MUSICA › EL FESTIVAL LLAO LLAO SE VIVIó CON INTENSA ACTIVIDAD
Doce conciertos sin concesiones, con buenos solistas y grupos de cámara, culminaron con la presencia de músicos elegidos y avalados por Martha Argerich, en lo que significa el comienzo de la colaboración entre el festival y la pianista.
› Por Diego Fischerman
Desde Bariloche
El tono rico y untuoso de los graves del violín de la letona Laura Zarina, en el comienzo de Tzigane, de Maurice Ravel –un sonido presente, seguro, absolutamente confiado–, fue una buena metáfora del festival que con esa obra comenzaba a acabarse. En el concierto de cierre, un grupo de solistas, avalados por Martha Argerich, cuyo proyecto de apoyo a jóvenes solistas fue también anunciado allí, confirmó a su sede, el paradisíaco Hotel Llao Llao, de frente al Nahuel Huapi y de espaldas al Moreno, como uno de los enclaves musicales de peso en la Argentina actual. A dieciocho años de su primera edición, casi íntima, en un hotel recién refaccionado y con todavía escasa repercusión en el medio, el recorrido de este emprendimiento que hoy nuclea a grandes solistas y un público permanente de casi mil personas es ejemplar.
Toda programación revela una manera de entender el espectáculo. Y los doce conciertos que tuvieron lugar en el salón Llao Llao se ocuparon de poner en acto, con toda claridad, la falsedad del lugar común que suele asociar esta clase de acontecimientos con la frivolidad o, por lo menos, la liviandad obligatoria. Ni los repertorios ni los intérpretes fueron concesivos. El espectáculo estuvo siempre en la propia música. Y, además, el festival hizo suyos los fundamentos que los propios músicos encuentran en la actividad camarística: el encuentro, del trabajo profundo más allá de las agendas y los deberes impuestos por el “negocio de la música” y, sobre todo, la idea de que la música sin placer –en el estudio, en la interpretación y, claro, también en la escucha– no vale la pena. En ese sentido, el pianista italiano Gabriele Balducci, uno de los que llegaron como embajadores del Martha Argerich Presents Project, no se cansaba de decir: “Somos muchos, y la propia Martha entre ellos, los que ya no queremos correr con las necesidades de los empresarios, los representantes y las salas de concierto. Los que queremos hacer la música que queremos, cuando queremos y dedicándole el tiempo que queremos”.
Ya el adelanto del Festival, en el Hotel Alvear de la ciudad de Buenos Aires y con el Cuarteto Alexander, había marcado el nivel que el ciclo se fijaba a sí mismo. El grupo estadounidense volvió a tocar en el sur, abriendo la semana de conciertos, y el programa no dejó lugar a dudas: el Cuarteto K 428 de Wolfgang Amadeus Mozart, el Cuarteto No. 4 de Dmitri Shostakovich y el Cuarteto No. 14 “La muerte y la doncella” de Franz Schubert. En todo caso, éste fue un festival donde, más allá de la calidad de las interpretaciones y del prestigio de los intérpretes, se escucharon obras como el Cuarteto Op. 60 de Johannes Brahms o el Trío Op. 100 de Schubert, los Estudios sinfónicos para piano de Robert Schumann y las Estampas de Claude Debussy, canciones de Gustav Mahler, cuartetos de cuerdas de Schumann y Félix Mendelssohn y sextetos de Brahms y Piotr Ilich Tchaikovsky. Y el cierre, con el concierto que, a la vez, hizo de anuncio de las actividades que Martha Argerich compartirá con el festival, fue un digno broche.
La célebre pianista no estuvo esta vez, pero en su lugar llegaron varios de los músicos con los que comparte actividades en festivales como el de Lugano y, entre ellos, su hija Lyda Chen, una violista excepcional que deslumbró con la calidez y expresividad de su fraseo en las 3 Märchenbilder de Schumann, que tocó junto a Daniel Rivera, un pianista rosarino radicado desde hace años en Italia. Cansada de que se le diga cuánto se parece a su madre, Lyda Chen, hija de su primer matrimonio –con el violinista Robert Chen–, se le parece mucho. Y no sólo en los gestos, en cierta manera de sacudir el pelo y, sobre todo, en esa especie de sinceridad casi maliciosa con la que contesta cualquier pregunta, sino, en particular, en su relación con la música. Chen parece, como su madre, adelantarse a la partitura. Acometer a la música más que esperarla. Y, a veces, demorarse apenas. Dar la sensación de la improvisación aun en aquello que se ha tocado infinidad de veces.
En el mediodía del sábado, los dos pianistas del proyecto, Rivera y Balducci, tocaron a dúo un programa que incluyó las 6 Piezas Op. 11 de Sergei Rachmaninov y una suite del ballet Cascanueces de Tchaikovsky en versión para piano a cuatro manos. El bis fue una transcripción de la Obertura de la ópera El barbero de Sevilla de Gioacchino Rossini. Y a la noche se prodigaron en un repertorio variado y exigente. En una primera parte, con Rivera como pianista, Chen tocó las Märchenbilder (cuadros de hadas); el notable cellista Stanimir Todorov interpretó, del mismo autor, las 3 Piezas fantásticas, originales para clarinete; Zarina hizo Tzigane de Ravel –una obra cuyo acompañamiento fue concebido no para piano sino para luthéal, una especie de piano preparado à la John Cage que podía imitar de manera verosímil al cymbalon húngaro– y los cuatro juntos tocaron el bellísimo tercer cuarteto para piano y trío de cuerdas de Brahms. En la segunda parte, Zarina, Todorov y Balducci interpretaron el segundo Trío de Schubert. El recorrido de la intensa semana de música dejó como marcas las presencias de la cantante Carla Filipcic, que actuó acompañada por la pianista Haydée Schvartz; del pianista israelí Roman Zaslavsky; del violinista Rafael Gintoli, que actuó como solista junto a su discípulo Xavier Inchausti, dirigió la Orquesta Semana Musical y también fue parte del Sexteto Estación Buenos Aires, donde se destacaron los dos cellistas, José Araujo y Jorge Bergero. Y también, es claro, el anuncio de las actividades del proyecto de estímulo a jóvenes músicos talentosos al que Argerich le pone la firma y que a partir de este año estará unido al Festival Llao Llao.
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