Domingo, 8 de mayo de 2011 | Hoy
MUSICA › MIGUEL GALPERíN Y FERNANDO RUBIO HABLAN DE COLASTINé
Son los responsables de la obra escénico-musical que se desprende de una sutil reflexión sobre El entenado, la novela de Juan José Saer. Colastiné se estrena hoy en el C. C. R. Rojas.
Por Santiago Giordano
En épocas propicias para que un pensamiento sobre la gestación de un espíritu alrededor de la idea de patria se empeñe en ser más que un oportuno gesto de corrección intelectual, el encargo de una obra para profundizar esa reflexión asume características trascendentales. El Centro Cultural Ricardo Rojas se ocupa de lo que se cifra en su nombre –y en su tradición– y del mismo modo que hace dos años convocó a Marcelo Delgado y a Emilio García Wehbi para que den su propia mirada sobre El Matadero, de Esteban Echeverría, propone ahora un trabajo alrededor de un texto significativo de la literatura argentina de las últimas décadas.
El producto de esa idea es Colastiné, la obra escénico-musical de Miguel Galperín que se desprende de una sutil reflexión sobre El entenado, la novela de Juan José Saer. Con la puesta de Fernando Rubio, la actuación del tenor Ricardo González Dorrego y el actor León Dogodny, la participación del ensamble de percusionistas Paralelo 33º, la flautista Patricia Da Dalt, la dirección musical de Luis Nesa y la producción de Lorena Rojas, Colastiné se pondrá en escena desde hoy a las 18 en la sala Batato Barea del Centro Cultural Ricardo Rojas (Corrientes 2038). Repetirá todos los domingos de mayo a las 18 y los martes del mes a las 20.30.
Galperín se formó musicalmente en Argentina y Estados Unidos y actualmente es docente en el Conservatorio Manuel De Falla y coordinador del Area Música de la Biblioteca Nacional. Rubio es dramaturgo, actor, director y artista visual, con una extensa trayectoria en abordajes artísticos multidisciplinarios. Sentados en un bar conversan con Página/12 sobre las relaciones entre Colastiné y El entenado y las particularidades de la composición y la puesta en escena. “Desde cierto punto de vista una relectura de El entenado podría pasar por nuestro origen como país –explica Galperín–, pero más me cautiva por la idea de poder pensar en una adaptación como un gesto complejo. Pensar que puede haber mucho más para decir en la discusión de un texto que en la generación de un propio libreto. Y en este caso mucho más, ya que se trata de una novela que en sí misma discute las narrativas de adaptación de una historia.” “La puesta que pensamos gira sobre la presencia de una nueva obra –interviene Rubio–. La novela de Saer ocupa un lugar tangencial, se puede sentir su presencia pero periféricamente. La obra que está en escena es la de Galperín, que es una reflexión sobre la novela de Saer.”
–¿En qué se sustenta esa reflexión?
Galperín: –Más que basarme en elementos concretamente visibles de la novela, recurrí a una serie de negaciones, de límites que no quería sobrepasar. Por ejemplo, me era muy difícil imaginar una manera de generar palabra cantada en relación con la novela. De hecho no abunda en la obra la palabra cantada. Desde estos límites surgió una serie de posibilidades sonoras que están en la novela. La narración de Saer crea un ecosistema de sonidos, que es la representación de lo que habría sido la cultura de una comunidad aborigen en el siglo XVI sobre el Río de la Plata. Ahí hay un gesto ficcional terriblemente potente, que preocupó al narrador. Esa descripción está llena de sonidos y yo voy detrás de esos sonidos.
–¿De ahí surgió la necesidad de trabajar principalmente con instrumentos de percusión?
M. G.: –Necesitaba ser fiel a este ecosistema de sonidos y encontrar la manera de contar una historia que tuviera sonidos más que palabras. La percusión da cuenta de una serie de capacidades sonoras sin implicar la necesidad de una línea melódica, por ejemplo, y la flauta trabaja también como instrumento de percusión. Hay cierto despojo de la implicancia de los gestos musicales tradicionales en la propia elección de la percusión.
–¿Y los personajes?
Rubio: –Los personajes son dos. Un cantante, que representa al protagonista joven, y un actor, que es quien viene a poner con más fuerza la idea de la palabra, que aparece en el final de la pieza, cuando ese mundo sonoro empieza a desvanecerse. El suyo es un recorrido presencial hasta llegar a ser a través de la palabra.
M. G.:–Una de las estructuras profundas de la novela de Saer es que se llega al lenguaje después de un largo proceso.
–¿De qué manera administran escénicamente ese trayecto hacia el lenguaje?
F. R.:–La primera mirada pasaba por ser fiel a los elementos que Galperín proporciona en su obra. Hacerse cargo de las sutilezas de la pieza y trazar estrategias para amplificarlas y en ese sentido hacer una lectura de la novela de Saer, de la historia de un hombre que fue testigo y parte de eso que podría leerse como el primer gesto de la patria.
–¿Cómo está concebido el espacio escénico?
F. R.: –Los músicos están en escena y el espacio está rodeado de micrófonos colgantes, como si fuese un estudio de radio o una sala de grabación, un lugar donde se está construyendo esa pieza para que en otro lugar siga resonando. No hay intenciones de recrear un espacio radiofónico directamente, no damos cuenta de una mímesis. Se trata de construir un lugar escénico para lo más poderoso, que es la obra en sí misma.
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