Domingo, 6 de mayo de 2012 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A IRENE VILAR, AUTORA DEL REVULSIVO MATERNIDAD IMPOSIBLE
La escritora puertorriqueña analiza la imbricada trama que une una neurosis que la llevó a practicarse quince abortos y el movimiento de resistencia de su país, a través del relato de su vida, la de su madre y la de su revolucionaria abuela.
Por Silvina Friera
Una escritora preserva las marcas de una experiencia extrema: quince abortos en quince años. Cuando el aborto se vuelve repetitivo y automutilante, deviene adicción. Irene Vilar, narradora puertorriqueña residente en Estados Unidos, agente literaria y madre de dos niñas, encontró la llave para abrir la puerta de un testimonio literario en que intimidad y política están tan imbricadas, que la aspiración de diseccionar estas partes sería una empresa inútil. En Maternidad imposible (Lengua de Trapo), que presentó en la 38ª Feria del Libro junto a José Pablo Feinmann, un yo desgarrado escarba en viejas heridas de la infancia, secretos familiares y arraigados tabúes de la propia cultura de su país. La madre de Vilar fue esterilizada como consecuencia de un experimento siniestro dirigido por el gobierno estadounidense. Puerto Rico ostentó la mayor tasa de mujeres esterilizadas: entre el 38 y el 44 por ciento, hacia 1977. Esa madre vaciada de su sistema reproductivo y adicta al Valium, que no tuvo opción de elegir, se hundió en el pozo sin fondo de una depresión galopante. Una noche se mató arrojándose de un coche en movimiento, mientras su hija intentaba retenerla. La abuela materna de Vilar optó por un destino sacrificial. Lolita Lebrón estuvo 25 años en una prisión norteamericana por haber atentado contra el Congreso de los Estados Unidos en 1954. El paisaje emocional la empuja a salir de la isla para estudiar en la Universidad de Siracusa. “Lo único que quería era escapar y asumir el control absoluto de mi vida y de mi cuerpo”, recuerda la escritora en la entrevista con Página/12.
A los 17 años, se enamoró de su profesor de literatura, un filósofo argentino exiliado en los Estados Unidos que no quería tener hijos y que consideraba que las mujeres que deseaban entregarse a una carrera y a una vida auténticamente libre debían permanecer estériles. Doce de los quince abortos que practicó fueron durante esta relación. Vilar batalló con la escritura de Maternidad imposible durante doce años. “Ahora me alegro de que me haya tomado tanto tiempo, porque si lo hubiera escrito muy rápido habría cometido grandes errores de autenticidad”, dice la autora, que antes de este libro publicó Galería de mujeres, título que remite al nombre de la sala de visitantes del Congreso estadounidense, desde donde su abuela Lolita realizó el atentado para llamar la atención sobre la causa de la independencia puertorriqueña.
–El peso de su abuela en esta historia es muy impactante. Después de la lectura de Maternidad imposible queda la sensación de que esa relación abuela-nieta es imposible, ¿no? Como si vivieran en dos mundos radicalmente opuestos.
–Sí, fue una relación imposible. El libro es una maternidad imposible no sólo en lo personal; es una historia de tres generaciones de mujeres que vivimos maternidades imposibles: mi abuela, mi madre y yo. Mi abuela murió hace dos años, a los 92. Y fue muy doloroso para mí, porque ella decidió desheredarme. La cláusula del testamento dice: “Desheredo a mi nieta por haber difamado al movimiento nacionalista de Puerto Rico”. En Galería de mujeres indago la historia de heroísmo y destrucción en la vida de mi abuela. Hasta ese momento lo único que se sabía es que Lolita Lebrón era una terrorista, una loca puertorriqueña. Y punto. Nunca se había indagado en las motivaciones políticas, en la historia del imperialismo. En ese libro presento a Lolita como una figura trágica. Lo que rompió la relación con mi abuela fue que traté de meterme en las fisuras y en el costo de la construcción de mitos. El movimiento nacionalista en Puerto Rico es muy romántico, fundamentalista, dogmático. En ese sentido es medio facho, casi de derecha, cuando pretende ser de izquierda. La tragedia de mi abuela es parte de la historia de la mujer oprimida puertorriqueña. Me desheredó porque escribí dos libros sobre dos de los tabúes más grandes: el suicidio y el aborto.
Las astillas de los recuerdos lastiman. Como si el tiempo estuviera paralizado en el punto exacto en que Lolita expresó su voluntad extrema de desheredar a su única nieta mujer. “La mayor ironía es que mis fantasías literarias comenzaron cuando la conocí a Lolita en el entierro de mamá; la dejaron salir de la cárcel para despedirse de su hija”, recapitula Vilar. “Yo quería escribir la vida de mi abuela y leía sus poemas eróticos y místicos, que el movimiento nacionalista no le permitía publicar porque sólo estaba autorizada a editar su poesía social realista.” Cuando redactó la primera versión de Galería de mujeres, la llamó a Lolita y le confesó: “Lo siento... no puede ser una biografía; esto es lo que me está saliendo. Son tres vidas, nuestras vidas”. Lolita inmediatamente le replicó: “Si tú escribes ese libro, el movimiento no te lo va a perdonar”. Vilar agita las manos como si el fantasma de Lolita irrumpiera en su evocación. “¡Pero tú eres mi abuela, al carajo con el movimiento!”, le respondió. “El movimiento soy yo, Irene”, remató Lebrón para quedarse con la última palabra. “A mí nadie me puede quitar mi legado histórico”, pensó la narradora cuando recibió la noticia. Vilar apeló a la corte y ganó el juicio. “Yo manejo toda la obra de mi abuela. Ahora mi trabajo consiste en diseminar esa obra, protegerla de la prisión que fue su dogmatismo y convertirla en una figura que pueda ser escuchada por nuestra generación”, plantea.
–Ya por el quinto aborto, las lectoras además de preguntarse por qué se olvida de tomar las pastillas anticonceptivas intuyen esa adicción, que después será objeto de reflexión. ¿Cómo mira en retrospectiva esa etapa de su vida?
–Es normal que la gente piense eso, pero no hay que olvidar que en el principio está la neurosis. Si tú crees en la psicología, ese argumento no funciona porque es como decirle al alcohólico: “¡No tomes!”. El problema radica en que mi neurosis era muy peculiar. El nivel de mi exageración y de mi perversión era muy grande. Pero también parto de la idea de que en lo grotesco a veces podemos descubrir verdades que no percibimos en la normalidad. Y yo me utilizo a mí misma y la exageración de mis actos para iluminar un problema que es mucho más universal de lo que nos atrevemos a aceptar: las relaciones desviadas que las mujeres podemos tener con nuestra fecundidad y nuestra sexualidad. Y no nos atrevemos a hablar de estos temas porque las personas como yo –que somos pro elección y que nos identificamos con generaciones de mujeres que han luchado un montón para ganar derechos mínimos– tememos causar muchas incomodidades. El empoderamiento más grande es ver la ambigüedad y la ambivalencia sin miedo. Yo quedaba encinta por varias razones. Esto es como una cebolla que hay que pelar. No quiero neurotizar totalmente mi fantasía de la maternidad, pero hay una búsqueda de un objeto amoroso, de ser hija una misma y verse como hija en la hija, para resolver las carencias de nuestras madres en nuestras hijas. El libro explora esas sutilezas desde una narradora que está bien cerca de esa chica enajenada que fui, como si hiciera una radiografía de esa enajenación. Pero trato de no intervenir mucho para que se pueda sentir la densidad. La pastilla controla la natalidad, pero no controla la psique. Nos olvidamos de que la mujer tiene psique y que es mucho más compleja.
–¿Elegía los abortos?
–El drama es que elegía y no. Este libro se pudo haber llamado “adicta al embarazo”. El aborto era la parte destructora de la ecuación que me permitía plantear una discusión más fuerte y urgente. Puede que mi deseo temerario de ser una mujer plena por unos días fuera un acto de rebeldía adolescente. Lo cierto es que yo, inconscientemente, saboteaba tomar las pastillas anticonceptivas y de ese modo desafiaba a mi pareja. Pensando a través de nuestras madres, como decía Virginia Woolf, ahora sé que con cada embarazo no sólo lo estaba desafiando al profesor sino también a la política de esterilización que alejó a mamá de mí. Cuando una busca estrategias de supervivencia con herramientas muy limitadas, utiliza las cosas que tienen sentido de una manera enfermiza. Quería ejercer el control de mi cuerpo y la forma elegida para hacerlo no pudo ser más terrible. Es absolutamente necesario y urgente hablar de la depresión y el aborto –los temas de mis libros– sin vergüenzas ni tabúes, tal como lo hacemos cuando hablamos de cualquier otra cuestión relativa a la salud pública. Si abrimos el debate y generamos un nuevo lenguaje para referirnos a nuestro cuerpo reproductor, las mujeres se verán a sí mismas con nuevos ojos.
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