MUSICA › FLORENCIA RUIZ PRESENTARá LUZ DE LA NOCHE, EN EL CLUB ATLéTICO FERNáNDEZ FIERRO
En el álbum todo confluye en un combo armónico que contagia paz y belleza e incluso conduce a cierto estado meditativo.
› Por Julia González
“¿Te conté, Ruth, que Angelo lo conoció a León Gieco?”, pregunta Florencia Ruiz a la chica que la ayuda con las tareas de la casa, mientras lava los platos y la luz se roba el protagonismo por los ventanales. No va directo a la novedad, su nuevo disco Luz de la noche, y antes de ofrecer té, chocotorta, remolachas y manzanas, Flor habla de su participación en el hogar de niños que queda a unas cuadras de allí, en Boedo, cuando llevó a Angelo, un adolescente del hogar, a ver el Festival Ecos. Es lo primero que le viene a la cabeza y se nota que pasa tiempo pensando en eso, porque durante la entrevista aclarará: “Me interesa mucho la cuestión social”. Por eso, en su sexto trabajo solista sólo un tema es íntegramente de amor y el resto habla, solapadamente, de esta cuestión social que le ocupa el tiempo a la cantautora de cabeza plateada. Como el tema “Qué pena”, escrito no bien escuchó de la boca de Julio Cobos “mi voto no es positivo”. “Me quedé dos horas repitiendo ‘qué pena’, pero pensaba que mucha gente tiene en sus manos hacer algo para que esa bola de bienestar llegue a otros y no lo hace, no sé por qué”, reflexiona.
Cuando habla de Carlos Villavicencio, el arreglador musical del flamante disco, Ruiz se llena la boca de elogios. No se trata de ser fan de Villa, tal como lo llama la cantante, sino de admirar desde siempre el trabajo de este arreglador que juega en primera y es el responsable de darle ese giro mágico a las canciones. Porque, según cuenta ella, la estructura de los temas no cambió, pero los arreglos son los que hacen la diferencia en este disco que mezcla la canción con jazz y hasta con algo de world music. Finalmente, la canción se ensambla con la dulce voz de esta chica negada a la tecnología. Y todo confluye en un combo armónico que contagia paz y belleza e incluso conduce a cierto estado meditativo. “Un día a las 3 de la mañana no me podía dormir y me llamó Villa, que también se había quedado pensando en no sé qué, y le digo ‘En el tema uno suena un corno. Hagamos un esfuerzo de producción y que suene un corno’. Un pibe que es un súper trompetista dijo que podía emularlo. Y hubiera sido un golazo tener a este pibe, pero no era el sonido que necesitábamos: era un corno”, cuenta Ruiz. La cantante también les pidió una pequeña ayuda a sus amigos Ariel Minimal (con quien grabó Ese impulso superior en 2008, y de quien tiene una foto pegada en la heladera), Juan Quintero, Hugo Fattorusso y su hermano Andrés Ruiz, entre otros músicos que en total suman 24. La presentación de hoy a las 22 en el CAFF (Sánchez de Bustamante 764) será con Facundo Guevara (percusión) y Mintcho Garramone (bajo eléctrico), que también participaron en el disco, y con Mono Fontana (teclados).
–¿Cuál es la luz de la noche?
–El período fue bastante prolongado. Nosotros nos mudamos acá y Villavicencio vino a conocer la casa. Yo tenía la idea de ir a grabar a la Biblioteca Nacional sola con la guitarra. Había hecho las primeras giras en el exterior en 2008 y justo grabé el disco con Minimal, y estaba bueno hacer el disco sola porque me interesaba, después de tantos discos que había hecho, me venía bien. Justo vino Villa a comer; somos amigos hace un montón, tenemos una relación como familiar. Y me dice “dale, tocate unos temas”, y yo “no, no, no”. Yo sabía que empieza y me vuelve loca. Agarré la guitarra, toqué los temas y me dice “vamos a hacer un disco”. Pensé que iba a ser eterno y no quería eso. Dicho y hecho: empezó todo a finales de 2008.
–¿Y cómo fue ese proceso?
–Fue cambiando conceptualmente. Empecé a laburar un montón para poder tener más dinero, porque convocamos a muchos músicos importantes y lo grabamos en un súper estudio, no queríamos tener un disco medio... Ya había hecho discos más o menos en todas las instancias, desde improvisados, en casa de amigos, y era la primera vez que iba a un estudio y con Villavicencio, que es mi ídolo, mi infancia, mi adolescencia. Llegar a lo máximo para mí era trabajar con esta gente o ver como él encaraba los arreglos. Entonces tuve que atravesar un montón de cosas. Y, de repente, uno de los primeros temas que tenía se llama “Luz de la noche”, que es claramente el único tema de amor que hay en el disco. La producción es compartida, está hecho con dinero de afuera, recibimos dinero de Japón, México y Estados Unidos. La verdad que éste es un disco que está hecho con todo el amor a la música.
–Se nota la puntillosidad en los arreglos.
–No sé si hay un arreglador mejor. Y no lo digo por fan. Carlos es gigante, mide como cinco metros, y cuando terminamos de mezclar decía “¿Qué voy a hacer? Empecemos de nuevo”, no quería largar al disco, estaba como compungido.
–¿Usted pidió que las canciones tuvieran ese aire jazzero?
–Nada de los arreglos tiene que ver conmigo.
–¿Y buscaba ese sonido?
–No buscaba mucho, la verdad. Soy de la idea de que si hacés algo con alguien, tenés que estar entregado. Si estás en el baile, tenés que bailar. Sabía que de esta experiencia tenía que sacar el máximo crecimiento posible. Hay canciones que sí son totalmente distintas a lo que compuse. Para mí es un gol de media cancha. Si me voy a quedar con la idea de cómo lo tocaba sola con la guitarra, la verdad que voy para atrás. Y siempre voy para adelante, es mi única idea. El tema “Alumbraremos”, que no tiene nada que ver, habla de la inundación de Tartagal. A mí no me gustaba la canción, pero Villa le rescató un montón de cosas y tiene razón. El pudo desarrollarlo y pinta ese paisaje de la inundación de Tartagal de una manera impresionante, la llamada ésa del corno es increíble. Después hay otro, “El futuro, Flor”, que lo tocaba sola con la guitarrita y él lo transformó en un blues alocado con un solo de guitarra de Ariel (Minimal).
–¿Por qué cree que a los japoneses les gusta su música?
–Creo que en los primeros discos hay algo relacionado con el silencio, sin la necesidad de andar abusando, en todo nivel. En ese sentido soy bastante monje: estaba ahí y no hice ni un centímetro de más. Después, creo que hay cierta cosa original. También lo primero que vendí eran CDR y tenía que escribir con mi letra el nombre de las canciones, no lo podían creer. Soy cero consumista, tal vez haya algo de eso. Además, te vas a tocar a otro lado y te das cuenta de quién sos.
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