Lun 11.04.2011
espectaculos

MUSICA › III FESTIVAL DE FOLKLORE DE BUENOS AIRES

Sin miedo al qué dirán

› Por Carlos Bevilacqua

Desde La Plata

Todavía era de día, el viernes, cuando los empleados del Festival Internacional de Folklore de Buenos Aires (Fifba) inflaban una enorme cabeza con los rasgos salientes de Atahualpa Yupanqui. En los minutos que tardaron, el mega Yupanqui se ladeó varias veces hacia el público. No había nada que temer y todos lo tomaron con humor. Algunos hasta vieron una imagen simbólica: a nadie le asustó el contacto con el prócer ni le pesó la responsabilidad de sostenerlo. Tal como les ocurrió con la tradición en general a los artistas jóvenes que animaron la mayor parte de la tercera edición del encuentro, organizado por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, con entrada gratuita, en el bosque platense. Junto a figuras históricas, las últimas generaciones de folkloristas nutrieron una programación ecléctica que, tras dos fechas intensas el viernes y el sábado, tenía previsto su cierre para ayer a la noche.

Las de los festivales son jornadas largas. Pero tienen sus ápices de fervor popular. El sábado, por caso, la chacarera “Puente carretero”, por Elpidio Herrera, fue algo conmovedor para las 10.000 personas reunidas en torno del escenario principal del Fifba. El músico santiagueño se lució tocando su sacha guitarra, un instrumento inventado por él a partir de una calabaza con un orificio por el que hace circular un pequeño arco a la manera de un violín. Otros momentos de alta adhesión llegaron a través de un mini concierto de Bajofondo, el grupo de Gustavo Santaolalla. Además de tocar lo suyo en un formato más intimista, el productor fue el eje de las llamadas “glorias argentinas”: su compañero de correrías electrónicas Luciano Supervielle, el dúo cuyano Orozco-Barrientos, los bagualeros Tomás Vázquez y Laura Peralta y el cantor Cristóbal Repetto.

Más temprano, otros grupos y solistas también habían generado segmentos de relieve. En el anfiteatro del bosque, uno de los cuatro escenarios habilitados para la ocasión, la coreógrafa Mariela Cazón presentó logrados cuadros basados en mitos kollas a través del Ballet Contemporáneo de la Quebrada de Humahuaca. En el escenario alternativo el combo Chicha Libre hizo bailar a casi todos con su reelaboración de la cumbia amazónica peruana. Allí mismo, diferentes generaciones de folkloristas cuyanos (Juanita Vera, Marcelino Azaguate y Juan Sebastián Godoy) deleitaron cantando con las sutilezas de las guitarras como toda compañía en lo que se dio en llamar “Viñateros All Stars”. Ya sobre el escenario principal, el folk-rock del quinteto Arbolito encendió el clima de evento masivo con letras de crítica social por demás explícita.

El festival había arrancado el viernes con algunas postales inaugurales, como la de Soledad desatando una cinta naranja junto al gobernador Daniel Scioli. La Sole repasó algunas de las canciones con que arrancó su exitosa carrera, esta vez con el público bien cerca del escenario, bautizado por su pretensión de intimidad como “fogón criollo”. Un rato después, buena parte del público se trasladó unos cien metros hasta el anfiteatro para descubrir el “son palenquero” del afrocolombiano Sexteto Tabalá. Pero el plato fuerte del viernes fue la Noche Litoraleña, una idea que trajo cantidad de emociones. Primero, con un seleccionado de artistas que, bajo el nombre de Club La Calandria, juntó a viejas glorias del chamamé como los cantores Octavio Osuna, Simón de Jesús Palacios y Pico Silvera con exponentes de las últimas generaciones, como el guitarrista Carlos Villalba y el compositor Aldy Balestra.

Después, a través de Teresa Parodi como anfitriona de “Las Damas del Litoral”, una feliz confluencia de su voz con las de otras dos correntinas paradigmáticas: Ofelia Leiva y Ramona Galarza. Fue en ese contexto que “Kilómetro 11” en guaraní sonó como un clímax chamamecero. Y si bien a continuación el legendario acordeonista Juancito Güenaga bajó los decibles emotivos hacia la nostalgia cuando interpretó algunos clásicos del chamamé al frente de su conjunto, fue seguido por el agite de Antonio Tarragó Ros, quien fue el showman que suele ser: cantó algunos de sus hits, contó chistes de toda laya y se despidió acompañado por una multitud de acordeonistas sub-20 que estudian en su escuela Los Tarragoceros.

Como la noche siguiente, la fiesta se prolongó luego con una reproducción de la peña platense La Salamanca junto al escenario alternativo. Música de raíz pasando por el cuerpo, con los pies en la tierra y al aire libre. ¿Puede haber un final más oportuno para un festival folklórico?

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