Jueves, 25 de noviembre de 2010 | Hoy
MUSICA › EL HISTóRICO BAR LA PERLA SE REABRIó PARA EL ROCK
Lo que ayer fue la pizzería de Once en cuyo baño Tanguito compuso “La balsa”, hoy es un coqueto espacio en el que hay programados shows de Javier Martínez, Alejandro Medina, Ricardo Soulé, Claudia Puyó, Alejandro Del Prado y Miguel Cantilo.
Una cosa es la “bostalgia” y otra el revisionismo histórico aplicado al rock argentino, sería la posible conclusión de lo que Javier Martínez intenta decir. Es lunes 22 de noviembre –Día de la Música– y el feriado gris, solitario y lluvioso tiene su antípoda de color y sonido. La Perla de Once, donde Litto Nebbia y Tanguito –Ramses VII, para ser más exactos– compusieron “La balsa”, luce resignificada. Mucho más pequeña y más sofisticada, claro, que la pizzería antigua que mezclaba bohemios, artistas y estudiantes de filosofía cuando el rock era un granito en el arenero cultural de la Buenos Aires de entonces. Donde había resaca y sueños, ahora hay cerveza, sandwiches de miga, pizza, vino y calentitos deliciosos. Donde llegaba Sandro y pagaba el desayuno a los náufragos con hambre y bolsillos agujereados, ahora hay un bar bien iluminado, decorado con fotos de época, y una generosa invitación a cargo de los nuevos dueños. Donde había rock “camuflado” y con guitarras desafinadas, ahora hay rock explícito y consagrado. Donde estaban Tanguito, Martínez, Nebbia, Alejando Medina, Miguel Abuelo y Moris, ahora están algunos de ellos –dos de los Manal–, más Claudia Puyó, Miguel Cantilo, Alejandro del Prado, Pipo Cipollatti, Rodolfo García, Willy Quiroga y Ricardo Soulé.
Así transcurre, feliz, la reapertura del viejo bar al rock, y así motiva la paradojal referencia de Martínez, local aquí desde siempre. “Bostalgia... La nostalgia para mí es bosta, se escribe con ‘b’. A mí me interesa mirar para adelante y no me voy a anotar en ninguna movida de bostalgia, pero este ciclo no lo es... No se pusieron a hacer la nostalgia de La Perla y todo eso. Por eso vine y acepté participar, porque no es una cosa para decadentes con el alma muerta, que miran para atrás. Los ojos no están en la nuca, están adelante”, sentencia el hombre de los lentes gruesos que alguna vez escribió “Avellaneda Blues”, caminando de madrugada por las vías suburbanas. Ex baterista, cantante y compositor de uno de los grupos pioneros del rock argentino, Martínez será el encargado de abrir el ciclo al público mañana a las 21.30, en el reducto de Jujuy y Rivadavia, y repetirá el próximo viernes junto a su nuevo trío: Maxi Delli Carpini en guitarra y Claudio Pallota en batería. “Voy a tocar con mi nueva formación temas de Manal, temas solistas y temas nuevos como ‘El blues de Pappo’, ‘La máquina del oro’ y ‘Positivo’, que ya están en Internet antes de que salga el disco”, anuncia Martínez. Otro de los que fundaron Manal y curtió La Perla mediando los ’60, Alejandro Medina, también está contemplado en la programación junto a su Medinight Band, para los viernes 17 y 24 de diciembre. Y ambos charlan juntos en una de las mesas del fondo. “Hablamos, pero no vamos a tocar juntos”, coinciden, frente a la esperanza espontánea que se había suscitado entre periodistas y algún que otro eterno seguidor.
La programación artística, a cargo del ex Almendra y Aquelarre Rodolfo García, contiene también a Del Prado (sábado 27), Puyó (sábado 4 de diciembre), Cantilo (sábado 11) y Soulé (sábado 18). “Una cosa es la ‘bostalgia’ –insiste Martínez–, pero no se puede decir que éste es un lugar más para tocar. Este es un lugar histórico, simbólico, y me encanta que se programen todos estos shows. Está bueno que los nuevos dueños hayan tomado conciencia de que este nombre es figura de la historia del rock nacional, pero resignificado en una etapa nueva. Ojo, no tengo nada personal contra la nostalgia, lo único que digo es que no la practico.” La charla relajada entre Medina y Martínez sorprende menos que otra juntada provocada por la magia del lugar: Willy Quiroga y Ricardo Soulé, distanciados hace tiempo, suben a tocar juntos una versión de “Libros sapienciales” y otra de “Presente”. Dedican el gesto al recientemente fallecido Rubén Basoalto y le abren una hendija a un posible retorno de Vox Dei, si es que existe baterista que pueda reemplazarlo. “Hay que recordarlo siempre bien a Rubén... El fue el que hizo todo lo posible para que Vox Dei sea lo que fue para la historia del rock”, se emociona Willy. “Esta reapertura es una oportunidad maravillosa para poder compartir esta situación con estos músicos emblemáticos, aunque sea un ratito en esta ciudad tan maravillosa que nos dio la posibilidad de ser músicos de rock, una cosa insólita en aquella época”, sostiene Soulé, sobre la reinauguración del mítico espacio, mientras Del Prado hace su versión de “Los locos de Buenos Aires”, la Puyó recrea a Pescado Rabioso y Cipollati, provocador, toca el “Himno a Sarmiento”, justo en el día de la batalla de la Vuelta de Obligado. “Yo no toco canciones de otros, pero ésta la sé”, ironiza desde el micrófono, dándole la espalda a un retrato de Leopoldo Marechal.
Viene al caso. Mucho antes –por lo menos 40 años– de que La Perla se convirtiera en parte de la tríada-hervidero que junto a La Cueva y el Instituto Di Tella configuró el under de los ’60, el ahora bar notable fue ámbito de encuentro, literatura y café entre dos escritores que luego (se) bifurcarían por sus estéticas, cosmovisiones e ideales políticos: Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal, con Macedonio Fernández –que también tiene su foto en el reducto de Once– como nexo y anfitrión. Fue, entonces, ese aire de “vanguardia estética” y punto de encuentro el que motivó, además de las condiciones de inclusión y tolerancia de los viejos dueños, el arribo de los primeros rockers cuando cerca de las 4 de la mañana dejaban La Cueva y caminaban unas quince cuadras hacia el sur de la ciudad. “La verdad es que veníamos acá porque era el único lugar abierto a esa hora. Bah, en realidad también había uno abierto acá enfrente, pero no nos daban ni cinco de bola. Además, La Perla estaba lleno de estudiantes femeninas de Filosofía y Letras, pibas muy lindas que además nos daban pelota”, se ríe Martínez.
El ex Manal evoca la pizzería de entonces como un lugar “cuatro o cinco veces” más grande que el hoy y con un efecto de reverberación “natural” que los tentaba a componer algunos bocetos de los que después se transformarían en clásicos del rock en castellano. “Había que atravesar un pasillo muy largo para llegar al baño. Era angosto, pero tenía como 20 metros, y era antiguo. En ese pasillo había una reverberación, y Tanguito se ponía de cuclillas para tocar la viola y cantar aprovechando el efecto reverb, que era el mismo que usaba Elvis Presley, cuando grababan los temas con un micrófono y un parlante en el baño de la Sun Records. Esa era la cámara de reverberación de Elvis y Tanguito la usaba acá (risas). Así lo vi, ésa es la foto. En realidad, el único que traía una viola era él, y nosotros se la pedíamos para tocar un tema cada uno. Si vas a cualquier casa y te metes en el baño, los azulejos te van a dar un reverb parecido a éste, ¡y este pasillo tenía azulejos hasta el techo!”, evoca Martínez, que poco después logró meter a José Alberto Iglesias en un estudio para grabar el único LP del poeta truncado, el del famoso loop “En el baño de la Perla de Once compusiste ‘La balsa’”. “Yo vi a Tanguito componiendo ‘La balsa’”, reasegura Martínez.
“Y yo conocí la anécdota por esos tiempos. Escuché a Javier diciéndole eso durante la grabación”, engancha Quiroga. “Además, nosotros, los Vox Dei, no conocimos La Perla. Lo que pasa es que estábamos en Quilmes, y armar una banda de rock en Quilmes y pensar en venir a Capital en ese tiempo era una locura, era como ir a la Luna de rodillas (risas). La primera vez que tocamos en Capital fue en el Teatro Payró y después empezamos a cantar en castellano gracias a una recomendación de (Luis Alberto) Spinetta. No tuvimos la suerte de conocer La Perla, pero sí conocimos La Cueva que armó Sandro acá cerca, que fue donde tocamos con el torso desnudo... Una locura, una especie de sacudón.” “Claro, nosotros no conocimos La Perla porque cuando llegamos a esta ciudad fuimos a La Cueva de Sandro, que estaba en Rivadavia, y recién ahí enganchamos –tercia Soulé–. Pero este lugar tenía una importancia que nosotros hasta ese momento desconocíamos. Hasta que, con el devenir de los acontecimientos, empezamos a enterarnos. Cuando nos casamos con Graciela vivíamos a seis cuadras de acá. Era 1970, y muchas veces venían a visitarnos Tanguito, Spinetta y Javier... Digamos que la conocimos a través de su clientela (risas). Y bueno, La Perla significaba un planteo social distinto al que nosotros estábamos acostumbrados, porque allá en el sur no teníamos un lugar donde converger. Primero, porque éramos muy pocos, y segundo porque el rock no había anidado, el rock anidó en estos barrios porteños que habían sido barrios de tango, y por alguna razón eso pasó al rock.”
Punto neurálgico, epicentro de poesía beat “a la criolla”, del hippismo y de contracultura epocal, baño solitario donde Nebbia detectó a Tanguito esbozando algo así como “Estoy muy solo y triste acá, en este mundo de mierda” y le completó la canción –que luego, junto a “Ayer Nomás” de Moris y Pipo Lernoud, vendería 200 mil copias como parte del primer simple de Los Gatos en 1967–, el bar fue caldo de cultivo para otras grandes canciones del rock: “Jugo de tomate”, por caso. O “El hombre restante”, que Tanguito –o el sello que lo editó– ubicaron como Lado B de su primer simple –el A era “La princesa dorada”–. Con los años, La Perla se transformó en mito, hasta que el revisionismo de los últimos años lo terminó transformando en Sitio de Interés Cultural, en 1994 para, 13 años después, descubrir una placa legitimadora en honor a “La balsa”. “Escribí acá la mayoría de los temas de Manal –rememora Martínez, sin ‘bostalgia’–. Acá y en las calles, porque mi música siempre fue bien callejera. Con Tango y los demás nos mandábamos al fondo de todo y con una guitarrita hacíamos temas, mientras tomábamos café con leche. Andábamos con un cuadernito en el bolsillo anotando letras y acordes, y para lo único que salíamos era para comprar medialunas enfrente, porque eran más baratas y ricas que las de acá. Después, cuando se hacía de día, nos tomábamos el tren y nos íbamos a Caseros, a la casa de Tango.”
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