Lunes, 18 de octubre de 2010 | Hoy
CULTURA › LEILA GUERRIERO, GANADORA DEL PREMIO DE LA FUNDACION NUEVO PERIODISMO IBEROAMERICANO
El galardón fue por su crónica El rastro en los huesos, incluida en Frutos extraños y centrada en el trabajo del Equipo de Antropología Forense: “Una historia que me gustó, pero que me llevó muchísimo trabajo escribirla”, define la periodista.
Por Leonardo Ferri
“Qué sé yo.” La frase –a medio camino entre la pregunta retórica, la resignación y la muletilla– se repite una y otra vez a lo largo de la charla y, casi sin querer, se convierte en una marca distintiva de quien la enuncia, la periodista Leila Guerriero. El “qué sé yo” como una forma de autoconsulta, como una suerte de reflexión acerca de qué sabe y qué no y que luego dará pie a la investigación, el reporte y, al final, la escritura. Todo eso con el solo objetivo de contar una historia. Con 20 años de profesión entre sus manos, Guerriero ganó el premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (creada por Gabriel García Márquez) en la categoría texto, por su crónica El rastro en los huesos, que retrata el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, y que está publicada en Frutos extraños, libro que recopila varias de sus mejores crónicas y perfiles.
Alejada de la ficción desde aquel primer texto que publicó en Página/12, la autora tiene claro por dónde pasan sus inquietudes actuales y una de sus premisas es no alejarse de la realidad. “Creo que tiene que ver con esa palabra un poco bastardeada que es la vocación, y a mí me gusta una cosa y no la otra: la realidad me llena”, explica.
–Con 20 años de profesión, ¿cómo se siente recibir un premio de una fundación que se llama Nuevo Periodismo Iberoamericano?
–Creo que lo de “nuevo” no se refiere a la gente que se presenta, sino al concepto de lo que es el nuevo periodismo, que nació con Tom Wolfe, con Capote, y qué sé yo. También está la discusión sobre que “no hay nada más viejo que el nuevo periodismo”, pero, bueno, parece que hasta ahora no le encontramos ninguna otra forma. Está claro que no es un premio revelación ni estímulo.
–¿Y cómo fue el trabajo para esta historia en particular?
–Fueron tres meses de producción y quince días de escritura dolorosa. No la paso bien, casi nunca, pero en particular con ésta la pasé mal, porque tenía mucho material y me había pasado algo que no me suele pasar con los entrevistados: sentía una cercanía muy especial con el tema y con la gente. No me hice amiga, por supuesto, pero sentía que el trabajo de ellos tenía muchos puntos de contacto con el mío, salvando las distancias, claro: esto de estar observando, reconstruir una historia... Entrevisté mucho y muy profundo, y después la crónica terminó expulsando todas esas historias personales. Fue complicado porque sentí como una traición a todo eso que me habían confiado. Es muy difícil cuando reconocés cosas de tu método en otra gente. Es una historia que yo quiero mucho, aunque siempre siento que mis historias no son muy “ganapremios”.
–Aunque El rastro de los huesos habla bastante de la historia reciente argentina, un tema que tiene bastante exposición...
–Bueno, sí. Pero otra vez había participado por otro premio en Europa, con un texto que trataba sobre una nieta que había recuperado su identidad. Me lo mandaron de vuelta y me dijeron: “Gracias por participar”. No hay algo que garantice la posibilidad de ganar. .
–¿Se pone algún tipo de barrera para no involucrarse y que no le pase lo mismo siempre?
–No es que me ponga una barrera, todo lo contrario. Pienso que es la forma en que hay que hacer el trabajo. No es que no me involucre, creo que soy una persona comprometida, me gustan los desafíos, me gusta tomar decisiones, me gustan las responsabilidades... No soy una persona tibia, en absoluto. Pero, para el periodismo, la forma que encontré y que me sirve es no ser fría, pero sí poner cierta distancia porque, si no, todo se revuelve, y yo paso a ser parte de eso que miro.
–Usted hace mucho trabajo de investigación previo al primer encuentro con un personaje. ¿Cómo se entrevista a alguien de quien sabe mucho?
–Son cosas separadas. En principio, me parece que leer todas las entrevistas y perfiles te permite encontrar un punto de vista distinto, para no volver a hacer lo que ya se hizo. Es un trabajo como de aprendizaje y desaprendizaje: yo uso todos esos datos que tengo casi como una forma de respetar la historia del otro y que el otro note también que uno lo conoce y no está improvisando. Este tipo de trabajo previo también permite hacer nexos entre cosas que pueden no ser tan obvias: cosas que se repiten a lo largo de su vida, momentos importantes, qué sé yo. Por más que uno lea mucho, las preguntas que uno quiere hacer son las preguntas que uno quiere hacer. En las notas más largas a veces el trabajo consiste, más que en preguntar, en estar mirando a la persona.
–Usted dice que es muy obsesiva con su trabajo. ¿Hay historias que haya hecho que la hayan dejado disconforme?
–No. Si lo mando es porque pienso que yo no lo puedo hacer mejor. Quizá venga otro y lo haga mejor que yo, pero disconforme no. Tampoco se puede tener una producción que esté todo el tiempo a la altura de tus expectativas. No sé si hay cosas que no me hayan salido, pero sí sé que hay cosas en las que me quedé a mitad de camino en lo que quería hacer.
–¿Y está en alerta permanente por encontrar historias para contar?
–No sé si buscando, pero sí, todo el tiempo. Veo afiches en la calle y pienso: “¡Cómo puede ser que nadie esté contando eso!”. Veo algo y trato de ir detrás de eso, no quedarme con lo obvio.
–¿Y no se cansa?
–Me gusta y me cansa. Me gustaría relajarme alguna vez, soy como muy prendida, muy enchufada.
–¿Y hay algún momento en que logre relajarse?
–Sí, aunque antes era más seguido. Mis vacaciones son sin Internet, no me acerco ni toco un teclado, no leo diarios, nada. Playa, pececitos, buceo, y nada más.
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