el clásico “A fuego lento” marcaron un momento inolvidable para los amantes del tango.
Por Karina Micheletto
Se habló de “momento histórico”, y la frase, que suele quedar grande, pretenciosa, soltada gratuitamente en tantas ocasiones, se ajustó esta vez a la realidad. Una pequeña multitud –tantas almas como lo permitió la capacidad del lugar– se reunió el viernes pasado para presenciar lo que iba a ser un acontecimiento, aquello que había corrido de boca en boca entre los amantes del tango: Horacio Salgán y Leopoldo Federico volvían a tocar juntos. Se reunían para celebrar los cincuenta años del Quinteto Real, otro hito del orden de lo extraordinario, por la dificultad de la continuidad en el género, por las características que Salgán imprimió a su conjunto, tan exquisitas como poco convocantes en un principio. Fue en el Centro Cultural Torquato Tasso, el local de San Telmo que suele ser escenario de las incursiones de Federico y del Quinteto Real. El fanatismo de los presentes, entre gritos, aplausos cerrados, entusiastas pedidos de bises y halagos tangueros al final, terminó de delinear lo que efectivamente quedará en el recuerdo como un momento histórico. La fiesta se repitió el sábado, y habrá más los próximos dos viernes y sábados de octubre.
La celebración de los cincuenta años del Quinteto Real comenzó dando paso a la formación actual del grupo, tal como quedó conformado después de que, en 2004, Horacio Salgán le pasara oficialmente la posta del grupo a su hijo César, impecable ejecutor de la misión más complicada: la del reemplazo. Esta vez le tocó a César, además, inaugurar el piano que a partir del viernes formará parte del elenco estable del local. Subieron con él el bandoneonista Carlos Corrales, el violinista Julio Peressini, el contrabajista Juan Pablo Navarro y, en la guitarra, en lugar de Esteban Falabella, Hugo Rivas, que sorprendió apenas avanzó sobre los primeros acordes de “Canaro en París”, el comienzo del repertorio del Quinteto. Además de instrumentista solvente, Rivas es un tanguero de raza y enseguida entró en sintonía con los diálogos ajustados de los temerarios arreglos de Salgán y con el idioma del Quinteto.
A Rivas le tocó ocupar un lugar también mítico, el de Ubaldo De Lío, que fue fundador del Quinteto y que en algunas ocasiones, como ocurrió durante los festejos del Bicentenario en la 9 de Julio o en el último Festival de Tango, también da el presente en la formación. Esta vez prometieron que De Lío se daría una vuelta en alguna de las próximas fechas. “Ensueños”, “El choclo”, “Gallo ciego”, “El entrerriano”, milongas como “Mano brava” y “La puñalada”, formaron parte de un repertorio que mostró la marca de origen de los arreglos históricos de Salgán, sostenida y expandida por grandes solistas, maestros de la actualidad del tango que también tuvieron su noche de reconocimiento.
Tras esta primera muestra de la refinada estirpe del Quinteto, subió a escena Leopoldo Federico. Lo hizo primero para recrear junto con Rivas y Navarro una pequeña muestra del espíritu del cuarteto que el bandoneonista formó con Grela en los ’60, cuando se separó de la orquesta de Aníbal Troilo. Una obra que quedó plasmada en Sentido único, disco que grabaron el año pasado y que está nominado a un Grammy como mejor trabajo de tango.
Y finalmente llegó el momento que había convocado al evento tanguero, una reunión que, más allá del atractivo de la foto, simboliza pensamientos recurrentes del tango, como la del pasado que vuelve o, en lo estrictamente musical, el sentido de descendencia. “Imagínense lo que es para mí tener un padre así”, arrancó César Salgán. “En 2004 me cedió su lugar. Hoy se lo voy a devolver... ¡y espero que sea para siempre!” Con la misma reverencia que Corrales cedió su lugar a Federico, César hizo lo propio con su padre. Sonaba el Quinteto Real, con Horacio Salgán en piano y Leopoldo Federico en bandoneón. “Shusheta”, de Juan Carlos Cobián; “La llamó silbando”, del mismo Salgán, y otro emblema de la producción del pianista, “A fuego lento”, fueron las obras elegidas para el momento: tres clásicos del repertorio del Quinteto.
Salgán y Federico alguna vez compartieron momentos en el Quinteto para grabar un disco editado en Japón, que en los ’80 fue una de las primeras experiencias de grabación en CD para el tango. Unas tres décadas antes, Federico había integrado la fila de fueyes de la orquesta de Salgán. Ambos recuerdan, como cualquier memorioso tanguero, que muchas de las actuaciones de la orquesta, al igual que las primeras presentaciones del Quinteto, no tenían su público asegurado. “Quizás es el precio que se paga cuando se rompen los moldes clásicos tradicionales”, reflexionaba Federico en una entrevista a este diario.
El viernes, en cambio, el panorama fue otro, como si éstas fuesen las épocas de oro. Después de una hora y media del mejor tango posible, con músicos de distintas generaciones, la fervorosa demostración de un público feliz y agradecido parecía no terminar. La muchachada tanguera se retiraba del local y los hurras retumbaban hasta la esquina del Bar Británico. Mientras, los músicos del Quinteto se retiraban, violín en bolsa, y se perdían en la ciudad que necesita mucha, muchísima más música en vivo.
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