Martes, 8 de mayo de 2012 | Hoy
MUSICA › CROSBY, STILLS & NASH, UNA ESPERADA CEREMONIA EN EL ESTADIO LUNA PARK
Desde la decisión de ofrecer nada menos que seis canciones del icónico disco debut de 1969, David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash protagonizaron una noche venerable en el mejor de los sentidos, aun con ciertos momentos más discutibles.
Por Gloria Guerrero
Venía difícil calibrar qué podía esperarse de ellos en 2012, y en persona. Porque, curiosamente, no había con qué comparar. Buenos Aires, ciudad que a esta altura ya ha recibido a todo genio, héroe, mediopelo, hámster o gato cantor que habite el orbe, jamás tuvo, sin embargo y a lo largo de cuatro décadas, la oportunidad de plantar en escena a una de las más importantes agrupaciones norteamericanas de la segunda mitad del siglo pasado.
Nadie sabe qué irá a encontrar esta noche. Se conoce cómo suenan estos tipos en los discos pero, ¿cómo habrán pelado en vivo hace diez años?, ¿y hace veinte?, ¿y hace cinco? ¿Estarán bien, o mejor, o peor que... qué? Nunca los vimos, no sabemos; y chusmear por YouTube no sirve, sobre todo si las imágenes de celulares se mueven tanto, y el audio se parece a cuando arranca la heladera.
El domingo pasado, y con su primer vinilo de 1969 bajo el brazo, el venerable público –y nunca más acertado lo de “venerable”– fue al Luna Park dispuesto a venerar. Y casi acertó el calibre.
David Crosby (70), Graham Nash (70) y el benjamín Stephen Stills (67) comenzaron su show a las 21, y tres horas después seguían cantando. Para ese entonces, los otros miles de humanos de abajo ya habían finalmente desertado de sus butacas pese al extraordinarísimo celo previo de los muchachos de seguridad (se rescató a estos pobres chicos a dos cuadras; musitaban: “Chururu-rurú, tip tu turú”); todo el estadio, con las mejillas al rojo, terminó amontonado al borde del escenario para el esperadísimo –y a esa altura inesperado– bis final de “Suite: Judy Blue Eyes”.
Y lo de “esperadísimo e inesperado” implica mucho de lo que contuvo este acontecimiento: lo que Crosby, Stills & Nash “debería de” haber tocado (por lógica o por chinche personal). El trío eligió, concretamente, centrarse en aquel vinilo axilo-portable de la tan venerable audiencia: el debut Crosby, Stills & Nash, de 1969. Así, “Marrakesh Express”, “Long Time Gone”, “Wooden Ships”, “Helplessly Hoping”, “Guinnevere” y la ya referida “Suite” (¡seis! de los diez temas del disco) brillaron junto con otro enorme montón del segundo (Déjà vu, 1970): “Carry On” (lo primero que se escuchó en este show, aplaudido en delirio absoluto por ver al fin a los tres ahí arriba), “Déjà vu”, “Our House”, “Almost Cut My Hair” y “Teach Your Children”.
Pero, y si hablamos de un extraordinario lapso de 180 minutos de concierto (con un intervalo de quince à la Redondos, que inferimos habrá tenido propósitos muy distintos), hubo lugar para el resto del universo. “No solemos tocar temas de otros, porque ya hemos compuesto suficientes”, sonrió (un poquito; nunca sonríe) Crosby, sin quitar sus manos de los bolsillos y sin que se le moviera el bigote, antes de elegir cantar nada menos que a Bob Dylan (“Girl from the North Country”; de Freewheelin’, 1963). Aparecieron himnos de Buffalo Springfield; de Stills como solista y con Manassas; de Nash como solista; del CSN de 1977, del Daylight Again de 1982 y hasta el entrañable “Love The One You’re With”, del vivo de 1971: 4 Way Street. Cambiaron tempos, cambiaron tonalidades de voces, pero la monada siguió agradeciendo. Y también mostraron cosas nuevas: entre ellas “Radio”, impecabilidad de Crosby, y “Almost Gone”, la elegía de Nash en contra de la tortura y el confinamiento de Bradley Manning, el soldado que filtró a Wikileaks los testimonios de los excesos en la guerra estadounidense con Irak.
Detrás del trío hubo una banda de apoyo que consiguió lo que pocas logran: simplemente (y nada menos) sostener y mejorar. Sus integrantes llevan en la testa laureles varios: el baterista toca con David Gilmour; el bajista (la vívida imagen del “Vasquito” de Carlos Belloso) viene de tocar con Jackson Browne; y el tremendo otro violero suele secundar a Bruce Springsteen y a Sting. Con el pianista hay otra historia: James Raymond es hijo de David Crosby, aunque sus apellidos lo desmientan. Separados al nacer (Crosby se enteró de la existencia de su vástago –dado en adopción– mucho después), se reunieron fortuitamente cuando James era ya un músico consumado; parece que los genes no mienten. De hecho, con James y el guitarrista Jeff Prevar, Crosby formó entre 1996 y 2004 el trío CPR (iniciales de Crosby-Prevar-Raymond, que parodia las siglas inglesas por Resucitación Cardiopulmonar), y editaron dos discos. Ahora el nene está resucitando cardiopulmonarmente a todos los demás (es un instrumentista increíble), en el Luna, con papá.
Pero el tío Stephen no está cantando muy bien, aunque llegue a redimirse entre canciones; por cierto, Stephen está cantando bastante mal esta noche. Justo cuando se ponen de pollo los pelos al escuchar a Crosby (“¡Cómo puede ser que cante así!”); justo cuando Nash (mix de Nito Mestre con el Ted Danson de CSI) hace cosas con su garganta que ni un veinteañero podría sospechar; justo ahí Stills derrapa, gorgotea, se la pierde. Y retuerce su guitarra en cada tema, en todos los fucking temas, que es lo que un tan eximio guitarrista como él debería de hacer, claro, pero la retuerce a tal punto que en cierto momento se prefiere que pare un poco, que baje dos o tres puntos de volumen y que, por el amor de Dios, entone como corresponde.
Son las doce de la noche: todas las Cenicientas, con las mejillas al rojo, tienen que irse. El milagro terminó.
Músicos: David Crosby (voz, guitarras); Stephen Stills (voz, guitarras); Graham Nash (voz, guitarras, teclados, armónica); Todd Caldwell (órgano); James Raymond (teclados); Steve Distanislao (batería); Shayne Fontaine (guitarra); Kevin McCormick (bajo).
Duración: 180 minutos.
Público: 4500.
Estadio Luna Park, Buenos Aires, domingo 6.
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