MUSICA › EL PIANISTA PORTUGUéS MARIO LAGINHA, HOY EN CAFé VINILO
Considerado uno de los pianistas más inquietos y versátiles de la escena del jazz en Europa, Laginha compone y toca sin pruritos. Grabó junto a Maria Joao y Dino Saluzzi, además de acompañar a Wayne Shorter, Gilberto Gil y Lenine, entre muchos otros.
› Por Cristian Vitale
Pese a ciertas fallas de origen, Mario Laginha pilotea bien el castellano. Le adelanta el acento a la “o” de bandoneón (“bandóneon”), ubica una “d” entre la “e” y la “i” de increíble (“incredible”), dice “termos” en lugar de términos, “yente” en vez de gente, “Princi” cuando habla de Prince o “Pólice” con acento esdrújulo. Pero se le entiende todo, y todo tiene un sentido: cada palabra no está dicha en vano. Es más: cada palabra resulta una hoja de ruta eficaz para ir entendiendo por qué éste hombre –portugués de Lisboa– es considerado uno de los pianistas más inquietos y versátiles de la escena del jazz en Europa. A las pruebas: con “incredible” y “bandóneon”, Laginha se refiere a su admiración por Dino Saluzzi, el talento criollo con quien grabó un disco mediando los ’90. Con “Princi” y “Pólice”, al pop que más le gusta. Y con “nostalcia” (la “c” por “g”), a la palabra clave para tender y entender un puente entre su Lisboa natal y Buenos Aires, entre el fado y el tango, que no es lo mismo pero es –casi– igual. “La única diferencia es que en el tango el ritmo es más fuerte y tiene más variantes que el fado, el resto es casi lo mismo”, sentencia, mientras mira las estrellas, se torna claro y pita un rubio. “Lindo Buenos Aires, ¿eh? Estuve cuatro veces y cada vez me gusta más. Argentina me parece un país increíble, porque tiene una riqueza muy grande, con una identidad fuerte que supera al tango. Es un país con mucha diversidad musical”, reflexiona.
Esta vez, la cuarta, el pianista está en la Argentina para presentar algo de su disco por venir (Cosmolodías) y todo del último (Espaço), esta noche en Café Vinilo (Gorriti 3780). Dicen de él –y cuesta poco comprobarlo– que es un exquisito a lo Ryuichi Sakamoto. Que parte del jazz, pero en el camino se desvía hacia donde la intuición lo lleva. Que compone y toca sin pruritos. Libre. Desprejuiciado. Que ha secundado en dúo a la fina cantora Maria Joao durante años, y tocado con Wayne Shorter, Wolfgang Muthspiel, Trilok Gurtu, Gilberto Gil, Lenine, Ralph Towner, Manu Katché, Julián Argüelles y Django Bates, un buen popurrí, mezclado e inclusivo como su música. “¿Sabe qué? A mí me dicen que soy un pianista de jazz, pero yo me he fumado (también domina el argentino) todos los grandes grupos de rock de los ’70. He delirado (comprobado) con Genesis, Yes, Jethro Tull, Black Sabbath, Uriah Heep o Emerson, Lake & Palmer, con músicas africanas y brasileñas... para mí no existe una jerarquía de músicas: el jazz, el rock, el pop y la música clásica están en un mismo nivel, porque el genio humano se manifiesta siempre en todos los géneros”, define.
–Claro: Tom Waits, “Princi”, Sting.
–Pero me refiero a su momento con “Pólice”. Quiero decir, no tengo nada contra el pop, ni siquiera contra el drum and bass. Todo me gusta y, claro, el jazz rock: Miles Davis, Chick Corea, Keith Jarrett, Joe Zawinul, Weather Report... ¿Qué canción quiere que le cante? (risas).
Laginha, dicho está, tiene el mundo de la música en un pañuelo. Una breve biomarca que nació en Lisboa hace 51 años, que sacó calificación máxima en el curso superior de piano del Conservatorio Nacional de su país, que fundó el Sexteto de Jazz de Lisboa, en 1984, escribió música para películas y obras de teatro (Passagem por Lisboa, Estudo para Ricardo III / Um Ensaio sobre o Poder, Berenice), compuso y arregló la obra Lobos, raposas e coiotes para la Orquesta Filarmónica de Hannover dirigida por Arild Remmereitt, visitó a Ravel, Samuel Barber y Aaron Copland, en dúo con otro de su estirpe (Pedro Burmester), y grabó diez discos (giras interminables incluidas) junto a Maria Joao. “Grabando un disco para ella en Alemania (Fábula) fue como conocí a Saluzzi, la primera referencia que tuve de un músico argentino. Es extraordinario y su participación, aunque me habían dicho que era un músico difícil, resultó maravillosa... Tocamos bolero, jazz, un poco de todo. Tienen buenos músicos aquí, me han gustado cosas de Andrés Beeuwhsaert, de Carlos Aguirre o de Diego Schissi. Me encantó Schissi.”
–Salió de una exposición trienal de arquitectura que hay en Portugal, y el director me encargó relacionar ambas artes. Al principio estaba un poco raro, pero después salimos a caminar y a ver obras importantes, y ahí empecé a reparar en que él, hablando de arquitectura, utilizaba “termos” (términos) que también utilizamos los músicos. Entonces, con cada idea intenté una música.
–Bueno, él me hablaba de líneas continuas, y yo lo traduje en bajos continuos, tocado siempre con la mano izquierda y sin parar. Hablaba de silencio y espacio, e hice una música que se llama “Tanto espacio”; hablaba de las paredes que nos cercan y yo hice un tema que suena como si algo me estuviera cercando, invadiendo, como una sensación asfixiante que resolví con paso de 7 por 4. Y así intenté hacer con naturalidad una cosa muy compleja, digamos.
Laginha vive a 40 kilómetros de Lisboa, en un sitio que considera muy hermoso, con montaña y mar: Penedo. Es un portugués universal y completo, una completud que logró cuando redescubrió el género que siempre había tenido a la vuelta de la esquina. “Entiendo que todos me pregunten por el fado, es lo que pensamos nosotros cuando hablamos con un argentino que no hace tango, pero allá hay muchas músicas. Digo esto porque hasta los 35 años no me gustaba el fado, tenía una connotación conservadora. Era la única música que la dictadura permitía, y eso me rebotaba porque parecía que no teníamos otra música. Y tenemos rock, pop, jazz, clásico, como en todos lados, ¿no? Pero más tarde empecé a percibir y escuchar a fadistas increíbles. Pensaba que era una música pobre y la verdad que no es así, tiene muchas sutilezas y un buen guitarrista de fado es un virtuoso”, define.
–Sí, lo toco. Incluso escribí algunos para piano solo y ciertos músicos clásicos me encargaron transcribirlos para que toquen ellos. La síntesis es que antes renegaba y ahora no. Amália Rodrigues, un símbolo nacional, era una cantante increíble y negarla sería como negar a Gardel.
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