MUSICA › EL CHOQUE URBANO CUMPLE DIEZ AÑOS Y LO FESTEJA HACIENDO MUCHO RUIDO
Manuel Ablin, director general de la banda que se define como una “PyMe artística”, destaca que el mayor logro fue haber alcanzado ese objetivo identitario, partiendo de los mismos recursos –música con objetos– que consagraron a grupos como Stomp y Mayumaná.
› Por Sebastián Ackerman
De ser siete y ensayar en el barrio de La Boca a presentarse en Corea del Sur, Siria, Holanda y casi toda Latinoamérica y autodefinirse como una “PyMe artística”. Para hablar de cómo eso sucedió en diez años, el director general de El Choque Urbano, Manuel Ablin, recibió a Página/12 en su casa de San Telmo, mate en mano, el día siguiente de la primera función aniversario. “Es un montón”, se ataja. “Siento que es el mejor momento del grupo, desde la dirección, la compañía, el equipo técnico. El Choque está funcionando con varias propuestas, hay un grupo principal que trabaja siempre y otro que se suma en Baila!, donde hay una producción asociada. Todo se agrandó un poco, pero mantenemos el mismo compromiso”, asegura, y remarca que lo más interesante del grupo es que “puede expresar lo que hace en cualquier ámbito. No sólo en un teatro, también podemos salir a la calle y surte el mismo efecto que con la gente que pagó una entrada. Si algo nos ha caracterizado es que nos reconozcan por lo que hacemos y no por las obras”, destaca.
El grupo nació en el 2002, de un desprendimiento de Caturga, “el hijo percusivo” del grupo de teatro Catalinas Sur. “En la época de Caturga hay un resurgimiento del candombe, de la murga. Nosotros formábamos parte de ese grupo, primero mis dos hermanos (Sebastián y Santiago Ablin), y último entro yo”, explica. “Al no haber una dirección clara, Caturga empezó a funcionar con subgrupos, y cada uno tenía su propuesta. En ese marco, Santiago arma un grupo pequeño y empieza a trabajar escenas de Stomp con objetos. Ese fue el primer núcleo de El Choque”, recuerda. Una vez disuelto el conjunto original, los Ablin deciden formar El Choque Urbano para darle continuidad a “eso que salía, que estaba bueno, que funcionaba. En el ambiente de la percusión acá no se veían grupos que hicieran música con objetos”, cuenta.
En esos días, Ablin ya había trabajado en la Biblioteca Nacional y en Edesur repartiendo intimaciones de pago y haciendo inspecciones en la zona Sur. “Y de noche estudiaba en Bellas Artes”, aclara. ¿Qué hubiera pasado si el proyecto Choque Urbano no funcionaba? “Creo que hubiese buscado laburo de lo que fuera. Siempre fui un ‘busca’ en ese sentido”, confiesa, “hasta que El Choque empezó a funcionar y me volvió a conectar con el teatro, y con la danza desde Analía (González), que es mi compañera y es la coreógrafa del grupo”. El ingreso de González a la estructura del grupo se dio a partir de Baila!, a través de la fusión con la CEM (Compañía en Movimiento), lo que lo ayudó a “decidir ocupar determinado espacio, tanto a mí adentro del grupo como al grupo hacia afuera. Somos una PyMe, trabajamos con un montón de gente, y el sueño del grupo cooperativo... –dice, y respira hondo– quedó ahí, aunque hay cosas que funcionan de una manera muy atípica, si lo comparamos con una empresa tradicional”, diferencia.
–Ustedes fueron de los primeros en formar un grupo de percusión, y más trabajando con objetos. ¿Cómo fue ese momento inaugural y cómo ven ese campo en la actualidad?
–Creo que el ’83 marca un antes y un después en todo el movimiento cultural, pero en la percusión es significativo. A partir del grupo de teatro Catalinas Sur empezamos a vivir el hecho de que los vecinos se juntaran a armar espectáculos, choriceadas, o se reunieran en una plaza a hablar. Y en su momento, los referentes acá eran Caturga y La Chilinga, pero después Caturga desapareció y La Chilinga se convirtió en una escuela. Grupos de percusión que profundicen en su propuesta artística creo que hay pocos: La Bomba de Tiempo, Urraca (que son ex Choque que se abrieron del grupo para armar su historia), Tumbalatá. Hoy hay algunos, si bien para nosotros la referencia era Stomp. Nosotros empezamos reproduciendo números por partitura, tal cual. Eso nos sirvió para darnos cuenta de que se podía armar una escena de gente tan grosa como Stomp, reproducirla y que funcionara. Entonces, llegó un momento en que con Santiago nos miramos y dijimos que era el momento de empezar a componer cosas nosotros, que iba a funcionar. Y se dio.
–Artísticamente, ¿cuál es el logro que más rescata?
–Creo que, teniendo como referentes a grupos muy consagrados como Stomp o Mayumaná, el logro mayor es haber encontrado nuestra identidad utilizando los mismos recursos. O sea, que la gente salga de ver al Choque Urbano y diga que no tiene nada que ver con Stomp o Mayumaná. Sentir que el trabajo de uno es reconocido como tal, y no con una permanente comparación. El hecho de hacer percusión con objetos ya te tira directamente a Stomp, por eso lo que más rescato es eso: haber encontrado en un rubro ya explorado nuestra identidad.
–¿Cómo se sostiene un espectáculo que va cambiando de escenarios o que varía sus integrantes?
–Si hay algo que caracteriza nuestro laburo es la metamorfosis del espectáculo desde el estreno hasta el final. No somos muy estrictos en decir que a lo que estrenamos le pusimos el moño y nos fuimos. A mí como director lo que me pasa es que veo casi todas las funciones, y siempre que quiero cambiar algo trato de llevarlo adelante. Ahora menos porque lo que sucedía es que generaba conflictos en el elenco; yo venía con una idea y les proponía cambiar algo y me decían que en cinco minutos empezaba la función. ¡A veces me puteaban! (risas). O a algunos les caía bien y a otros no, porque era exponerlos, porque tiene que ver con esa situación del actor, músico o bailarín de desnudarse arriba del escenario, y venir con una propuesta nueva que no se ensayó y puede no gustar...
Este espectáculo está formado por números de los tres shows del grupo: Fabricando sonidos, La Nave y Baila!. Barriles y tachos metálicos o de plástico, tubos de PVC, sartenes, palos de escoba, varillas de caña, bolsas de plástico, pelotas de básquet, chapones y baterías hechas con ollas, latas y hasta tubos de gas de los sifones recargables sirven para construir sobre el escenario una verdadera fiesta rave, que junto con la coreografía invitan, como mínimo, a marcar el ritmo con el pie; pero también hay números más intimistas, en los que el cuerpo se convierte en instrumento, y la atención puesta en la coordinación y la escucha de esos golpes en los muslos, el pecho o los chasquidos de dedos está amparada por un intenso silencio. “Una de las cosas que aprendimos es que son tan importantes los sonidos como los silencios. Es una regla musical”, subraya. “Cuando decimos que somos un grupo de percusión, parece que es un ‘dale que va’, pero en nuestra propuesta es fundamental ese equilibrio”, está convencido.
El cierre del espectáculo es con la salida del grupo a la calle, donde la compañía se mezcla con el público y los potenciales transeúntes y se genera, por diez minutos, un espacio en el que todos bailan, todos cantan, todos saltan. “Sirve para romper la cuarta pared, y también con esa cosa de que nosotros somos los ‘artistas’, así entre comillas. ¿Quién es artista y quién no?”, pregunta Ablin. Inmediatamente, él mismo se responde: “Frente a esta situación, todos podemos ser artistas. No es algo exclusivo y selecto, la capacidad creativa la tenemos todos, es una cuestión cultural hacer que aflore. Y esta salida a la calle es algo hermoso, es romper esa barrera que hay entre el escenario y la gente. Como dice la famosa frase: hay que ir a buscar a la gente y no esperar que la gente venga a vos”, apuesta.
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