Martes, 18 de octubre de 2011 | Hoy
MUSICA › FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE SAN LUIS
El notable sexteto de Wallace Roney fue una de las presencias destacadísimas en el encuentro desarrollado junto al lago Potrero de los Funes. También tocaron los hermanos Fattoruso, el grupo de Ricardo Cavalli y Jacques y Paula Morelenbaum, entre otros.
Por Diego Fischerman
“Más de cuarenta años que hablo en prosa sin saberlo”, dice en un momento el protagonista de El burgués gentilhombre de Molière. Uno podría imaginarse a los seis músicos que cerraron el Festival Internacional de Jazz de San Luis afirmando algo muy parecido, aunque sobre la música que tocan. Y es que sólo quienes hablan esa clase particular de prosa que ellos usan desde siempre, quienes han formado parte de grupos como los Jazz Messengers de Art Blakey o han sido discípulos de músicos como Miles Davis, pueden hacerlo con una naturalidad tal. Lo que para el resto es una meta –dominar el lenguaje– para ellos es el punto de partida. Wallace Roney, el único trompetista al que Miles aceptó dar clase, George Garzone y Antonio Hart en saxos tenor y alto, respectivamente, Cyrus Chestnut en piano, el contrabajista Rufus Reid y el baterista Jeff “Tain” Watts homenajearon a Davis pero, sobre todo, hicieron lo que saben: tocar jazz sin necesidad de pensar en ello.
El festival, que se realizó por primera vez entre el viernes y el sábado pasado, tuvo lugar en el Hotel Potrero de los Funes, emplazado en un sitio paradisíaco, junto al lago de ese nombre, a unos 20 km de la capital provincial. Y los escenarios fueron tres, el propio bar del hotel, la terraza de un bar construido en el muelle sobre el lago, donde el excelente trompetista Mariano Loiácono abrió las actividades mientras atardecía tras las sierras, y un excelente auditorio, por cuyo escenario pasaron, además del sexteto de Roney, el trío de los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso con Andrés Ibarburu en bajo, el cuarteto del saxofonista Ricardo Cavalli (con Garzone como invitado) y Jacques y Paula Morelenbaum. También actuaron en el festival, ante un público que colmó las instalaciones, el grupo Tonolec, que fue una de las sensaciones del primer día; el pianista italiano Fabrizio Pieroni, el grupo del sanjuanino Tito Oliva y el trío de Silvio Páez, un muy buen guitarrista de San Luis. Y algunos músicos participaron en varias ocasiones: el notable pianista Guillermo Romero fue parte fundamental de los grupos de Loiácono y Cavalli (donde también estuvieron el contrabajista Carlos Alvarez y el baterista Eloy Michelini) y Jerónimo Carmona fue el contrabajista del quinteto del trompetista, que completaron Gustavo Musso en saxo y Pepi Taveira en batería, y del conjunto de Pieroni.
Podría decirse que la historia del jazz moderno puede escribirse con un solo nombre: el de Miles. No sería cierto, pero tampoco estaría tan lejos. Y de hecho, la elección de Roney, Chestnut, Garzone, Hart, Reid y Watts sirvió para, a través de la figura del legendario trompetista, erigir dos homenajes más: al sonido (y a la escuela) de los Jazz Messengers y a quien fue su saxofonista antes de integrar el quinteto de Davis, Wayne Shorter. Aun cuando la autoría en el jazz es un hecho más colectivo que individual, de los siete temas que tocaron, cuatro pertenecían al repertorio del quinteto con Shorter y tres de ellos –“Pinocchio”, “Nefertiti” y “Footprints”– llevaban su firma. “Eighty One”, incluido en E.S.P. y compuesto por Davis y Ron Carter, “Blue in green”, atribuido a Miles pero, según todas las evidencias, escrito por Bill Evans, y “No More Blues”, la versión jazzística de “Chega de saudade”, de Jobim, completaron el recorrido trazado por el sexteto. Lo demás fue la energía descomunal y un nivel técnico apabullante. Hart y Garzone fueron un tándem ejemplar, acoplados a la explosiva trompeta de Roney. Chestnut deslumbró como acompañante tanto como solista y Reid no necesitó un solo en cada tema para demostrar su valor. El estilo de Watts tal vez pueda resumirse con el final de “Seven Steps to Heaven”: un redoble que comenzó en un fortísimo y se apagó en un decrescendo fulminante de unos pocos segundos. Si algo caracteriza a estos músicos, más allá del fenomenal control sobre sus instrumentos, es, en todo caso, el uso de los matices. Tanto el pianísimo como el fortísimo son, para ellos, posibilidades reales. Y las utilizan de extremo a extremo.
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