MUSICA › ENTREVISTA AL FISICO Y MUSICO ALBERTO ROJO
En su libro El azar en la vida cotidiana, que presentará hoy en la Feria, Rojo surge como un “desmitificador” de falsas creencias.
› Por Karina Micheletto
Al azar se lo grita cuando se festeja una carambola deportiva, ubicándolo en un lugar puntual del cuerpo. Al azar se lo invoca cuando las cartas, los dados, el paño, están del lado de los buenos, que es el lado que ocupa uno. De azar habla la Presidenta, para explicar la forma en que se cruzan un acto multitudinario y la expropiación de YPF. De azar está hecha la vida cotidiana y, sin embargo, qué difícil se hace asimilarlo como parte intrínseca de esa vida. De eso se larga a hablar el físico y músico Alberto Rojo, lanzando una advertencia contra la humana “tendencia a mitificar nuestra sorpresa ante lo improbable”, a atribuir vínculos causales en los hechos cotidianos, como si alguna red mágica los sostuviera, antes que asumir la existencia comprobable del azar. De eso habla El azar en la vida cotidiana, el libro que el tucumano radicado en Michigan acaba de editar dentro de la ya clásica colección “Ciencia que ladra”, de editorial Siglo Veintiuno. El libro será presentado hoy a las 18 en la sala Roberto Arlt de la Feria del Libro, junto a Diego Golombek, director de la colección.
“‘Dicen que el cigarrillo mata, pero mi tía Hortensia fumaba muchísimo y vivió hasta los noventa’, ‘No hay lugar más seguro que aquel en el que acaban de robar’, ‘Anoche soñé que se moría el gato del vecino y hoy se murió’, ‘Las coincidencias entre Messi y Maradona son para creer o reventar’ –puntea Rojo en su libro–. Todas estas frases reflejan cómo el azar está presente en nuestra vida cotidiana y cómo nos dejamos engañar fácilmente por casualidades, porcentajes y probabilidades varias (en especial, de chaparrones). A nuestro cerebro le encanta creer y tejer historias, aunque muchas veces esas historias sean falsas o estén reñidas con la lógica. Pero en un mundo tan amplio y tan generoso en opciones, las coincidencias tienden a ocurrir mucho más de lo que sospechamos.”
Entre los lectores de su libro –un público que en principio imagina adolescente, pero que es en rigor ATP–, Rojo dice que puede encontrarse a sí mismo a los quince años, fanático de divulgadores como Martin Gardner y Richard Feynman, de Carl Sagan, de Asimov. “De ahí nació mi curiosidad por la ciencia: quería entender de dónde salían esas historias. Quería saber el detalle. Lo mismo me pasó con la música: yo me hice guitarrista porque quería saber cómo Falú o Segovia hacían para tocar así.” Como guitarrista y compositor, Rojo ha editado excelentes discos; fue uno de los elegidos, por ejemplo, por Mercedes Sosa para nutrir su repertorio. Como doctor en Física e investigador, ha devenido también divulgador. El combo poco frecuente que habita entre arte y ciencia aparece también en su escritura, marcada por citas y referencias literarias.
Contra la ingenuidad, contra la facilidad con que se tiende a atribuir significados místicos a las cosas (o más precisamente, contra esa necesidad humana de sostén ante la complejidad del universo), Rojo se erige como el gran “desenmascarador” o “desmitificador”, con la ciencia como aliada. Y contra lo que califica no sin algo de malicia como “pseudociencia”, donde Jung y la homeopatía también entran en la volteada.
–Su alegato contra la homeopatía debe haber despertado reacciones encendidas, ¿es así?
–¡Virulentas! (risas) Son distintas reacciones de pseudociencia: en Estados Unidos, el foco anticientífico está más dirigido hacia la religión; aquí el tema son las terapias alternativas. Supongo que tiene que ver con que éste es un país muy psicoanalizado. Y reconozco de dónde viene: es legítimo que la gente sienta aversión a la medicina tradicional. Mi suegra me dice: los médicos no saben nada. Y en un punto es verdad, el conocimiento médico actual es limitado. Pero también es verdad que existen los stent, la vacuna contra la polio, que la medicina ha salvado millones de vidas. La homeopatía se basa en el supuesto efecto terapéutico de dosis extremadamente pequeñas, algo que no puede ser comprobado en absoluto. Sus efectos son más cercanos a la sugestión que a la acción química de un compuesto. Y el efecto placebo es algo muy poco explorado. Pero sus fantasías pueden ser reconfortantes, y mientras sean inofensivas, hay un consenso general en que no hay por qué censurarlas.
–Sin embargo, la homeopatía es una materia de estudio de los mismos médicos...
–Bueno, ¡los médicos son tan místicos como el resto de los seres humanos!
–El discurso antivacunas también es extendido, con el alerta sobre sus efectos adversos.
–Seguro que hay efectos adversos, en una mínima proporción. Es cierto que podés ponerte una vacuna contra la gripe, y esa vacuna puede causarte, justamente, gripe. Pero si toda una población se vacuna, y vos dejás de vacunarte, estás “viajando gratis”, como se dice en inglés: estás usando la inmunidad de todos, pero evitando cualquier posible inconveniente. Es una postura egoísta. Son las vacunas las que han controlado enfermedades mortales.
–Usted dice que el hecho de que existan leyes científicas va contra nuestra intuición. ¿Cómo es eso?
–La intuición nos dice que los dados no pueden salir dos veces igual, y sin embargo la ciencia comprueba que sí es posible. Las coincidencias están irrevocablemente dadas a ocurrir, pero eso va contra nuestra percepción de la probabilidad: uno cree que hay alguien que está eligiendo lo que va a salir, y que el azar es una medida de nuestro desconocimiento, finalmente uno está tratando de adivinar la mente de Dios. Pero hay reglas matemáticas, físicas, lógicas, que están detrás de esto. Me sorprende que la gente que está en contra de la visión científica del mundo no se sorprenda cuando mueve una perilla y se enciende la luz.
–¿Lo que intenta demostrar entonces es que el azar tiene sus reglas?
–Eso ya está demostrado hace años, yo sólo lo expongo. El azar tiene sus reglas y su lógica matemática detrás, verificable. En el libro muestro que hay experimentos de probabilidades en los que sí está presente el azar, pero a pesar de esto también es capturable en las reglas matemáticas. Y sí, el azar confunde. Por eso digo en el libro: “Si, como dice Galileo, Dios escribió el libro del universo en lenguaje matemático, entonces al capítulo de probabilidades lo escribió con caligrafía de médico”.
–Más allá de las polémicas, ¿qué le gustaría lograr con su libro?
–Provocar más curiosidad, ganas de saber más, de contarle a tus amigos: ¡mirá, esto no es como pensaba, es así! Y a lo mejor darte cuenta, mientras lo contás, de que necesitás saber más. Cuando mi viejo me explicó la teoría de la relatividad, me partió la cabeza. Fui corriendo a contársela a mi tío, ¡y entonces me di cuenta de que no había entendido nada! Parte de la magia de la divulgación es su potencial inspirador: te hace darte cuenta de lo que te falta saber. La ciencia no es importante porque sea divertida o útil, sino porque es maravillosa.
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