Con la sonrisa de frente, Hana (Florencia Ciliberti, tal es el nombre que figura en su DNI) recibe a Página/12 en su taller de Palermo, donde descansan los cuadros que expondrá el año que viene en la muestra Una pintura, una canción, a propósito de las visiones simultáneas del lenguaje. Cada cuadro pintado en óleo sobre tela es una frase extraída de las diez canciones de su tercer y último disco solista, Palabras gastadas, que presentará hoy a las 21 en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038). Hana es menudita y tiene la templanza de las personas que están en paz consigo mismas. Pero su contextura física y esa dulzura al hablar no se condicen con la leona que vela detrás de una sonrisa al parecer complaciente. “La vida es hoy, no sé qué estás esperando”, canta justamente en el tema “Palabras gastadas”. Entre colchones sonoros, el nuevo disco suena bien. Es un trabajo conceptual para escuchar y meterse en el universo Hana, desplumar cada letra y encontrar un propio significado. Cada canción se corresponde con la próxima y así la artista genera un equilibrio natural, casi como de esas selvas que pinta en sus telas.

Hana, que significa flor en japonés, eligió ese idioma para nombrar a su alter ego porque se reconoce una apasionada de las estampas japonesas de 1700 y 1800 y de Hokusai, dueño de las pinturas del mundo flotante. En los cuadros que pinta la artista se ven caballos etéreos de colores pasteles, flamencos, conejos y también un león, el señor del desierto asociado por los griegos al sol por su fuerza salvaje: “No hay conspiración más grande que el propio miedo”, es la frase que lleva implícita el cuadro del león. “En este momento estoy muy atrapada en el mundo animal. El año pasado participé de una muestra de bosques y animales, que se llama Cuidado, hombres sueltos. Cuando empecé este proyecto me di cuenta de que, si bien tiene otra complejidad plástica, tenemos muchos lenguajes pictóricos que generan intención pero hay un equilibrio. Es muy técnico lo que digo, pero la búsqueda fue por ahí”, explica la artista.

–¿Dónde se tocan la pintura y la música en su historia?

–Siempre fue muy natural porque pintaba desde chica y también estaba haciendo música, discos. Mi padre es músico, entonces no lo veía en términos de carrera, sino en términos de que fui estudiando y enriqueciéndome. A medida que pasaba el tiempo ambas ocuparon mucho tiempo en mi vida y eran lo que más feliz me hacía sentir.

–¿Y por qué está atrapada en el mundo animal?

–Los animales siempre me plantean cosas. Cuando encuentro algo que quiero transmitir, es como si el animal me diera algo desgarrador y me transmite una fuerza que ahora no me inspira otra imagen. Bueno, la flor también está presente con esto que es Hana. Hay muchos guiños, más allá de que lo que importa es lo que te produce un cuadro, sin tanta información. Sería reconocer mi instinto animal, es tratar de llegar directamente. De hecho, Palabras gastadas es un pensamiento que abarco y voy planteando en diferentes lenguajes, ya sea un disco o una muestra. Pero, por Palabras gastadas, también me daba cuenta de que lo que nos diferencia de los animales es el uso de la palabra para comunicarnos. Siento que hay un mal uso, un desgaste de la palabra que hace que carezca de contenido. Yo pondero la palabra de honor y la nobleza en la palabra.

–¿Cuál fue la inspiración para escribir estas canciones?

–A veces no fue tan consciente y otras sí. Concretamente, estaba pasando un momento que acompañó una emoción particular y esa emoción disparó un montón de situaciones y de preguntas. Tal vez suene un poco abstracto, pero todo tiene que ver. Hay muchas frases en las canciones que tuvieron su cuadro. Hay uno que se llama Olvidarme de mí por un rato para entender quién soy, que es de la canción “Sanación”. Otra que dice “Intenté ya varias veces convertir mi religión, pero en definitiva después llego a darme cuanta de que lo más importante es el amor”. Hay otro cuadro que está por ahí enrollado que se llama Como una enredadera me sostengo, que tiene que ver con la posibilidad de levantarte después de una caída. Siempre trato de encontrar la poesía en un montón de emoción. Son como preguntas y respuestas que vienen de estados emocionales diversos; es un disco existencial porque también es de amor.

–¿Y qué le gusta concretamente de este disco?

–Estoy muy satisfecha por varias razones. Por un lado, relata un momento y unas reflexiones muy auténticas que, más allá de lo personal, cada uno puede apropiárselos. Eso es lo que tiene de hermoso la canción. En cuanto a lo sonoro, para mí fue un gran de-safío porque como artista me interesa experimentar siempre. El disco anterior tiene mucha guitarra, es más Ennio Morricone, más canzonetta italiana de los ’60; en cambio, éste ya directamente lo planteé sin guitarras ni baterías acústicas. Siempre quise reemplazar la guitarra por sintetizadores, teclados. Además, me pareció interesante por una cuestión lógica y creía que era importante adoptar la tecnología. Por ejemplo, elijo el óleo y la tela, que en la pintura es lo más tradicional, pero de repente busco la provocación con la superposición de muchos registros pictóricos. Con la música tampoco quería repetirme con algo que ya había hecho porque me parecía aburridísimo. Y así como elegí una guitarra o un violín en el disco anterior, esta vez quería trabajar con instrumentos analógicos para después procesarlos y adquirir un sonido totalmente particular, que es lo que te da la tecnología a través de la perilla: poder lograr un sonido totalmente irreproducible. Quise jugar con esas texturas del sonido sin perder la sensibilidad.