Miércoles, 22 de junio de 2011 | Hoy
MUSICA › BABASóNICOS CERRó EL FESTIVAL CIUDAD EMERGENTE
La banda de Adrián Dárgelos fue la “sorpresa” del encuentro que, en sus cinco jornadas, reunió a 160 mil personas en el Centro Cultural Recoleta. El recital funcionó como tributo a Jessico, el emblemático disco que Babasónicos grabó en 2001.
Por Luis Paz
El cactus altamente punzante y ese par de lomas amarronadas que ilustran la tapa del Jessico, publicado en 2001 por Babasónicos, funciona de gran modo como metáfora de lo que el grupo hizo a partir de él y a través de Infame, Anoche y Mucho, cada uno con su propio pico de resonancia, hasta el recientemente aparecido A propósito. Si el cactus era el peligro de una penetración ruda de las ideas del grupo en la cultura mainstream y las lomas bien funcionaban como pálida representación del traste mismo de esa cultura, el factor lubricante y de protección que faltaba aparecía no en la tapa, sino en las canciones. A la luz de la década pasada, en la que Babasónicos se convirtió en uno de los actos más concretos, hábiles y suculentos del rock de gran escala, el disco se merecía un certero homenaje. Y el lunes por la noche, Babasónicos apareció como banda sorpresa en el cierre de Ciudad Emergente para repetir la consumación de su acto tan radical, alevoso e ilustrado sobre el rock.
Una a una, de “Los calientes” a “Atomicum”, la banda volvió a atender las canciones de Jessico en el orden debido y, en ese acto, hasta rescató piezas que pocas veces realizó en vivo. Si todos, pocos o nadie se dieron cuenta de lo deliberado del armado de la lista de temas sólo importa para la estadística: en cualquier orden, las canciones contenidas allí son algunos de los hitos más resonantes del rock argentino durante el inicio del siglo y la pre y poscrisis: la justicia poética y política de “Fizz” (“Fiesta de farsantes en la espuma social”) o la contundencia de “Soy Rock”, que incluso generó una tienda virtual y una revista con su nombre, pero que, más que eso, fue una proclama en tiempos de políticas culturales demasiado sinuosas en la ciudad, con una alta concentración, por un lado, y todo un gran entramado de artistas underground invisibles, por el otro.
Con la perspectiva de los cinco discos que Babasónicos presentó en estos diez años, aparece nítido el hecho de que si Jessico fue una rampa sobre la que Babasónicos se elevó y elevó durante un par de años, su impulso es lo que convirtió en la escalada inicial de una montaña rusa a la carrera del grupo. Es, en parte, la consumación poética de una generación que de los ’90 tenía recuerdos no dorados sino enchapados en oro y que descubrió el glamour de lo kitsch antes de la hecatombe. Este disco es, además, la captura de una energía, de una efervescencia social (fue grabado en abril y mezclado en mayo de 2001) que se ventila en frases como “mantenida gracias a la propaganda” o “de turno está, con tiempo para gastar”. Y es también el soundtrack del estallido de una generación que se hizo cargo de su capacidad sexual y convirtió su intimidad en un talk show en Fotolog, primero, en blogs, luego, y en Facebook, finalmente.
Entonces, cómo no iban a estar enloquecidos los que pudieron ingresar a verlos en el cierre del festival (ver recuadro), que en sus cinco jornadas reunió a 160 mil personas en el Centro Cultural Recoleta y que, como su nombre indica, emergió y volvió a hundirse, como una Atlantis cultural, como una feria de atracciones que se desarma no bien se va la gente. Y lo que desde ayer vuelve a enfrentarse en esta ciudad es que la micropolítica cultural no está y que, frente a lo concreto de la realidad, el Ciudad Emergente es sólo un gesto grandilocuente de un mimo realmente mudo: cinco días en el epicentro para una cultura que ya ha vuelto al patio trasero.
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