Jueves, 31 de mayo de 2012 | Hoy
MUSICA › JOE BONAMASSA DESLUMBRó EN SU PRIMERA VISITA A BUENOS AIRES
Considerado uno de los mejores guitarristas del mundo, el neoyorquino, de 35 años, se hizo primero famoso en Inglaterra por tocar blues al estilo británico. A los 12 años fue soporte de B. B. King y ya no paró. En el show prometió volver muy pronto.
Por Gloria Guerrero
“Tardé veintitrés años en llegar acá, pero prometo que no van a pasar otros veintitrés hasta que vuelva”, bromeó La Maza ante la multitud, simpático, contenido y gentil. A esa altura del concierto –uno de los más extraordinarios shows de rock & roll y blues que se hayan visto en los últimos años–, la afición local ya había arruinado todo protocolo y festejaba a lo bestia los espléndidos e inesperados “duelos” entre instrumentistas y cada nota chorreada de los dedos (más bien, de las tripas) de quien hoy es considerado uno de los mejores guitarristas vivos del mundo. Cuando Joe Bonamassa tenía 12 años fue soporte de B. B. King; desde entonces ha compartido escenario con Eric Clapton, Buddy Guy, Foreigner, Joe Cocker, Gregg Allman, Steve Winwood, Robert Cray, Stephen Stills y Ted Nugent. Sus conciertos –en el Royal Albert Hall de Londres, por ejemplo– agotan seis mil localidades en menos de una semana. Y el martes pasado, a las 20.30, con 35 años recién cumplidos y trece discos editados (el más reciente, Driving Towards The Daylight, salió hace una semana), se calzó unos lentes negros vintage para no deslumbrarse, y deslumbró.
Ahora faltan menos de dos horas para el show y el guitarrista está relajadísimo en la salita de recepción de los camarines del Coliseo, frente a una variedad de bandejas de comidas que incluye una bocha de caramelos Sugus (¡!). Sobre su falda reposa una de las dos guitarras que se verán en escena, la dorada, que manoseará y exprimirá durante toda la charla con Página/12; a veces para marcar una idea con una nota; otras, para citar un riff; mayormente, sólo por amasarla, como quien se rasca el brazo, como quien se come una uña, como una legítima continuación de su propia anatomía. “Acá me pude traer sólo dos violas –dice—, porque durante la gira norteamericana (que arrancó el 17 de abril, con casi 30 shows al hilo en mes y medio) viajamos con todas mis veintisiete guitarras. Pero, ya sabe, las bodegas de los aviones arruinan los instrumentos; no tuvimos tiempo como para traer las demás. Imagínese: el sábado pasado, hace no más tres días, yo estaba dando un concierto al norte de Boston... Todo se nos hizo muy rápido. Por eso hubo que alterar un poquito la lista de temas; vamos a hacer dos canciones menos de las que solemos hacer, pero hay algunas cosas más lentas, para compensar...”, se disculpa, como si alguien se le quejara.
–Todo guitarrista virtuoso es acechado por El Monstruo Pirotécnico. Pero usted, a quien le sobran dedos, toca desde otro lugar: alma, estómago, como prefiera. ¿Cómo pudo, o por qué quiso, resistirse a la tentación?
–En realidad, no soy un guitarrista técnico; tengo mis trucos, pero no puedo dominar el mástil de mi guitarra como los que tocan a toda velocidad todo el tiempo. No puedo hacer eso. Yo aprendí con el blues; ahí no hace falta tocar tan rápido.
–Pero usted sí puede tocar tan rápido.
–(Se ríe, y sigue amasijando la guitarra desenchufada.) Sí, puedo tocar muy rápido, pero no es lo que suelo hacer. Me gusta tocar más limpio. Y me gusta más cómo toco ahora, que no meto tantas notas; antes metía muchas más, pero a medida que crezco y me empiezan a salir canas (larga las cuerdas y se señala la cabeza), aprendo a no meterlas. Resisto esa tentación.
De hecho, lo que hizo Bonamassa a lo largo de dos fenomenales horas de concierto fue demostrar eso mismo. Arrancó con “Slow Train” (de su álbum Dust Bowl, 2011), siguió con “Last Kiss” (de The Ballad of John Henry, 2009) y, a la hora de “Midnight Blues”, ya todos boqueaban por él y por el resto de su banda, un trío de bestias (nunca más acertado el grito de “¡Animal!”, por el de los Muppets, que largó alguien de la popular ante un solo del baterista).
–Una vez declaró que sus influencias básicas son ante todo británicas e irlandesas y no tanto las del blues norteamericano. ¿Cómo se atrevió, habiendo nacido en los Estados Unidos? ¿No le sacaron los ojos?
–(Se ríe.) Es la música que me gusta, es con la que me crié. Fíjese que, por esas cosas de la vida, primero me hice famoso en Inglaterra “porque era un chico norteamericano que tocaba el blues inglés”. Y recién bastante después me hice conocido en los Estados Unidos, “porque venía de tocar en Europa para grandes audiencias”. Así que en mi propio país me hice famoso... ¡porque era un artista internacional! (Hace un acorde.) Es que es la música que crecí escuchando: Eric Clapton, Rory Gallagher, todos los británicos: Free...
–Usted es demasiado joven como para saber de Rory Gallagher, de Paul Kossoff...
–La culpa es de mi viejo, que tenía cientos de discos. Todos los sábados teníamos una ceremonia personal durante un par de horas: escuchar a Free, a Jethro Tull, a Yes... Yo tenía 7 años, más o menos. Y me gustaba mucho lo inglés: me sonaba más fuerte, más pesado; el blues americano es más lento (toca una base de blues, para explicar), y es fantástico... pero Free era... (revienta la viola) . Me mataba. ¡¡Era una Les Paul en tu Marshall, realmente al palo!! Y eso fue muy cautivante para un chico como yo. Después miré hacia atrás y me encontré con el trabajo de músicos como Robert Johnson, o B. B. King; principalmente, el blues de Chicago. Hoy me interesa mucho el trabajo de Chris Whitley, quien ya falleció...
–Parafraseando: “Detrás de todo gran guitarrista hay una gran base”. ¿Cuáles son sus bajistas y bajistas favoritos? Y no diga lo obvio de “John Bonham” (baterista de Led Zeppelin, ya fallecido) porque usted toca con su hijo Jason en Black Country Communion.
–(Se ríe.) Bueno, a ver: Bonham “escribió el libro” de cómo tiene que tocar un baterista de rock pesado. Pero tengo que rendirles honores a Ginger Baker y a Jack Bruce (baterista y bajista de Cream), porque es tal cual: si tenés a un gran guitarrista, tenés que tener una gran sección rítmica detrás. Clive Bunker (baterista de Jethro Tull), Simon Kirke (baterista de Free y Bad Company), Andy Fraser (bajista de Free), Boz Burrell (bajista de Bad Company y King Crimson), Mitch Mitchell (baterista de Jimi Hendrix), el baterista Mickey Waller, quien estuvo en el Jeff Beck Group; otro gran batero: Cozy Powell... Siempre detrás de un gran guitarrista tiene que haber un gran baterista y un gran bajista. Es la única forma de tener una buena banda. Podés tener un muy buen cantante con una banda horrible, y se llamará Big Brother and the Holding Company con Janis Joplin, o no se llamará nada. Así son las cosas.
–Pero no es el caso de su grupo; ahí hay equipo.
–Carmine Rojas... o “Camilou Rojash” (intenta pronunciar, y mete una nota en la guitarra), está conmigo desde hace seis años. Richard Melick viene grabando conmigo desde hace seis o siete años, y Tal (el baterista, el “Animal”) es nuevo; hace sólo dos años que tocamos juntos. Tal es asombroso. Trabajó con Billy Idol, con Loreena McKennitt... Es impresionante, es mortal.
Ya van dos horas de concierto y de dicha, y Joe Bonamassa dice con los labios y con los brazos: “Stand up!” (¡Párense!). La gente de seguridad se lo toma a mal y empieza a pechar a quienes se acercan al escenario; un tipo, igualito al fan de Wanda Nara, grita, llora y pecha a su vez: “¡El... él nos lo pidió!”. Bonamassa, además de hacer puré las dos guitarras que se pudo traer, ha cantado mejor que la mitad de los cantantes que han pasado por Buenos Aires desde que empezó el milenio.
La Maza va a volver. Le encantó la ciudad.
–Ay, seguro que eso se los dice a todos...
–No (se ríe), es en serio. Las calles están llenas de energía, todo está abierto las 24 horas, hay una enorme oferta cultural... Me habían dicho que Buenos Aires era un lugar lindo para visitar, pero no me imaginaba que lo sería tanto; un par de amigos que tengo en Los Angeles hicieron las valijas y se vinieron a vivir acá. Soy neoyorquino, pero en Nueva York esto ahora ya no existe. Buenos Aires me hace acordar a cuando Nueva York estaba buena.
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