Martes, 10 de julio de 2012 | Hoy
MUSICA › FABIáN TEJADA, UN MULTIINSTRUMENTISTA AL FRENTE DE KAMARUKO
El combo percusivo que dirige el sobrino de Tejada Gómez acaba de editar Solo ser, su tercer CD. El mestizaje sonoro incluye instrumentos hindúes, mapuches, senegaleses y cubanos, entre muchos otros, pero tiene, sin embargo, una fuerte impronta folklórica local.
Por Cristian Vitale
Tal vez haya que ir al matiz. Haya que cambiar la idea de música étnica por la de multiétnica. La amplia gama de instrumentos tribales y milenarios con que Fabián Tejada estructura su estética no condice con la idea de fronteras. No habla de una etnia, ni siquiera de una “confederación” de etnias geográficamente cercanas. Hay shakers, chékeres, arpas de boca, trutucas, cuicas, udues, cuencos de cuarzo, tamburas y pifilcas, instrumentos hindúes, mapuches, senegaleses, australianos, nigerianos, mexicanos, cubanos y brasileños. Y hay alguna máxima de Charles Mingus achicando distancias. Aquella que habla de hacer música como una forma de redescubrirse a sí mismo. De ser libre. “Mingus me marcó el camino”, dice él, que no navega, precisamente, en las aguas del jazz. Música multiétnica + posta Mingus, entonces, da la matriz primera de Kamaruko, combo percusivo que el sobrino de Armando Tejada Gómez dirige y que acaba de editar su tercer disco: Solo ser. “Yo no reniego de nada, incluso siempre sobrevuelan influencias del rock y del jazz en lo que hago. Por más que toque todos esos instrumentos, en mi cabeza siguen estando el Flaco Spinetta, Pappo y Miguel Abuelo, no me voy a Africa para inspirarme”, desanda. O empieza a desandar.
Solo ser, que Kamaruko presentará el domingo 16 de septiembre en Velma Café (Gorriti 5520), da de hecho un mestizaje sonoro que es como ver al mundo desde acá, y sin anteojeras. Tejada indaga, prueba y experimenta con esos instrumentos sin frontera, pero lo que sale, sale en sudamericano. En mapuche, aymara o porteño. Sale, a la vez, en clave de homenaje a todos aquellos que tuvieron algo que ver con su formación. Dedica piezas a Don Cherry (“Birdboy”), a Domingo Cura (“Afro Azul”), a su madre (“Manto verde profundo”), a Naná Vasconcelos (“A Naná”), a Miguel Grinberg (“Mutantia”) o a Raúl González Tuñón (“Marionetas”). Dedica el disco entero a Miguel Abuelo –“por su magia aquí, allá y en todas partes”– a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y a Héctor Oesterheld. Toma una grabación casera de Aimé Painé, registrada en 1987 en Bahía Blanca y recopilada por el antropólogo Rodolfo Casamiquela, y musicaliza su relato en mapuche (“La cantante”) y se apropia de “Los nadies”, de Eduardo Galeano, para arroparlo bajo un blues “a la Tejada”, cantado por la tunecina Mariem Labidi. “Un blues pesado con birimbaos, distorsión y baterista metalero”, explica él.
–(Risas.) Sí. Tiene mucho que ver con mi historia, porque yo empecé tocando covers de Pappo, Vox Dei, Led Zeppelin y después, vía Santana, me metí en Hermeto Pascoal, en Naná Vasconcelos. Y en los tambores. A fines de los ’80 me metí con los tambores.
Tejada nació en Viedma y es vegetariano. No toma alcohol ni consume drogas con el fin de estar afilado y con el radar prendido (“Si te vas para adelante o para atrás dejás de ver lo que está pasando hoy”). Es –cae de maduro– medio “yogi” y lo primero que tocó fue una batería. “Fue a principios de los ‘80, cuando acá casi no había percusión. Lo único que conocíamos era al Negro Rada con las congas, y tres o cuatro pioneros que básicamente acompañaban, pero yo siempre pensé en hacer una música propia con tambores, porque el rol de percusionista acompañante en distintos géneros es una gozosa y lógica tarea, pero si uno explora en el lenguaje de los tambores, más allá de estilos y tradiciones, puede descubrir su propio folklore”, explica. La búsqueda de su propio folklore, entonces, es lo que da cierta unicidad conceptual a su obra. “Mi idea es que si seguimos imitando a Africa y a Cuba nunca vamos a decir que en Argentina hay percusión, vamos a estar siempre copiando, como si hubiésemos estado toda la vida tocando rock en inglés”.
–Porque lo que quiero, cuando hablo de un folklore propio, es “argentinizar” la percusión como se hizo con el rock en su momento. Buscar un lenguaje propio, poder componer obras de percusión al igual que un pianista o un guitarrista. Cuando se comenzó con el rock acá, se hacía en inglés, hasta que Nebbia y Moris dijeron “cantemos en castellano” y se generó el rock argentino que tiene una identidad única. Manal, Almendra, Crucis, son bien de acá. Y yo trato de hacer una analogía con la percusión. El caso de Grinberg es clave porque en plena dictadura yo vivía en el sur y la única información que teníamos allá era la de Expreso Imaginario, que llegaba una vez por mes, la Pelo y Mutantia, donde uno leía cosas sobre ecología, pueblos originarios, algo único en esa época. Hoy, con la new age, sale todo hasta en la tele, pero en esa época era distinto.
–Porque uno tiene que agradecer a la gente que lo inspiró, que fue valiente en momentos de adversidad total. Hoy es fácil, pero en otras épocas había que jugarse para abrir caminos, y uno se nutrió de eso.
–También lo suelo llamar cronología de lo que no me gusta (risas), porque es un compendio de rebeldía ante las cosas que me parece que están mal. No soy muy bueno para producir letras y entonces dije “cómo puedo hacer algo donde pueda marcar toda la bosta de este país”.
–Sí. Un racconto de lo que no me gusta expresado a ritmo de hip-hop, que nace del quilombo que se armó en Ezeiza cuando volvió Perón y termina hoy, por ahora. Pero, más allá de lo que expresa esa letra, la idea es poder abrirle un camino a la percusión argentina que, aunque aparecieron ciertas experiencias, aún está empezando.
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