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Miércoles, 13 de julio de 2011

MUSICA › JOSé CEñA PRESENTARá SU DISCO PREGUNTAN DE DóNDE SOY

No soy de aquí ni soy de allá

El cantante dice que se siente provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias y argentino en todas partes. Por eso toca zambas y chacareras pese a haber nacido en el barrio de San Cristóbal. El viernes adelantará su nuevo trabajo en La Peña del Colorado.

 Por Cristian Vitale

No lo admira, pero le manotea una máxima a Sarmiento para explicar su ser en sí: José Ceña se siente provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias y argentino en todas partes. “Muy lejos estoy de Sarmiento, pero tomo esa idea... Me explica bien”, dice él, tratando de orientar(se) como mensajero de los sonidos de tierra adentro y, a su vez, refrendar su cuna urbana. No sólo nació en San Cristóbal sino que no se le traba la lengua para decir que ama el barrio “tanto como Cerro Colorado”, el pueblito de Córdoba donde Atahualpa Yupanqui, su musa y guía, atravesó parte de su vida. “Ir a Tucumán, tocar una chacarera y que alguien te pregunte ‘¿de dónde es usted?’ es de las preguntas más incómodas que te pueden hacer, no tanto para mí sino para el otro, que tal vez espere otra respuesta. Y sí, toco chacarera, toco zamba, y soy de Buenos Aires. Ya me cansé de andar desplegando mi árbol genealógico y decir que mi mamá era santiagueña o mi papá santafesino”, cuenta él. El motivo es justificar por qué eligió “Preguntan de dónde soy”, una canción que solía interpretar Yupanqui, para titular el disco que saldrá en breve y que mostrará el viernes 15 de julio en La Peña del Colorado (Güemes 3657).

El álbum será el tercero de un trayecto que empezó en 2003 mediante un trabajo íntimo, algo soslayado, cuyo nombre abriga la calidez de su guitarra y su voz: Junto al sol. Siguió cinco años después con Canciones del mensajero, un muestrario de “lados B” de Yupanqui, con la dirección puesta en cierta mirada zen (“criolla zen”, en sus palabras) que el pergaminense albergó entre sus últimas intenciones. Mostró Ceña, en ese mágico disco, temas que otros sobrevolaron: “El cielo está dentro de mí” o “El promesante”, por nombrar dos. Y continúa hoy, con un corrimiento necesario: el de Yupanqui ya no como interpretado sino como disparador de la memoria. “Cantar las obras del viejo me implicó una cosa muy movilizante. Me permitió descubrir una cuestión de emoción en el momento de cantar que antes no solía ocurrirme. Era un placer diferente, algo que no tenía registrado, y entonces comencé a recordar muchas de las canciones con las cuales me fui formando. Me permití, a través de ese lugar menos intelectual, más sentimental, recordar aquel repertorio”, explica el guitarrista.

–Se despegó de la teta de Yupanqui, en concreto.

(Risas.) –Sí, de una teta muy grande, con mucho alimento. Igual, creo que el criterio yupanquiano siempre me atraviesa.

–¿Lo condiciona?

–No, porque sigo comprando los discos de Pink Floyd, y ya me estoy preparando para ver a Roger Waters en marzo. Sin embargo, siempre hay una mirada no sólo en lo que tiene que ver con el arte y la música sino también con la actitud de un músico frente a esa expresión.

La reconversión de Ceña, que no es más que una vuelta a las raíces mediada por la experiencia yupanquiana, vuelve a ligarlo con las canciones que lo formaron. Con un repertorio que, lejos de intentar atraer audiencias masivas, camina por sendas laterales, casi inexploradas: “Cadencia y trigo”, de Raúl Carnota; “Camino a Chuquis”, de Luis Chazarreta; “Caballo de escarcha”, de Alicia Crest y Roberto Calvo; “Agüita demorada”, de los Hermanos Núñez; o “Pampa escondida”, de Suma Paz y René Vargas Vera. “Esa milonga que me identifica por su letra tiene que ver con eso de la identidad que decía al principio: ‘Bajo la luz del asfalto yace la pampa dormida’... Siempre tuve esa sensación mirando un yuyito que crece en una plaza de la ciudad. Debajo de esta montaña de cemento está el espíritu de la tierra y es el espacio geográfico que me crea el puente con todo ese mundo de cultura provinciana.”

–¿Qué pasa con las canciones propias? Usted hizo el camino inverso al que hace la media: grabó un primer disco con mitad de composiciones suyas y después se dedicó a interpretar.

–Tal cual, hice al revés (risas). Pero después de haber recibido unos cuantos retos, empecé a revisar algunas canciones mías y traté de no ser tan severo con ellas, no tan injusto.

–¿Por qué? ¿Autoexigencia, obsesión?

–No sé. Soy muy severo en lo que consumo. Tengo un entrenamiento auditivo que influye, y desde ese punto de vista he desmerecido mis canciones. Pero, bueno, me han hecho ver que no es así, que ellas deberían tener un lugar, y cuando me lo dice gente que yo admiro y respeto, levanto esa especie de penitencia un tanto absurda a las que las sometí. Tal vez aparezca alguna de ellas.

Folklorista a tiempo completo, hincha de Boca, yupanquiano acérrimo y beatlero por opción, Ceña divide el tiempo que le queda en dar clases de apreciación y lenguaje folklórico en la Escuela de Música Popular de Ramos Mejía, y en coordinar los encuentros de arte regional folklórico para la Dirección Nacional de Artes, que depende de Cultura Nación. Desde ambos roles, trata de desmitificar lo que parte del común piensa del folklore. “En general, se cree que el folklore es o lo que tiene impacto mediático y masivo, o lo tradicional, lo que los padres –en el caso de mis alumnos– les hicieron escuchar de chicos. Y la verdad es que entre esos dos extremos hay un montón de opciones, muchas variantes que son potables y permiten conectar con su mundo sonoro. Lejos de pretender adoctrinar a los pibes en el placer de la música folklórica, cumplo con el objetivo de que al final del año ellos se vayan con una idea diferente acerca del género. Es cierto que es muy difícil llegarles por una coplera, pero no por la versión de ‘El arriero’ de Divididos, que es una gran puerta para ingresarlos al mundo de Atahualpa, por ejemplo”, explica.

–¿Y cómo lo encara desde el lugar que ocupa en la gestión cultural?

–El criterio es similar: los encuentros de arte regional folklórico tienen el fin de exponer mesas de debate en las que se hable de hoy, y no hacer una ponencia sobre la herencia musical o poética de tal referente. Se trata de atender las problemáticas de los músicos hoy, de sus necesidades inmediatas.

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“Cantar las obras de Yupanqui me implicó una cosa muy movilizante”, admite José Ceña.
Imagen: Pablo Piovano
 
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