MUSICA › FESTIVAL DE OTOÑO, EN EL BUENOS AIRES LAWN TENNIS
La colombiana Petrona Martínez, “la reina del bullerengue”, fue la principal figura de este encuentro, marcado por una fuerte impronta percusiva. Ante unas dos mil personas tocaron también, entre otros, La Bomba de Tiempo y el grupo bahiano Olodum.
› Por Karina Micheletto
Si hubiera que explicar el éxito de una etiqueta que agrupa sonidos tan heterogéneos como la de “músicas del mundo”, habría que recurrir a lo que tienen de músicas de aldea. A eso que guardan de cotidiano, pequeño, y a la vez intransferible; un canto tan sencillo o tan complejo como el que puede acompañar a una mujer que lava la ropa. De eso que tienen de definitivo estas músicas trajo en grandes dosis la colombiana Petrona Martínez a un Lawn Tennis Club trasformado en teatro a cielo abierto, el viernes pasado. Fue en el marco del Festival de Otoño, que justamente apela a reunir las “músicas del mundo”, y en una noche altamente percusiva: sonaron también La Bomba de Tiempo y el sello musical de Bahía, Olodum, además de los que pasaron por escenarios alternativos, como la balcánica-bullanguera Babel Orkesta y los folk-rock Doña María.
Petrona Martínez recorre el escenario bamboleando las caderas como una abuela gorda que anima la fiesta, a veces participando, otras dando indicaciones. Lleva recogidas unas motas canosas, ya amarillas, que resaltan su piel negra, lleva también un vestido lleno de volados cosido por su hermano, a la que ella misma agregó encajitos, en celeste y blanco, para honrar la ocasión. La acompañan cinco gaiteros y tamboleros, esos que baten los tambores de amarre que se fabrican artesanalmente en las tierras de Cartagena: el tambor llamador, el alegre, la tambora. También están las respondonas, que repiten frases en coro, en una sucesión circular. Una de ellas es Joselina, hija de Petrona: su madre espera que tome su lugar cuando ella parta. Así descripta, la escena parece armada para consumo de exotismo. Apenas “la reina del bullerengue” lanza su potente caudal agudo y caribeño, tal posibilidad se desvanece. ¡¡Despenúmbrense, mu’heres!!, arenga un tambolero. El ritmo queda definitivamente instalado durante la hora y media de actuación y sigue retumbando en el recuerdo hasta mucho tiempo después.
Una frase apenas: “Juana la caribe se fue”, por ejemplo. Un canto que recuerda el trabajo pesado que se ha hecho durante el día: juntar arena del río (de eso vive la gente en Palenquito, el pueblo de Petrona), o el de las pilanderas, que en la zona atlántica de Colombia tienen su danza ritual alrededor de la preparación del arroz o el maíz en el mortero (pilón). Esos cantos campesinos trae Petrona Martínez. Canta y es respondida por el coro y los tambores, una y otra vez, en una colorida sucesión rítmica que tiene algo de mántrico. El bullerengue es la base de este combo percusivo afrocolombiano, y así suenan el “bullerengue sentao” (un poquito más lento), la “chalupa” (veloz como estas embarcaciones), el más festivo “fandango de lengua”, el “bullerengue chalupiao”. Ritmos que llaman ante todo para bailar, como cada uno pueda.
Petrona a veces baila y a veces echa su humanidad en una mecedora, como si estuviera en la sala de casa. Manijea sus polleras como lo hacían esos ancestros a los que alude permanentemente, porque su arte se transmite de generación en generación, y hasta hace un tiempo –hasta su explosión como “la reina del bullerengue”, hasta la aparición de otras figuras como Totó la Momposina– corría el riesgo de quedar en el olvido. El bullerengue es “tradición de hembras”, y de hecho la palabra alude al pollerón o falda de maternidad que se usaba en otro tiempo. De su bisabuela, y de su abuela, y de su tía le han llegado este canto y esta danza, que a su vez ella pasará a sus hijas. Su hijo varón es tambolero, otra tradición hereditaria. Su padre también fue músico y compuso bullerengues como “El congo”, que ahora Petrona se encarga de cantar por el mundo.
Sobre el final, la colombiana recrea con sus músicos un carnaval de Barranquilla, anuncia que llega la “danza de negros”. Una pequeña licencia con algo más de despliegue, después de traer al escenario la réplica de una modesta fiesta de pueblo. Esas fiestas que comenzaron a armarse en los “bailes de señoritas”, cuando las mujeres ya casadas y las mayores –las ‘rodillonas’ cuenta Petrona que les dicen en su pueblo– quedaban excluidas del baile: allí, en la puerta del baile, cuenta Petrona, comenzaron a armarse en su pueblo estos bullerengues espontáneos, para que la fiesta fuera de todos.
Otros dos sets altamente percusivos completaron la propuesta: en el inicio, La Bomba de Tiempo, la creación de Santiago Vázquez que ha logrado instalar un pequeño fenómeno que va creciendo en el tiempo (y su participación en el escenario principal muestra la forma en que han logrado instalarse). Sobre el final, un seleccionado de quince músicos del exitoso bloque Olodum copó la parada al ritmo de la fiesta bahiana. Los creadores del samba-reggae venían de juntar una multitud en un recital gratuito en el centro de Córdoba y aquí volvieron a mostrar el secreto de su masividad, al ritmo de éxitos pegadizos como “Deusa do amor”. Y así, sobre el final, el carnaval bahiano quedó instalado. El Lawn Tennis quedó esta vez algo grande para las cerca de dos mil personas convocadas. Y así hubo espacio para que cada uno bailara, en todas las geografías.
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