Martes, 16 de noviembre de 2010 | Hoy
MUSICA › NOTABLE CONCIERTO DE ALEXANDER PANIZZA EN ROSARIO
El pianista nacido en Canadá, crecido en Rosario y formado musicalmente en Londres protagonizó una noche excepcional, entretejiendo las obras de Ludwig van Beethoven con un efecto ciertamente hipnótico. El concierto fue registrado para su edición discográfica.
Por Diego Fischerman
Desde un cierto punto de vista, la sonata clásica es apenas una obra para un instrumento solista, con o sin acompañamiento. Pero en realidad es mucho más que eso. Por lo menos desde que empezó a ser lo que es ahora –al comienzo la palabra no designaba nada más específico que “música per suonare”–, es un modelo de universo. O de sistema: varios movimientos contrastantes entre sí (eventualmente complementarios), construidos a su vez a partir de contrastes entre sus elementos. La Forma Sonata –que, en general, es la forma del primero de los movimientos y que ocupa un papel nuclear en toda la composición– con su exposición de temas bien diferenciados y su posterior desarrollo, provee un verdadero modelo de narración. Y si la sonata es, entonces, un mundo expresivo, las series de sonatas son como galaxias.
Muñecas rusas o fractales, como se prefiera, en las integrales de sonatas pero, sobre todo, en la que funcionó para gran parte de la historia musical como modelo de modelos, ese macrorrelato establecido por las 32 sonatas para piano de Ludwig van Beethoven, la tensión, la dilación, la suspensión (y el suspenso), la contención y la explosión narran la vida interna de cada una de las obras pero, a su vez, la relación que liga a unas con las otras. “Beethoven condujo el final hacia el silencio, la introspección y la meditación. Creo que ni siquiera debería haber aplausos luego de estas obras”, dice el excepcional pianista Alexander Panizza, que acaba de protagonizar un hecho cultural único. Con toda la carga simbólica que estas obras acarrean, pero, sobre todo, con interpretaciones de gran madurez y, justamente, profundo sentido narrativo, Panizza tocó en Rosario, a lo largo de ocho conciertos distribuidos en otros tantos meses, todas esas sonatas. Y el último concierto, con las tres sonatas finales (las Op. 109, 110 y 111) fue, en ese sentido, ejemplar.
El pianista nacido en Canadá, crecido en Rosario y formado musicalmente en Londres, tuvo en cuenta permanentemente una idea de relato. Cada nota, cada silencio, cada matiz, llevaba al silencio, cada movimiento al próximo y cada sonata, hacia atrás (y hacia la memoria) y hacia delante (y el futuro) se unía en un revelador entretejido con las restantes. No se trata, desde ya, de una narración argumental; de nada que refiera a historias ajenas a la música, y ni siquiera a anécdotas del compositor. Es una clase de narración más subterránea, que está por detrás de los argumentos y las palabras; que cuenta, en todo caso, lo que las palabras no podrían llegar a contar: una especie de sentido en estado puro.
La actitud reverencial del numeroso público que colmó la sala del Centro Cultural Parque de España fue parte del fantástico clima logrado. Si bien no hubo aplausos entre la Sonata Op. 109 y la siguiente, el deseo de Panizza en cuanto a evitar los aplausos para no resquebrajar el clima se vio contradicho cuando acabó con la Op.110 (y con esa fabulosa fuga final) y la sala explotó en una ovación que se repetiría al final del concierto. Poderoso en su sonido, sutil en los matices, cristalino en los adornos (que en Beethoven dejan de ser “adornos” y se convierten en materiales esenciales), exacto en las articulaciones y generoso en las dinámicas, Panizza fue la estrella de una noche que, como las sonatas y sus integrales, se compuso también de otras noches. Todas ellas fueron grabadas y sus registros serán editados por la Municipalidad de Rosario, en un hecho tan trascendente como inusual.
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