Miércoles, 22 de junio de 2011 | Hoy
CINE › HOLLYWOOD COPA LA MAYORíA DE LAS PANTALLAS ARGENTINAS
El reciente estreno de Piratas del Caribe acaparó el 40 por ciento de las salas y Kung Fu Panda 2, un poco menos. Se debe a una cuestión estacional y a cambios de estrategias de las distribuidoras norteamericanas, pero ya afectaron a varios estrenos argentinos.
Por Ezequiel Boetti
La rutina del invierno no sólo consta de días cortos e infinitas capas de abrigo sobre el cuerpo; también es el momento del año en el que los multicines están de parabienes con la afluencia de millones de chicos y adolescentes ávidos por consumir la última novedad de la industria. Y esa novedad casi inexorablemente proviene de Hollywood. Pero en los últimos años, globalización y piratería mediante, empezaron a primar los estrenos simultáneos a lo largo y ancho del globo, esfumando los límites de esa franja del calendario e imponiéndose al resto de las películas que pugnan por un lugar en un mercado de exhibición en apariencia insuficiente para semejante caudal audiovisual. El resultado es económicamente inmejorable, con un crecimiento interanual en la venta de entradas que ronda el 20 por ciento y un 50 por ciento más de recaudación. Pero la coyuntura esconde un reverso, una cartelera de estrenos impredecible que se licua semana tras semana e imposibilita el delineamiento de un plan publicitario de lanzamiento para las películas independientes norteamericanas, europeas y sobre todo argentinas. “Hoy más que nunca es una lotería”, afirman los distribuidores. El lector queda invitado, entonces, a una partida en la ruleta de la factoría cinematográfica nacional.
Su estreno no podía ser menor, más aún cuando se trataba de una de las apuestas más fuertes de Disney para esta temporada. Piratas del Caribe: navegando aguas misteriosas sentó un nuevo record nacional saliendo al mercado con 220 copias que, gracias al interlocking (una misma copia proyectada simultáneamente en dos salas), al movimiento de copias y la tecnología digital, le permitieron ocupar 342 pantallas, según consignó el sitio Otroscines.com. Si se considera que en la Argentina existen 787 salas comerciales distribuidas en 239 complejos, tal como reza el anuario 2010 del Departamento de Estudio e Investigación del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina (Deisica), Depp y compañía acapararon el 40 por ciento de las pantallas locales. Ese promedio es muy superior al que registró, por ejemplo, en Estados Unidos durante su primer fin de semana. Allí se estrenó en cuatro mil pantallas, poco más del diez por ciento de las 35 mil de ese mercado.
Tres semanas después, Kung Fu Panda 2 arribó con 224 copias, 74 en 3D y 150 en 35 mm, según informaron desde la distribuidora. “Con eso proyectamos en 252 pantallas”, aseguraron. El desembarco de films norteamericanos se completó con X–men: primera generación, Rápidos y furiosos: sin control, con alrededor de cien copias cada una, y las 72 de ¿Qué pasó ayer? Parte II. Más allá de las aspiraciones masivas, a las integrantes del quinteto las hermana el respaldo de una distribuidora norteamericana. “Las majors han entendido que, como el negocio de cada film se ha reducido en el tiempo, la mejor opción es ser muy agresivas en el lanzamiento, estrenando con muchas copias y aprovechando la campaña global, lo que optimiza los costos, ya que es más fácil realizar una campaña mundial en pocas semanas que una país por país”, opina Ignacio Rey, de Sudestada Cine y vicepresidente de la Asociación de Productores Independientes de Medios Audiovisuales (Apima).
Frente a eso, un distribuidor argentino que prefiere el anonimato diagnostica “una lucha de egos entre las empresas”. “Todas quieren tener la mayor cantidad de espectadores posibles. Es el sistema capitalista en su máxima expresión: los más poderosos quieren ser aún más poderosos. Ese poder en su máxima expresión genera una invasión cultural de la que es muy difícil salir. ¿Cómo competís contra eso?”, se pregunta. Los 126 estrenos norteamericanos de 2010 tuvieron una salida promedio de 48 copias, mientras que en 2007 ese cifra rondaba las 38 unidades por film. “Cuando antes los tanques salían a lo sumo con cuatro copias por complejo, hoy salen con seis. La llegada del 3D y el excesivo multicopiado de las grandes películas no dejan lugar para nada. Es una especie de tinellización de los cines. Se termina volviendo una sociedad totalmente consumista, porque no hay pluralidad de voces. Se piensa en el cine como entretenimiento y no como cultura”, se lamenta el empresario.
Para los exhibidores, el cuello de botella es propio de la coyuntura estacional. Esa situación se reforzará con el reestreno de ¡las siete! películas de la saga Harry Potter, que se verán en varios complejos desde este jueves, a razón de una por día. “Desde este mes y hasta pasadas las vacaciones de invierno es el momento más caliente de los cines, y es lógico que cuando aparecen estos tanques ocupen gran parte de las pantallas. La temporada es todo el año y hay fechas especiales para estrenar películas populares y otras para las más independientes. No es el mejor momento para pretender estrenar películas que apunten a un público más selecto. En el segundo semestre, particularmente desde septiembre y hasta fin de año, no hay películas tan importantes y ahí hay lugar para mayor variedad”, afirma Leonardo Racauchi, apoderado de la Cámara Argentina de Exhibidores Multipantallas (CAEM), entidad integrada por las empresas Hoyts, Village y Cinemark, cuyos 25 complejos agrupan 242 pantallas (el 32 por ciento del total) y concentran la mitad de los espectadores.
Los anteojitos bicolores han sido el caballo de batalla de una industria que veía caer el expendio de tickets año tras año: se pasó de los 33,5 millones de entradas que permitieron recaudar 475 millones de pesos en 2009 a los casi 40 millones de tickets y 690 millones de pesos de 2010. La tendencia se mantiene en alza, ya que según estadísticas de Ultracine, hasta el lunes 20 se llevaban vendidos 20,5 millones de entradas, lo que marca un crecimiento interanual de casi el 20 por ciento. Esa cantidad significa 440 millones de pesos en las arcas de los exhibidores, un 50 por ciento más que en el mismo período del año pasado. “Está claro que es un muy buen momento del cine en la Argentina. Las nuevas tecnologías y los servicios hacen que los espectadores se vuelquen masivamente a las salas. Es un público ansioso por ver películas que le atraigan y eso hace que películas como Kung Fu Panda II o Piratas del Caribe tengan muy buenas recepciones”, asegura Racauchi.
Paradójicamente, bajo esos números subyace una de las razones del amontonamiento de estrenos. La explosión del 3D provoca que muchos espacios otrora equipados con proyectores de 35 mm hoy se vuelquen exclusivamente a la flamante novedad. Si bien muchos complejos todavía conservan la capacidad técnica para la convivencia de ambos sistemas, otros optan directamente por abastecerse exclusivamente de material tridimensional, reduciendo el número máximo de salas disponibles para aquellos films en el formato tradicional. Si en 2007, dos años antes de la llegada del 3D, una película contaba con 771 potenciales pantallas comerciales, es decir el total de salas comerciales, hoy tiene menos de 700. La cantidad es aún menor si se tiene en cuenta el perfil netamente comercial de la mayoría de ellas y la clausura durante los últimos meses de varios complejos dedicados al cine de autor o europeo, como por ejemplo el Atlas Santa Fe o Arteplex Caballito.
“Ya queda muy poco de estrategia comercial, porque no se ha desarrollado la construcción o el reciclaje de salas de forma lo suficientemente acorde con la evolución del mercado. La verdad es que hacemos lo que podemos tratando de cuidar el producto lo más posible”, explica Carlos Zumbo, director de la distribuidora Zeta Films. Durante 2010, esta empresa estrenó siete películas europeas (entre ellas, La cinta blanca y La pivellina) con una estrategia similar: pocas copias en lugares estratégicos. Los films convocaron a un total de 120 mil espectadores. “El producto independiente europeo funciona sólo en determinadas zonas, como por ejemplo Palermo, Caballito, Belgrano o el norte del Gran Buenos Aires. En todos esos lugares, salvo excepciones, el número de pantallas que tiene cada multisala es demasiado escaso para la cantidad de copias con que salen los tanques. Para poder convivir necesitaríamos al menos 20 salas por complejo”, estima Zumbo.
Ante la constante postergación de estrenos, no sería descabellado pensar que la solución consista simplemente en reducir los 300 estrenos de 2010. Pero ésa es una cifra acorde con la historia del mercado vernáculo. Un análisis de las estadísticas elaboradas por Octavio Getino en su imprescindible libro Cine Argentino. Entre lo deseable y lo posible, muestra que durante la década del ’80 hubo un promedio de 297 estrenos anuales, cifra prácticamente similar a la del último año. La diferencia está en el mercado al que se lanzan: si en aquellos años tenía un promedio de 870 pantallas, hoy tiene un centenar menos. O una cantidad menor, si se recuerda lo mencionado líneas arriba sobre la reducción de espacios para los lanzamientos en fílmico. Estrenar más copias de la misma cantidad de películas en menos salas es una ecuación matemática e industrialmente compleja.
“Está claro que lo que hoy falta en la Argentina son salas para atender a otro tipo de público. Deben ser salas destinadas a atender una oferta diferente a la de los complejos, que son salas populares”, afirma el apoderado de la CAEM, en consonancia con el pensamiento de Carlos Harwicz, de CDI Films. “Todo el que esté en esta industria sabe que las películas europeas y nacionales en París, Madrid o New York tienen su espacio propio. Acá no. Y lo que hay debe mejorarse. ¿Por qué un complejo me va a dar una sala para estrenar mi película húngara o rumana si ellos tienen razón? La gente que va a ver mi película no consume pochoclos y ellos son empresarios. La realidad es que falta un circuito de salas acordes con esta época.” Para los involucrados, en este punto deberían aparecer las largas manos del Estado. “La única forma es a través de una acción del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). Que se aprovechen los subsidios provenientes del exterior para construir nuevos circuitos alternativos y digitalizar salas para destinar a la proyección de cine nacional y a films europeos o independientes”, propone Zumbo.
La procedencia de un film no implica necesariamente una aspiración comercial más o menos reducida ni mucho menos preestablece virtudes o defectos. Como en todo el mundo, la Argentina tiene una filmografía que bebe tanto de una vertiente puramente artística y de alcance reducido como de otra popular y más accesible a los ojos menos entrenados. “Existen films nacionales cuyos destinatarios directos son las franjas de espectadores que colman las salas en vacaciones de invierno que deberían tener espacio en esas fechas. Hay que darles a las películas nacionales la oportunidad de llegar al público en condiciones dignas y evitar a toda costa que el cine nacional sea entendido como un cine de ghetto”, pide Ignacio Rey, productor de la recientemente estrenada Juntos para siempre.
La ópera prima del guionista Pablo Solarz encontró un resquicio para estrenarse en la fecha originalmente pautada. Pero otras no corrieron la misma suerte. Vaquero, el primer largometraje del actor Juan Minujín, se postergó sin fecha definida días antes del 9 de junio, cuando la campaña publicitaria ya estaba lanzada. El opus dos de Rodrigo Moreno, Un mundo misterioso, pasó del 23 de junio a comienzos de agosto. “Los complejos son populares y se abastecen de mucho público que requiere ver películas masivas. En el último año y medio se han estrenado 115 películas argentinas, de las cuales sólo 10 pasaron los cien mil espectadores y 17 pasaron los diez mil espectadores. Es decir que tenemos 88 películas que no llegaron a esa cantidad. Cualquiera que haya estrenado esas películas, entre ellos varios complejos de la Cámara, perdieron plata. No me meto con la cantidad de películas, pero definitivamente falta un circuito de exhibición que atienda las necesidades de estas películas y de las independientes extranjeras”, sostiene el apoderado de la CAEM.
Frente a este panorama, las medidas proteccionistas para los films nacionales son la cuota de pantalla y la media de continuidad que obliga a mantener un film nacional si su promedio de espectado res supera un determinado porcentaje de la capacidad de la sala. Para Racauchi, “nadie puede obligar a la gente a que vaya a las salas”. “¿Si se reforzara la cuota de pantalla y la media de continuidad hubiera ido más público? Esto no pasa por la regulación, sino por buscar una alternativa para que estas películas puedan verse, mantenerse y que haya más cine en otros lugares donde al público le interese. Pero hay un tema fundamental: las películas tienen que seducir a la gente porque nadie va a ir a verlas obligatoriamente”, asegura el dirigente.
Mientras tanto, la Apima conformó una comisión para analizar junto con el Incaa nuevas formas de regular la exhibición. “Como productor, entiendo que no todos los films tienen el mismo potencial. Por eso hay que cuidar especialmente a los films cuyo potencial es más exiguo”, asegura Rey, para quien se debe trabajar tratando de que ese riesgo artístico no se traduzca en otro económico, y que las “propuestas más convocantes se realicen con la garantía de que si no funcionan como se esperaba, aquellos que tomaron riesgos no queden tan desprotegidos”. La última meta no debería ser sólo un trabajo de los productores, sino uno mancomunado junto con exhibidores y distribuidores. Todos los eslabones de la industria cinematográfica deberían bregar para que no se “pierda la pluralidad de voces que hacen del cine argentino uno de los más prolíficos en cantidad y calidad del mundo”.
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