MUSICA › ENTREVISTA A JOE COCKER, QUE HOY SE PRESENTA EN EL LUNA PARK
Es su tercera visita al país, en más de medio siglo de carrera. “Soy capaz de hacer un show mucho mejor que el que hice aquí hace veinte años”, promete el hombre, a los 67. Presentará su último CD, Hard Knocks, pero, promete, no faltará ninguno de sus clásicos.
› Por Gloria Guerrero
Discutible timing el del inglés Joe: venir a aterrizar, justo ahora y en pleno “tema islas”, en una Argentina colonizada durante casi todo un mes por la voz de Roger Waters, que va y viene, tan... retráctil. “Mi señora me dijo que evitara hablar sobre Malvinas”, sonreía Cocker en su hotel, ante un cronista de noticiero (“¡Pollerudo!”, acotó un tipo en estudios, creyéndose ingenioso). Aun así, el músico no había esquivado el bulto y, luego de aclarar que no contaba con demasiada información sustentable, repitió el remanido despropósito de asemejar a los kelpers con aborígenes cuasi originarios, “después de tantas generaciones allá”, y darles crédito a sus preferencias de nacionalidad. Y volvió a sonreír.
Hace más de medio siglo que canta en público, y hace veinte años que siembra y cosecha tomates como chifle personal; el inglés vive en Colorado, en los Estados Unidos, y si Roger Waters a sus 68 parece de 58, Joe Cocker a sus 67 parece de 67. A su alrededor revolotea su asistente personal, un caballero que es la viva estampa del señor López (el de Las Puertitas) pero con diez kilos menos de panza: es él quién le dirá al fotógrafo de Páginal12 cómo y dónde debería de posar el artista en esta sala (“acá no, acá sí, el brazo acá no”), y quien hará las señas que correspondan para dar por terminada cualquier entrevista, cuya duración máxima será de quince minutos.
Es la tercera vez que Cocker visita la Argentina (muy bajo promedio, para alguien con más de medio siglo de carrera universal); la segunda vez que se lo vio fue a comienzos de la década menemista. La primera había sido en 1977, en plena dictadura. Y se le hace un nudo en la cabeza cuando se le pregunta por las Argentinas que estuvo encontrando. “¿Ahora tienen libertad?”, pregunta.
–Sí. Y, doblando la perspectiva, ¿cuál es la diferencia entre el artista que se vio aquí en 1977, aquel que vino en 1991 y el que toca en el Luna Park en 2012?
–Bueno: en principio, es la primera vez que ustedes van a verme sobrio; dejé la bebida hace once años. Esa es, creo, la diferencia más profunda. Es muy cierto que a medida que uno envejece no puede mandar en escena la misma energía que en sus años jóvenes, pero yo aprendí muchísimo, crecí mucho en mi sobriedad. Me parece que hoy, en cierta forma, soy capaz de hacer un show mucho mejor que el que hice aquí hace veinte años.
El nuevo álbum que Cocker oficializará hoy en las pampas se llama Hard Knocks, es su vigésimoprimera producción en estudio, fue editado a fines de 2010 y sucede a Hymn for My Soul (2007), aquella casi cruda compilación de “himnos” (desde Dylan hasta Harrison, Stevie Wonder o Fogerty) que bastantes buenas críticas le valió en el mundo. Pero, a la hora de encarar Hard Knocks y para espanto de un vasto sector de su grey, el cantante había declarado que su intención era conseguir un sonido más moderno; más “joven”, quizás; ciertamente, más pop.
–En su caso, algo así puede asustar. ¿Era... necesario?
–Mire: ahora que estoy viejo, en realidad lo que yo quiero hacer es un álbum de blues. Pero las compañías discográficas siempre protestan: “Joe, con un disco de blues no vas a vender más que 25 mil discos” (se ríe). A ver: después de muchísimos años me decidí a cambiar de grabadora y ahora me moví a Sony Alemania; en un principio se me pidió que repitiera viejos hits, como “Unchain my Heart”, porque en el disco anterior que hice para la EMI, Hymn for my Soul, habíamos utilizado muy poca tecnología y a muchos no les había complacido, ¡porque decían que “no se escuchaba power”...! Entonces, para cambiar, en Alemania intenté hacer un disco distinto. Y, la verdad, cayó muy bien.
De hecho, hacía mucho tiempo que un álbum de Cocker no contaba con temas nuevos, y esta vez fueron nada menos que nueve. Trabajó muchos de ellos a dúo con su nuevo productor Matt Serletic (Collective Soul, Matchbox Twenty y también la cara de M20: Rob Thomas, el mismo que grabó con Santana). La expresión hard knocks refiere, en lenguaje coloquial, a las por suerte ya perimidas palizas que podía dar un preceptor en el colegio (¡uf, sobredosis de Waters y The Wall!) o bien a lo que podrían llamarse “los golpes de la vida”: “Yo me gradué en palizas”, canta Cocker en el álbum. “Lo prueban todos estos golpes y moretones”.
–Y si esta vez no era un disco de covers, ¿cómo y por qué eligió precisamente “I Hope”, de Dixie Chicks, en el que además aparece Tony Brown (65, célebre productor norteamericano country, ex pianista de Elvis Presley)?
–En realidad, yo quería hacer todo un disco entero con Tony; queríamos hacer algo como lo que hizo Robert Plant, ¿se acuerda?; ese álbum country de Plant que estuvo tan bueno y gustó tanto, con la chica violinista de la que ahora se me olvidó el nombre... (N. de la R.: Alison Krauss). Bueno, no íbamos a hacer lo mismo, claro, pero le estoy dando más o menos una idea de la intención. En fin: grabamos dos temas... pero quedaron cajoneados. Y cuando terminé con Matt Serletic de grabar Hard Knocks nos dimos cuenta de que nos habíamos quedado cortos con la cantidad de canciones, y entonces ahí metimos entonces mi trabajo con Tony... Fabuloso. (sonríe.)
–Es curioso que Hard Knocks se haya editado también en vinilo. ¿Usted es de aquellos que reivindican el sonido del vinilo por sobre el del CD?
—¡Mmmmmmmm! (se relame). Mire: en los Estados Unidos las radios importantes, las radios satelitales, tienen sus “Vinyl Channels” y pasan exclusivamente vinilos... y de verdad podés escuchar los cracks, la “hojarasca” de los discos viejos... me alucina escuchar esos pequeños clicks. Es hermoso escuchar eso, una maravilla. Uy, el sonido de los bajos, toda la calidez, la profundidad del sonido... Sí, de Hard Knocks se imprimieron unas 10 mil copias en vinilo; el CD vendió un millón en Alemania, pero hacer 10 mil vinilos creo que fue una gran idea. Hay muchos fans del sonido vinilo. ¡Qué recuerdos! Estar en mi casa sirviéndome un trago y poniendo la púa sobre un disco de vinilo...
—¡Epa! Trago, no.
—(Se ríe.) No, nunca más.
–Después de cuarenta años en la ruta, ¿cómo es ahora una gira suya? Teniendo que mover tanto equipo, tanta gente, tanta energía, ¿las recesiones económicas europea y norteamericana complican las cosas?
–Lo que complica las cosas es que ahora (por la cuestión de las bajadas por Internet) ya ningún músico vende discos. Por eso, para ganarte la vida, tenés que salir a tocar en vivo. La competencia es impresionante: cuando en el verano pasado (boreal) fuimos a tocar a Bélgica y a Holanda, ¡la oferta de recitales era abrumadora! La baja de las ventas de CD es impresionante, así que cualquiera se ve obligado a salir de gira, y la lista de recitales es tan enorme que te saca de quicio. Por suerte, al menos en mi caso, no tengo que privarme de nada: hago mis espectáculos tal cual los hacía antes; llevo lo mejor, y doy lo mejor. También es importante el hecho de que nunca paré demasiado tiempo, a diferencia de otros artistas que por ahí se toman seis años de descanso y que, cuando quieren volver al ruedo, se les hace muy, muy difícil. Yo nunca descansé de mis shows en vivo, yo siempre estoy tocando.
–Tampoco descansó de grabar. De hecho, Hard Knocks tardó sólo tres años, mientras otros músicos se toman un lustro o más para sacar un nuevo disco...
–Tal cual. Después, cuando quieren volver, se dan cuenta de cuánto les cuesta recuperar el tiempo perdido. Se les hace muy, muy cuesta arriba.
–Mad Dog and Englishmen (1971, con Leon Russell, Chris Stainton, Bobby Keys, su ruta; el documental del momentum de Joe Cocker) llegó a proyectarse en un cine de Buenos Aires. ¿Imaginó alguna vez que aquí, tan lejos, los argentinos estábamos disfrutando de su maravilloso delirio?
–¿En serio? ¿Usted la vio, de verdad? Ay, esa pantalla, ¡segmentada en tres partes! Qué loco era aquéllo. Precioso. Hicimos historia. Qué lindo fue... (Risas.)
–Y en 2005 salió un set de dos CD de Mad Dogs and Englishmen y en 2006 editaron The Complete Fillmore East Concerts, en un box set de seis CDs. ¿Le gustó cómo quedaron? ¿Los recomendaría?
–No. Nunca me banqué esas ediciones, de verdad. ¡Hasta metieron nuestros ensayos! No es justo. En serio, me tomaron por sorpresa. No está bueno que incluyan cosas como los ensayos; no está bueno. Pero, en un punto, al final no me importa. No me molesta demasiado. Listo.
La persona a cargo de la prensa comienza a hacer señales de tijeras con los dedos. El señor López se levanta de la silla.
–¿Por qué sigue usted haciendo esto que hace?
–Muchas veces me pregunto lo mismo (sonríe.) En otros tiempos era simplemente salir al escenario... y vivías una noche brutal y te decías: “Es por esto que lo hago, pero, ahora... no sé. Mientras la gente siga respondiendo, es por eso: mientras siga existiendo esa interacción con el público. Y hay otra cosa: cuando hace poco estuve de gira por Europa, canté en lugares rarísimos: ¡en castillos alucinantes, milenarios!, en escenarios que habrían sido impensables en los años 60. Por eso, te aviso, te digo: siempre hay algo nuevo a la vuelta de la esquina. Y vale la pena.
–Ya me dicen que me vaya. Y nunca le pregunté sobre Woodstock.
–No sabe cuánto se lo agradezco.
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