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Miércoles, 1 de junio de 2011

MUSICA › MARTIRIO, ANTES DE SUS PRESENTACIONES EN LA ARGENTINA

“Hay un personaje que sale a escena, pero soy otra mujer”

Capaz de afrontar un amplio universo de posibilidades sonoras sin perder consistencia, la artista de dramático nombre viene a demostrar que nada es tan dramático: “Intento conectarme con la verdad, que una canción que he elegido porque tiene que ver conmigo pase por mí”.

 Por Karina Micheletto

Canciones como flechas, dice Martirio que fue lo que buscó en estos años, que ya son 27, de carrera. No halagos por su capacidad vocal, por su técnica o por la corrección de la interpretación: flechas de música y poesía. En esas canciones que ha apuntado con cada uno de sus proyectos –con todo lo disímiles que han sido entre sí– está lo que esta mujer nacida en Huelva, de imagen tan fuerte y definida en escena, ha buscado, dice, explícitamente. Martirio habla de comunicar, participar, compartir, buscar, encontrar, más que de cantar bien. Habla también de los conciertos como la posibilidad de tomar contacto con una ceremonia casi religiosa. “Aunque haya mucha risa también, ¡no vaya a creer que yo solamente soy dramática! ¡Le puedo asegurar que la gente se ríe mucho en mis shows!”, aclara enseguida, quizás adivinando que el peso dramático de la figura de grandes peinetas y lentes oscuros va empezando a hacer sentir su efecto.

De lo más amable y verborrágica, precisa y descriptiva ante cada pregunta, Martirio conversa con Página/12 telefónicamente. En pocos días volverá a cantar en la Argentina después de doce años, en un concierto que es un repaso por su carrera, y que no anuncia como espectacular en su despliegue, sino todo lo contrario: propone, dice, un viaje íntimo. Será este domingo 5 en Rosario, y el próximo martes 7 en el Teatro Gran Rex (hoy actuará también en Montevideo), acompañada por Raúl Rodríguez (su hijo) en guitarra y Jesús Lavilla en piano. En Buenos Aires, la espera además la declaración de Huésped de Honor de una ciudad en la que dice haber encontrado “amigos y admirados”, en una lista que abarca a María Graña, Susana Rinaldi, Amelita Baltar, Fito Páez y Luis Salinas, pero que la lleva también a recordar a Mercedes Sosa, Astor Piazzolla, Edmundo Rivero y al Polaco Goyeneche.

–Propone celebrar en forma íntima su carrera. ¿Es una declaración de situación?

–Es simplemente la invitación a una especie de biografía sonora. Es un placer para mí poder contar de dónde vengo y todos los sitios por los que he pasado a nivel musical, presentar todos los caminos que he ido eligiendo a través de mi carrera, y hacer una recopilación donde se ve claramente quién soy y lo que me gusta. Con mi voz sólo acompañada por la guitarra y el piano, claro que con dos músicos excepcionales, capaces de pasar por cualquier estilo musical. En ese formato iremos recorriendo mis versiones de música latinoamericana, las cosas del flamenco, las coplas en jazz, las canciones de mi primera época de composición propia. Todo eso va conformando el entramado de todos los sitios por los que he andado.

–“En el aroma de lo desnudo, existe lo primordial a flor de piel”, dice usted en la presentación. Llegar a mostrar eso primordial en forma desnuda debe ser mucho más difícil que poner al canto vestiditos y colores.

–A mí me interesa esa flecha que sale del corazón y llega al corazón y al estómago de la gente. Me interesa que cuando yo cante al público le pasen cosas. Me interesa ser espejo de sentires, me interesa la conmoción sentimental y emocional que se produce cuando la interpretación intenta ser de verdad. Eso me interesa mucho más que buscar que digan que mí: “¡Esta señora sí que es una magnífica cantante!”. Me interesa llegar a comunicar una serie de sentimientos, que la gente pase por los distintos géneros y temas que voy mostrando, de la sonrisa más amplia, e incluso la risa, hasta llegar a llorar. Es muy hermoso poder plasmar en un escenario todo ese caleidoscopio de sentimientos humanos.

–¿Qué es lo más difícil que le planteó la carrera que está recorriendo, el desafío más grande que tuvo que enfrentar?

–Me he enfrentado a muchísimos retos, cuando empecé no podía pensar la cantidad de cosas que me esperaban. He pensado siempre en hacer las cosas con libertad, eso quizás ha sido lo que más me ha gustado y lo que más trabajo me ha costado conseguir. Hacer las cosas de manera independiente, libre. Hacer exactamente lo que sentía en cada momento, pasando completamente de cualquier otro interés, y sin importarme el costo personal y económico. He cambiado bastantes veces de casa de disco, he estado dando muchas vueltas, pero sigo fiel a hacer lo que quiero. Eso me parece un grandísimo logro.

–¿Y le sigue costando esa libertad, hoy?

–Claro que sí, ¡siempre cuesta! Con la diferencia de que hoy cuento con la complicidad, el apoyo del público. Tenga en cuenta que yo tengo un personaje que es el que sale a escena, y después soy otra mujer, muy normal. Entonces el apoyo que siento no es el del artista que va por la calle y es saludado o tratado de forma especial. Es que la gente me diga que una canción mía le ha servido: eso es lo más grande para continuar. Y sobre todo que no se me quitan son las ganas de tirar pa’lante, eso es lo que más le agradezco a la vida: que las ganas siempre están ahí, por hacer algo distinto, por investigar, el vértigo de crecer, atreverme a cosas difíciles de asumir como mías.

–¿Por ejemplo?

–Buscar la auténtica fusión a partir de las raíces, la revisión de canciones antiguas, y darles mi impuso y mi personalidad. Investigar cómo se puede sacar esas canciones y ponérselas a la gente hoy al día. Cómo se puede recuperar la copla, que hoy es un género reconocido en España pero que cuando yo empecé no lo era. O la música latinoamericana fusionada con el aire flamenco. Y lo último que he hecho, un disco de poesía iberoamericana, otro eslabón de esa escalera que me he propuesto y que estoy tan feliz de subir. Son cosas nuevas, preciosas, que me exigen otro tipo de lenguaje. El camino sigue siendo de búsqueda.

–Es notable lo que dijo antes: su personaje es tan fuerte, que cuesta imaginarla como una mujer muy normal cuando baja de escena...

–Es una dualidad maravillosa que me permite vivir una vida muy tranquila, porque yo no soy nada star. Soy una mujer a la que le gusta la música por encima de todo: me he dejado la vida en la música y por la música, es lo que me ha hecho crecer y enriquecerme como ninguna otra cosa. Me gusta que la gente flipe con mi imagen, que Martirio sea una mujer fuerte y poderosa dentro de la interpretación. Pero después, yo quiero vivir fuera del escaparate, no soy de alfombra roja y grandes estrellatos. Soy mucho más artesana.

–Se define como “una arqueóloga musical”. ¿En qué sentido?

–Es una imagen, no lo digo en sentido estricto, porque hay mucha gente que tanto más conocimiento del tema que yo. Pero sí tengo verdadera afición a buscar canciones escondidas, y ver si, pasado el filtro del tiempo, tienen que ver conmigo, si se pueden pasar a mi estilo, si lo que están diciendo es algo que he sentido o que conozco bien. Repasar, releer esas canciones para que nueva gente las conozca; recordarlas, volver a pasarlas por el corazón. Ese es el sentido de mi arqueología musical.

–Y esa actitud de recuperación, ¿es algo que lo toma como un compromiso o le sale naturalmente?

–Me sale naturalmente. El gran maestro que tengo es la intuición, intento echarle muchísima cuenta, tenerla limpita, porque creo que ahí es donde está todo. Es una especie de maestro que tenemos en la barriga y nos dice las cosas que nos sientan bien y las que no. Y yo, cuando escucho que me llama, le hago caso. Aquella libertad que tanto me ha costado también es lo más maravilloso, porque tanto en el repertorio como en la imagen, la elección de los músicos, en todo, he hecho siempre lo que he querido. Ha sido algo sentido y ya está, y muchas veces el tiempo me ha dado la razón. Otras veces es difícil explorar, abrir caminos. Lo cierto es que, cuando sigo la intuición, finalmente siempre es para mejor.

–Usted es actriz además de cantante...

–¡Pero no me considero yo una gran actriz, para nada! He hecho algunas cosas en cine y en teatro, pero ser actriz es una cosa muy seria.

–¿No se define entonces como actriz?

–Interpreto mis canciones, eso sí. Pero tengo tanto respeto por los actores, que me cuesta trabajo considerarme como tal.

–¿Y en cuánto influye esa capacidad de interpretación al momento de buscar la forma a una canción?

–Diría que no “actúo” mis canciones. Suelo coger el repertorio y pasarlo por dentro con la más absoluta sinceridad. Después lo represento y lo cuento, pero a la hora de interiorizarlo, grabarlo y cantarlo, estoy conectada todo lo más que puedo con mis sentimientos. Y creo que eso se nota al momento de cantar. La gente está buscando verdad por encima de todo, creo que ésa es la única forma de modificar las cosas desde el arte. Intento conectarme con la verdad, que una canción que he elegido porque tiene que ver conmigo pase por mí y que le llegue a la gente y le pasen cosas a la gente.

–Usted es, en su documento, María Isabel Quiñones Gutiérrez. Ya se lo deben haber preguntado mil veces, pero, ¿por qué Martirio?

–Me ha fascinado siempre la gente que es capaz de dar la vida por lo que cree. Al principio fue muy difícil y me he sentido como que tenía que dar fe de lo que estaba haciendo. Martirio significa en griego “testigo”, y soy bastante testigo de las mujeres de mi tiempo. Es un nombre que me cuadra porque además soy una persona muy inquieta, le doy muchas vueltas a la cabeza, me cuestiono todo mucho. Tiene que ver con muchas de esas cosas, pero no con el masoquismo, ni con el sufrimiento. El sufrimiento del amor no se puede evitar, claro, pero no es que me recree en eso.

–¿Y en su casa también es Martirio?

–¡Soy Maribel, para todos! Martirio es el personaje completamente equipado. Martirio saca afuera lo que Maribel piensa, es mucho menos tímida. Pero Maribel tiene una profundidad que es la que ha criado a Martirio. Por suerte, están las dos.

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“Martirio significa en griego ‘testigo’, y soy bastante testigo de las mujeres de mi tiempo. Es un nombre que me cuadra.”
 
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