MUSICA › FERNANDO RUSCONI PRESENTA SU NUEVO DISCO NO MOON, NO SUN, NO AGE
“Este instrumento está pasando un momento de revalorización”, dice el músico, que junto a su trío actúa hoy en Thelonious.
› Por Cristian Vitale
Toma uno: un Hammond B3, solo, madera antigua, posando inmóvil y mudo a campo abierto. Toma dos: el mismo Hammond, en el mismo lugar, con una guitarra apoyada en el lomo, y dos tipos mirando a otro que toca una batería. Las dos tomas son en plena pampa húmeda, un paraje campero y desértico ubicado a diez kilómetros del casco urbano de Las Heras, provincia de Buenos Aires. La primera, la del B3 solo, es la principal y va con un título que sugiere: No moon, no sun, no age (“Ni luna, ni sol, ni edad”); la segunda “humaniza” la escena, pero no cambia el significado. “La idea era poner el órgano en un lugar en el que no se pueda distinguir nada que tenga que ver con una moda o una época. Está ahí, detenido en el tiempo... es como si no le pasaran los días”, explica Fernando Rusconi, uno de los tipos que lo rodea. El tipo que lo toca –para más datos– va por el quinto disco de una saga destinada a desarrollar un estilo necesariamente atado al sonido “atemporal” del instrumento. “Como en Lost in time, el disco anterior, trato de expresar un sonido que no tiene que ver con el paso del tiempo. Yo creo que el Hammond, lejos de caer en desuso, sigue estando presente en muchas músicas diferentes y, como tantos instrumentos viejos, está pasando por un momento de revalorización”, explica.
Junto a Ezequiel “Chino” Piazza y Pablo Vernieri –los otros tipos que rodean al viejo B3–, Rusconi presentará el notable No moon, no sun, no age hoy a la medianoche en Thelonious (Salguero 1884) y la nueva es cíclica. Implica un retorno al groove jazzero de los primeros capítulos de la saga, Conclusiones (2002) y Equilibrio (2005) en especial. “Voy buscando variantes”, explica él. “Si en Lost in time la cosa se había puesto bien rockera, ahora me vuelvo a recostar sobre el jazz moderno, el funk y el a-gogo.” Tal retorno se da a través de nueve piezas instrumentales. Cuatro propias y cinco versiones, entre las que cuentan “Ain’t no sunshine”, de Bill Withers; “No moon at all”, de Reed Evans y Dave Mann, y la furiosamente elegante “Up from the skies”, de Jimi Hendrix. “Todo tirado hacia New Orleans, a lo Medeski...”, señala el organista que, además de haber integrado el Valentino Organ Trío y la banda rocker de El Soldado durante seis años, ha teloneado precisamente a Medeski, Martin & Wood, durante la visita del trío a Buenos Aires y Montevideo en 2010.
Cultor y referente central del Hammond en Argentina, Rusconi comenzó su romance con el instrumento allá lejos en el tiempo. Antes de egresar del Conservatorio de Música Alberto Ginastera tocaba en bandas de rock y a cada teclado que caía en sus manos trataba de sacarle ese sonido que escuchaba en los discos de Deep Purple, vía Jon Lord, y de Emerson, Like & Palmer, vía Keith Emerson. “A cualquier teclado que tuviera, le ponía sonido de Hammond... buscaba pedales, overdrives, en fin, cosas para que el sonido se pareciera al de Lord o Emerson, que era lo que escuchaba en esa época. No tenía idea de que existía Jimmy Smith”, cuenta.
–Ni jazz ni iglesia: rock.
–Totalmente. Yo devoraba Trilogy y Machine Head y ése era el sonido que quería lograr. Cuando abría el disco y leía Organo Hammond B3 decía: “Yo quiero un órgano como ése”. Después, con Smith, lo descubrí en el jazz y se me abrió la veta en la que empecé a explorar. Incluso “Legado”, el tema que abre este disco, refiere a esa influencia. Parte de un groove suyo que está en Legacy, el disco que él graba con Joey De Francesco... se me pegó mucho de entrada ese groove, y lo quería grabar para, precisamente, dejar sentado ese legado en mí.
–¿Y “Blues en 3D” a qué alude?
–Es un blues en 3/4, y el D tiene que ver con el cifrado, porque es un blues en Re. Nunca le encontré un nombre y yo, cuando lo ensayábamos, siempre decía “blues en 3, y en Re”, y quedó así. El otro día me dijeron “el blues en 3 dimensiones está buenísimo”, pero nada que ver con eso (risas). Lo que está bien destacar es que, desde los ‘50, el órgano se adapta con mucha naturalidad al jazz, al blues, a la música funky, al rock... fluctúa entre un género y otro de una manera muy natural, independientemente de lo que toque cada músico. Es un instrumento flexible y elástico.
–¿Incluso para componer desde él?
–Sí. En mi caso, por lo general trabajo con una secuencia armónica muy simple, y los temas más standard que armo también surgen del piano. El piano me ayuda mucho a componer en lo que tiene que ver con un sonido más jazzero, con más armonía; lo más rítmico y groovero sale del órgano... después, cada músico te tira ideas hacia dónde llevarlo y uno, al cabo, se deja llevar por la improvisación.
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