Domingo, 6 de mayo de 2012 | Hoy
MUSICA › EN EL ESTADIO LUNA PARK, DURAN DURAN DIO TODO LO QUE SE ESPERABA
Los años han pasado, pero la banda inglesa que reformuló el pop de los años ochenta mostró sobre el escenario que aún tiene el fuego necesario. La lista incluyó todo eso que había ido a buscar una multitud que agotó las localidades.
Por Mariano Domino
Musicalizar la adolescencia de toda una generación, entrar de lleno en el lado A de cuanta compilación de música pop se haya editado y meter como mínimo tres hits por disco en una década entera no es un record que alcance cualquier banda. Si a eso se le suma haber sido corresponsables (y ahí comparten el podio junto a Jackson, Madonna o U2) de ampliar los márgenes de posibilidades artísticas que venían teniendo hasta los ’80 los videoclips, motorizando la industria audiovisual e incorporando elementos estéticos que trascendían los límites de sus propios temas, Duran Duran es definitivamente una banda con reputación de clásica. Cierto es que ese faro de luz que el grupo supo irradiar al comienzo palideció en las décadas siguientes, muchas veces generando agujeros negros, otras con apenas un haz intermitente, generalmente con claroscuros.
Con ese rodaje y un enorme trecho recorrido, Duran Duran desembarcó por quinta vez en la Argentina para dar dos shows en el Luna Park con una concurrencia que superó ampliamente cualquier cálculo. Para esta ocasión, bastó también la edición de su decimotercer trabajo, All You Need Is Now (2010), para sacarle nuevo lustre a temas marcados a fuego en la piel auditiva de los concurrentes.
Arriba del escenario, Duran Duran se desenvuelve como un grupo de amigos que se conoce de antaño; cómplices uno del otro, se muestran en perfecto estado de armonía y relajación mutua. Semejante profesionalismo, que hace que cuanto más se fusionen como banda, mejor se sobreexpongan sus individualidades, encuentra un equilibrio zen entre sus viejos socios, el cuarteto integrado por Simon LeBon, Nick Rhodes, John y Roger Taylor, más Dominic Brown. La arista principal es sin duda la del cantante, cuyo carisma, multiplicado hasta el infinito en fotos, posters y portadas, parece inmaculado según pasan los años. Con el calculado histrionismo por su ADN de cepa británica, LeBon oficia de animador feliz, con una perdurabilidad en su voz que, luego de transcurridos treinta años en la ruta, ya asombra. Sobre todo si se tiene en cuenta que el año pasado perdió su registro vocal por completo arriba de un escenario y debió remontar el desafío de la rehabilitación –esta vez sonora– de toda estrella de rock. La complicidad que entabla cuando se dispone a dialogar con su público y la sobriedad con que encara cada uno de los temas adaptándolos a sus cuerdas vocales convierten a LeBon en un glamoroso animador que busca la arenga permanente.
Cierto es que para que toda esa química ocurra, el resto de la banda es una plataforma perfecta para el despegue de todos los temas, incluyendo los no-hits. Tanto Rhodes (teclados) como los hermanos Taylor (bajo y batería) se encuentran un tanto más relegados en ese equilibrado complemento, pero aportan la apoyatura melódica cuyo producto final es la combinación soñada de matriz pop, electrónica y new wave, inconfundible sello de agua de gran parte de sus composiciones y nervio central de su dilatada carrera.
En el transcurso de esa hora y media de concierto la banda mostró, con incansable talento a pesar de su eterna recurrencia, un apretado repertorio de temas cultivados al calor de tres décadas y que compendió poderosos hits cargados de una merecida nostalgia. La lista obligada incluyó “Hungry Like The Wolf”, “Save a Prayer”, “Rio”, “The Reflex”, “Notorious”; matizados con algunos más recientes, “All You Need Is Now” y “Girl Panic”. Sin quererlo, se trató de un lúdico ejercicio de la memoria y del recuerdo en clave musical cuyo animador, más que un grupo es, a la altura de este juego, un concepto en sí mismo, un signo de los tiempos.
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