Martes, 8 de mayo de 2012 | Hoy
PLASTICA › ALGUNOS ASPECTOS DE LA BIENAL DE LYON EN LA FUNDACIóN PROA
La muestra Aires de Lyon –de la mano de la curadora argentina que estuvo a cargo de la elogiada Bienal de Lyon– presenta una selección de 35 artistas locales e internacionales para pensar el estado del mundo.
Por Fabián Lebenglik
Aires de Lyon –ciudad francesa atravesada por los ríos Ródano y Saona, cuyos aires aportan en estos días frescura artística a la Fundación Proa que está frente al Riachuelo– busca acercar al público de Buenos Aires algunos de los aspectos de lo que fue la Bienal de Lyon, llevada a cabo en aquella ciudad francesa el año pasado.
Los visitantes de la Bienal –incluida la prensa y la crítica especializadas– coincidieron en señalar el gran trabajo de investigación y la muy buena selección de artistas que hizo la argentina Victoria Noorthorn, curadora de la Bienal y también de esta nueva muestra en Proa, donde presenta a 35 de los 78 artistas que participaron de la exposición en Francia.
A su modo, las bienales buscan dar cuenta del estado del mundo y también del estado del arte en el mundo. El arte es un modo de conocimiento y establece maneras propias de tensión con el contexto.
Para la Bienal francesa, la curadora eligió como título un verso de Yeats, Una terrible belleza ha nacido, como un modo de pensar el aquí y ahora de cada época. Mientras Yeats hablaba del contexto irlandés de principios del siglo XX, ahora la cita habla del mundo global, un siglo después. En ese oxímoron (“terrible belleza”) enunciado como el nacimiento de algo nuevo, se juegan coordenadas que podrían tomarse como metodológicas.
Así, a grandes rasgos, la muestra Aires de Lyon propone un montaje en el que las obras más sombrías y tortuosas se distribuyen en las salas de la planta baja, mientras que las obras más luminosas se reparten en las otras dos plantas, ocupando todos los rincones que permite la arquitectura del edificio. Y más allá de que la muestra traza un recorrido en el que las obras se presentan en lugares no siempre evidentes ni convencionales, donde un mismo artista puede estar representado con obras en distintos espacios, o que alguna obra continúa en más de una sala, esta es una muestra para descubrir. En Aires de Lyon se cruzan varias “voces”: la de las obras, la de los artistas, la de los visitantes, la de la curadora, la del espacio de exhibición –que cambia de función (salas propiamente dichas, lugares de paso y distribución, librería, cafetería), etc.–. Todas estas voces, desde distintos lugares reales y simbólicos, interactúan.
Algunas de las varias obras que se destacan son los poemas visuales de Augusto de Campos, que articulan palabras, ideas y formas en distintos espacios y salas.
La obra de Robert Kusmirowski se presenta en un gran recinto, solo accesible a través de ventanas que dan a una sala/pasillo. Desde allí, en la pared exterior, un anuncio advierte “Cuidado: Alta tensión. Peligro de muerte”. El interior del recinto luce como una sala de máquinas de una vieja usina eléctrica: tableros, máquinas, una silla (¿eléctrica?): todo luce como un manifiesto, entre retro y ominoso, sobre los usos de la energía.
Una serie de dibujos muy libres, casi como apuntes, de Marlene Dumas. Grafismos. Actitudes cotidianas. Retratos. En la sala “luminosa” del primer piso hay otra serie de dibujos de la misma artista: extraños retratos reunidos bajo el título “Los rechazados”. Se trata de obras de Dumas que fueron rechazadas por curadores o instituciones a lo largo de los años. La artista toma revancha y los exhibe juntos, con retoques o recortes.
Unas de las obras de Eduardo Basualdo resulta de lo más inquietante. Se trata de una bolsa que cuelga del techo gracias a una soga. Dentro de la bolsa, que está rasgada, algo se mueve nerviosamente. Y para acentuar el tono siniestro, el artista reemplaza la consabida frase “sin título”, por otra, dramáticamente más apropiada: “Sin nombre”.
“La máquina de reeducación”, de Eva Kotátková, evoca una pedagogía basada en el control y el abuso. Una parte de su instalación consiste en una suerte de molino que, cuando el visitante acciona el mecanismo, sumerge libros para ir lentamente tiñendo el agua.
Una de las obras de Leonora de Barros, ubicada en una de las escaleras, es una poética pieza sonora sobre la utopía.
En la sala principal del primer piso se establece un diálogo intenso entre dos cuerpos de obra. Por una parte la más ambiciosa instalación de la muestra, “La bruja”, de Cildo Meireles. Por otra, una enorme escultura de yeso y lana y una serie de grandes dibujos en color de Marina De Caro.
La obra de Meireles –hecha con 3000 kilómetros de hilo– “nace” de una escoba ubicada en un rincón de la sala, de allí la fibra negra prolifera hasta cubrir todo el piso como si fuera una alfombra deshilachada y enmarañada, y avanza hacia distintos espacios del edificio. Según el artista, “es una especie de caos en el que se impone súbitamente un orden, un significado, una suerte de explicación. La escoba es ambigua y puede ser considerada como el principio y fuente de una enorme expansión, o tal vez como el punto final donde todo se contrae y se comprime. Y contiene también otra paradoja, por el hecho de que, en vez de limpiar, la escoba genera un embrollo caótico”.
El carácter expansivo de esta obra condiciona fuertemente el aspecto de la gran sala de la primera planta y oficia de ambiente que recibe a los demás artistas: los dibujos de Dumas, Christian Lhopital, Virgina Chihota y Marina De Caro, así como la gran escultura de yeso y lana de esta última.
La instalación de Diego Bianchi, “Sin causa aparente”, funciona como un laboratorio en el que los objetos reconfiguran su función, se complementan, equilibran y desequilibran en extrañas combinaciones. La enorme esfera a modo de mapamundi (ver foto más abajo), de Erick Beltrán, reflexiona sobre el saber enciclopédico como representación del mundo.
* En la Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, hasta el 24 de junio.
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