MUSICA › PETECO CARABAJAL, LAS CANCIONES DE EL VIAJERO Y LOS SONIDOS DE TIERRA ADENTRO
Con una amplitud que va de su Santiago natal, Chaco y Salta a la urbanidad de Soda Stereo y el sonido cubano, el violinista dice ir superando “el miedo a defraudar”. Mañana se propone mostrar las facetas de su viaje interior y exterior en La Trastienda Club.
› Por Cristian Vitale
Ocurrió que Peteco y Demi caminaban por las calles de Shanghai. Era un día de calor, casi como Santiago del Estero en febrero, y el hermano menor (Demi) escuchó un sonido familiar. “Escuchá, ¡coyuyos!”, le dijo al mayor. El sonido, que podría ser el de una chicharra, un grillo, un coyuyo o cualquier pájaro chino de similar especie, los voló directo al monte. Un traslado sin escalas. Peteco, siempre inquieto, entró en una casa de instrumentos, compró una flauta china de bambú e intentó tocarla en el cuarto del hotel. “Es un moño, no entendí nada”, admite él. Igual le alcanzó para sentar las bases melódicas de “El coyuyo de Shan-ghai”, una de las veinte piezas que pueblan El viajero, su flamante disco. El chiste termina en que los hermanos bandeños, vueltos a Buenos Aires, tuvieron que buscar un músico chino para hacer sonar esa cosa complicada, “china”, de dos cuerdas y mil sonidos, para terminar de darle forma a la chacarera. Y así quedó en el disco: original, distinta, como acostumbra el vate Carabajal. Y así opera, también, como una llave posible para abrir las puertas de un disco que hace honor a su nombre. “Es una mezcla de cosas, no sé, por un lado el viaje específico, el viaje que uno hace a través de distintas geografías. Por otro, el viaje interior, el viaje humano. La vida es un viaje, el planeta anda viajando. Y hay distintos lugares desde donde ver un viaje y verse a uno, que es el protagonista de ese viaje. Igual, a veces una idea es y no es...”
–No necesariamente uno tiene que dar concreciones sobre determinada cosa que plantea. Yo digo El viajero. ¿Qué quiere decir el viajero? Bueno, podrá ser muchas cosas y a la vez no saber si hay algo que decir.
La ambivalencia de Peteco no anula factores empíricos. El disco, que presentará mañana en La Trastienda Club (Balcarce 460), muestra al compositor y multiinstrumentista en viaje permanente. No sólo por las lejanías de Shanghai, sino por otras geografías más o menos ajenas al Puente Carretero, y su río dulce. Por el sur pampero, hondo y llano, a través de “Quimey Neuquén”, el contundente loncomeo de Marcelo Berbel y Milton Aguilar que inmortalizó José Larralde. Por la urbe y su pop encarnado en Gustavo Cerati (“Corazón delator”), la Cuba universal de Silvio Rodríguez expresada en “Vamos a andar”; el aura nostalporteña de Gardel (“Volver”) o la rústica triple frontera interior que conforman Santiago, Chaco y Salta mediante la chacarera díscola –también distinta–- que hicieron Francisco Sánchez y Abel Saravia: “La mataca ollera”. Partes de un todo viajero y viajado que Carabajal grabó en vivo durante un concierto en el Teatro El Círculo de Rosario, sustentado por su banda–clan: el mismo Demi en batería, Ricardo Carabajal en percusión, su hijo Homero y Daniel Patanchón en guitarras, y Juancho Farías Gómez en bajo. “Cuando estaba terminando de mezclar el disco, invité a Pajarín y a Koki Saavedra para que lo escucharan, y justo llegaron cuando hacíamos ‘Quimey Neuquén’. Estaban en silencio y en un momento, Pajarín, al que conozco de chico, me dijo: ‘Vuelves a lograr la sorpresa’... me serené, yo ya estaba con miedo”, relata.
–Fue en tono de humor, pero sí, antes yo era medio inconsciente y no pensaba tanto en la recepción de lo que hacía, pero me han dicho tantas veces que siempre se espera algo nuevo de mí que al final me hizo pensar. Me hizo tener miedo de defraudar.
Descartado. En El viajero, Peteco revalida sus laudos de creador nato e intérprete “a más”. Los nuevos y propios (el homónimo y “Amanecer revolución”, un maravilloso huayno lisérgico) lo ubican otra vez con un pie en el monte y otro en el cosmos. Lo encarrilan en el saco de hechicero musical. Los viejos y propios (“Juan del Monte” o “Como arbolito de otoño”) no descuidan su pasado y los atemporales y ajenos (“La guitarra”, de la yunta Yupanqui-Valles y “Cuando tenga la tierra”, de Toro y Petrocelli, más allá de los nombrados), muestran –paradójicos– un capricho más o menos reciente: “En este momento siento que estoy retomando la bandera de Mercedes Sosa. Ella ya no está, entonces me gusta mucho esto de tener a los grandes autores en el repertorio. Ya no me interesa tanto la cosa de que sea mía la canción, sino ser un intérprete y largar algo mío cada tanto. Nutrirme de los grandes autores y volver sobre ‘Cuando tenga la tierra’ o ‘Quimey Neuquén’, por ejemplo. Volver a un repertorio que ya ha hecho la Negra, pero tiene que seguir renovándose”, subraya.
–Por eso está en el repertorio. Los argumentos que ha puesto alguna gente de la oposición al Gobierno me parecen ridículos y los considero antipatria, porque el patrimonio se cuida concretamente con medidas así, hay que empezar a ver que los nativos puedan tener su lugar, su tierra. Hay una antigua deuda que nunca se ha saldado, ni siquiera se ha intentado saldar, que es esa distribución que ha habido de las tierras en Argentina. Y esto hace a una discusión que siempre tiene que estar vigente, por eso no puedo entender cómo (Jorge) Lanata dice que está podrido de que le hablen de la dictadura, cuando yo quisiera que se vuelva a retomar hasta Julio Argentino Roca en la discusión.
–Ya no está esa cosa de arreglar. Tenía razón Atahualpa: “¿Por qué me lo vas a arreglar si no estaba roto?” (risas). Me parece una pérdida de tiempo arreglar algo y dar solo la visión de uno.
–Cantando un tema y compartiéndolo con mis músicos. “Yo lo hago así, ¿a ustedes qué les parece?”, ¿no?, y entonces pasa que se arma algo que yo no tengo, algo que no está preestablecido y que me sorprende.
–En el caso de “Quimey...”, no tiene una versión de la que se pueda decir “ésta es la original”. Es cierto que la de Larralde es la más fuerte, pero también es la más imposible de igualar porque es sólo su voz y su guitarra... después hubo una muy linda de Los Trovadores como grupo vocal, pero no hay una referencia, no está “la” versión. En nuestro caso, creo que logramos lo mejor. El grupo suena verdadero en esta versión. En el caso de “Corazón delator”, hemos tratado de hacerla lo más parecida a la versión de Soda, pero acá hay que tener en cuenta hasta la calidad de los instrumentos.
–Sí. No tengo tanto manejo en esas aguas. En este tema, lo mío ha sido meterle el violín nada más. Después, la cantada es al unísono y sacamos un sonido que sería el color de la voz, porque no me daba para cantarla solo, y tampoco para hacer voces. No se trató de eso, además, sino de un homenaje a Gustavo en este momento, una forma de conectarnos espiritualmente con su creación.
–Sí.
–Una vez que los empecé a escuchar con atención sí, pero no es que los conocí de entrada. El que es fanático desde siempre es mi hermano Demi. Sí he escuchado y disfrutado mucho de los trabajos de Gustavo como solista, por eso este reconocimiento hacia su gran aporte a la música popular.
–Bueno, acá hay que quedarse quieto y esperar.
–Que pase algo y que lo puedas ver con otros ojos, o con otros ánimos. No cabe otra, ya no es el hecho de salir a componer.
–(Risas.) O esperar que pase un bagre igual, pero que vos lo veas distinto. La chacarera es eso, porque yo ya no compongo. Ya no hago. Me quedo quieto a esperar y en algún momento viene lo mismo, desde una visión distinta. No sé cómo será, es difícil hablar de esto, pero largo algo que considero que vale la pena largar...
–Lo considero un maestro de los maestros, un hombre como Spine-tta, o como Atahualpa Yupanqui, que son verdaderos vanguardistas. Ellos son la verdadera vanguardia de belleza, de poesía, de profundidad, de lo que es la vida y el camino de un artista verdadero.
–Tiene que ver, porque en el momento en que lo estábamos ensayando, había otra canción que me gusta mucho de Silvio, que yo canto en la intimidad, pero Pata, el guitarrista, me dijo “hagamos ‘Vamos a andar’, que es más para arriba y es un tema conocido”. Porque también se trata de eso, no se trata de hacer la canción que más te guste, sino que simbolice cosas, como también podría ser el caso de “La maza”, que no es la que más me gusta, pero que es bien representativa.
–Sí, porque yo tengo una voz y una forma de cantar que están identificadas con la tierra. Una voz medio aguda que anda siempre por los medios, y encima una forma de cantar que es bien del estilo folklórico, de zambas y chacareras, entonces hay un color que tiene la música ciudadana que siempre ha estado identificado con la voz grave, lo mismo que en la milonga. Por eso me cuesta... tengo una voz demasiado norteña. La piloteé porque me encanta cantar tango y lo puedo hacer a una buena velocidad.
–No.
Peteco frena. Pide una lágrima y el chiste sobreviene fácil: “Para ponernos melancólicos”. El primer sorbo lo lleva a otro de los temas –casi– ajenos del disco: “Agoniza bandoneón”, de su hijo Homero. Es un tango tremendo. Sufrido pero suave. Lo cantan a dúo y al padre se le cae la baba. “Es de una madurez linda. Pareciera hecha por un hombre andado y sufrido, y tiene 20 años (risas). Homero no está en el grupo porque sea mi hijo, sino porque encuentro condiciones y belleza en sus composiciones. Cuando lo escuché, me ha hecho acordar a algunos temas de Lo que me costó el amor de Laura, la obra conceptual de Dolina... es un poco ese estilo, podría estar en esa obra.”
–Pero son todas sensaciones que alimentan una creación. Para mí es válido ese mundo de sensaciones, ese provocarme a mí y tratar de provocar a los demás. Ojalá sea válido para los demás.
–Es la primera vez que incluyo una chacarera de esa zona y no sé si algún artista santiagueño ha hecho este tipo de chacareras, porque son completamente distintas del corte, el ritmo y la esencia de las santiagueñas. Las melodías y el tumbado que tienen son de otro estilo. Hay, sí, una parte de Santiago que tiene que ver con la zona de Pellegrini, Nueva Esperanza o 7 de Abril, que está en el límite con Salta y con Chaco, donde hay chacareras de este estilo, con mucho violín. Quizá la más famosa sea “La chicharra cantora”, que han grabado Las Voces de Orán en su tiempo, y ése es un claro ejemplo de cómo son las chacareras de esa zona: la mayoría en tono mayor, y más livianas. Las del centro de la provincia, las de Salavina, La Banda o Santiago tienen el dramatismo del tono menor, y son más secas, más ásperas.
–Tal vez como una forma de acercamiento desde Santiago hacia esa zona, y a dos autores salteños como Francisco Sánchez y Abel Mónico Saravia, porque los artistas santiagueños siempre hemos grabado chacareras santiagueñas, nunca hemos hecho una obra de un salteño, por ejemplo.
–No. Tal vez por una cuestión de no sentir la necesidad. Yo me podría nutrir de las chacareras santiagueñas sin fin, pero me ha parecido bueno poder hacer e interpretar una chacarera completamente ajena al estilo y creo que ha sido un acierto. Se produjo algo fuerte, y eso es, llanamente, lo que busco.
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